Con el cine a cuestas


Por: Oswaldo Osorio

El cine llegó a Medellín a galleras y plazas de toros en los estertores del siglo XIX. Por aquel entonces, igual que lo hizo Bruno Crespi en Macondo, un ejército de empresarios trashumantes se repartió las ciudades y pueblos del mundo para llevar el cinematógrafo, si venían de parte de los hermanos Lumière, o el proyectoscopio, si los había mandado Edison.

Claro que Macondo fue el único lugar que despreció la nueva atracción, cuando sus habitantes vieron como un engaño que un actor muerto en una película, resucitara para la cinta de la semana siguiente. Por lo demás, el cine fue acogido con fervor desde las grandes capitales del mundo hasta los más recónditos e impronunciables poblados. Y todo empezó con centenares de proyectores viajando en barco, tren o a lomo de mula. Por eso el cine comenzó siendo portátil, una atracción de feria ofrecida por nómadas de la luz y de la imagen en movimiento.

A finales de 1898 se dio la primera función de cine en Medellín. Era un proyectoscopio, traído por los señores Wilson y Gaylord, en el que se pudieron ver las acostumbradas imágenes de aquel entonces, esto es, películas entre cinco y diez minutos que todavía no contaban historias sino que mostraban la febril actividad de las grandes ciudades: trenes, transeúntes, bailes, carruajes surcando las calles, etc.

Esas primeras funciones fueron en el Teatro-Gallera, años más tarde serían el Teatro Principal y a partir de 1910 es el célebre Circo España el que empieza a tener al cine como uno de sus acostumbrados programas, los cuales intercalaba con obras de teatro, zarzuelas y corridas de toros. Dos años después, sus administradores se asocian con los hermanos Di Domenico, pioneros de la producción y la exhibición del cine en Colombia, para mantener una programación más regular y variada. El cine ya estaba en casa.

Se abren los templos del cine

Y así como ocurrió en Medellín, al mismo tiempo se dio el advenimiento y furor del cine en todo el mundo. Esos proyeccionistas nómadas esparcieron las semillas para que se crearan las primeras salas de cine. Ya para la primera década del siglo XX los llamados Nickelodeones invadían las ciudades de Estados Unidos, y con ellos el cine se convertía en la forma de entretenimiento más popular, pero también significaron el inicio del predominio del cine sedentario.

Por el soporte en el que se encuentra la obra, el cine es el arte que más condiciones exige para ser consumido. Esto se debe, en principio, a su base tecnológica, pero también a unos requerimientos necesarios a la hora de presentar una película: proyector, pantalla, sonido amplificado, butacas y sala oscura. Si bien estos requerimientos inicialmente se ajustaron a la itinerancia de un pasatiempo que apenas se daba a conocer, cuando fue más popular y rentable fueron concebidos para grandes salas y así ofrecer un mejor espectáculo.

Para los años veinte los Nickelodeones, que todavía tenían mucho de teatro de variedades, habían sido sustituidos por los grandes templos del cine, creados en función de las proyecciones cinematográficas y dotados de un gran aforo. En Bogotá ya hacía años operaba el famoso Teatro Olympia y en Medellín se construyó, en 1924, el siempre recordado con nostalgia Teatro Junín.

El primero duró 33 años y el segundo una década más. Ambos sucumbieron ante la concepción de progreso de los gobernantes de turno, al de Bogotá le pasaron por encima una calle y al de Medellín lo aplastaron con el edificio más emblemático de la ciudad. Luego de más de medio siglo como la forma predominante de exhibir películas, el fin de estos templos del cine en Colombia hace parte de una tendencia mundial, a partir de la cual empiezan a desaparecer esas grandes estructuras dotadas de cuatro mil o seis mil butacas (como el Junín y el Olympia, respectivamente). En consecuencia, para los años ochenta el panorama había cambiado casi por completo. Los cines de barrio dejaron de existir y el público empezó a ver cine en sus betamax o en pequeñas salas agrupadas en multiplex incrustados en centros comerciales.

Del Kinestoscopio al iPad

Pero la razón de ser de este recorrido por la exhibición del cine no es el lamento y la nostalgia, sino reparar en una paradójica situación que se presenta desde hace unas dos décadas y que en los últimos años ha cobrado mayor fuerza. Y es que el cine de nuevo ha empezado a ser portátil y trashumante. Otra vez la tecnología lo hace posible. El formato de video (ya en VHS o DVD) y los cada vez más pequeños y baratos proyectores de video, han devuelto el cine a la carretera y lo han sacado a las calles y plazas públicas.

Pasando agachados por el complejo –para estos casos- asunto de los derechos de autor, instituciones, cineclubes, festivales de cine y hasta pequeños empresarios como los de hace un siglo, cargan sus películas y proyectores hacia todos los rincones de las ciudades y del país. El medio centenar de muestras y festivales que hay en Colombia dan fe de ello, pero también los programas culturales y de formación de públicos llevadas a cabo por distintas entidades y hasta –muy tímidamente habría que reprochar- por los mismos entes estatales.

La gran diferencia con el cine portátil de hace cien años es que ahora todas esas funciones son gratis. El eslogan propuesto hace más de una década por el Festival de Cine de Santa Fe de Antioquia de “cine bajo las estrellas”, se ha impuesto en este nuevo ciclo de películas nómadas, y el techo de estrellas no se cobra. Igualmente, el “Cine Andariego”, uno de los principales programas itinerantes de Medellín, es una bella expresión que le da nombre a esa vocación que tienen muchos para echarse el cine a cuestas y llevarlo a un público siempre ávido de ver las historias de la gran pantalla.

Esta situación llega a una coincidencia mayor con los orígenes del cine cuando es posible ver que ahora, por vía de los computadores portátiles y los iPad, que un considerable número de espectadores ven las películas en solitario, así como se prefiguró Edison que se debía ver el cine cuando creó el Kinetoscopio, el cual, a diferencia del cinematógrafo, solo podía ser visto por una persona, porque la película estaba proyectada dentro de una caja y se veía a través de una rendija. La diferencia es que el aparato de Edison era grande y solo almacenaba una película, mientras los dispositivos actuales se pueden llevar bajo el brazo y conteniendo hasta varios centenares de películas. El ciclo del consumo de cine parece que volvió al mismo punto, pero es abismalmente diferente.

Todo el cine ya no se ve en cine

Por: Oswaldo Osorio

Hace 20 años yo iba a cine 300 veces al año. Ahora, aunque lo quisiera, no podría, porque la oferta de la cartelera ha bajado esa cifra casi hasta la mitad. Paradójicamente, las salas de cine se han multiplicado. Con las que acaba de abrir Cinépolis, solo en el área metropolitana de Medellín llegan a casi un centenar. En otras palabras, actualmente hay más dónde ver cine, pero menos cine para ver.

No hay que pensar ni investigar mucho para saber la razón de esto, porque tal situación se da desde que, en 1927, Cine Colombia compra la empresa de los hermanos Di Doménico y contrata a los Acevedo para que hagan noticieros y dejen de hacer películas. De esta manera, el mayor exhibidor del país saca del camino a las dos familias pioneras del cine nacional, y así despeja el panorama para poder llenar sus salas con todo el cine de Hollywood que siempre le ha sido más rentable.

De manera que, al parecer, simplemente es un asunto de oferta y demanda, la natural imposición de la industria sobre el arte, en un medio que está más determinado que cualquier otro por este doble componente. Sin embargo, verlo así sería un facilismo conformista, porque, por un lado, cuando se estrenaban más películas, el cine también era rentable, y por otro, antes no había más público que ahora, al contrario, en los últimos cinco años se ha duplicado.

El problema es que el facilismo es más bien por parte de los exhibidores, quienes siempre van sobre seguro con cierto tipo de cine, como por ejemplo las sagas (Destino Final 5, Transformers 3, X-Men 5, Harry Potter 8), las infantiles (Kung Fu Panda 2, Cars 2, Los Pitufos) o  las películas de súper héroes (Thor, Capitán América, Linterna verde), por solo mencionar los títulos que este años monopolizaron la cartelera.

Y como se sabe, salvo por las películas en 3D (que ya están bajando sus ganancias), los exhibidores ganan tanto o más dinero con la confitería, que no con las entradas a cine. Así que tampoco es un gran sacrificio pedirles que de las cinco o diez salas de sus múltiplex, dejen una o dos con cintas que diversifiquen la oferta.

Estas empresas deben saber que, como todas, también tienen una responsabilidad social, y si trabajan con una expresión artística, tal práctica es una obligación mayor. Con una más variada oferta, incluyendo más títulos de calidad y diferentes, la contribución de los exhibidores a la formación de públicos sería inapreciable, porque ese es un proceso necesario en el que todos ganamos, sobre todo los mismos exhibidores.

Por eso, cuando un espectador ve la cartelera (sobre todo en época de vacaciones), se da cuenta de que en más de la mitad de las salas están las mismas cuatro películas. Entonces, se conforma con lo que hay o desiste de entrar y se compra una camiseta o se dirige al primer local de hamburguesas que encuentre.

Los espectadores que queremos ver más cine, adicional a las miserias que nos ofrece la codicia de los exhibidores, pues recurrimos a las tantas alternativas que la tecnología y el mercado negro hoy nos permite: tiendas de DVD piratas, descargas por internet, TV por cable o películas online. A través de estos medios, la oferta se multiplica exponencialmente, pero el cine muere un poco, porque ya la calidad de la imagen y el sonido serán más deficientes, difícilmente tendremos la complicidad de la sala oscura y la imagen se reduce ridículamente.


El cine de Luis Alberto Restrepo

El Placer de la Guerra

Por: Sebastian Betancur Ochoa


“Errare humanum est”, cita la clásica expresión latina en la que se deja por sentado que el ser humano, por su naturaleza, es susceptible de cometer errores y es inevitable tratar de impedir que esto pase. Entre los errores que ha cometido y seguirá cometiendo el hombre, está la guerra. Esa lucha implacable y despiadada por el poder, el territorio o por el simple hecho de demostrar superioridad, ha hecho de la historia una gran sucesión de errores y tropiezos en la evolución del ser humano.

Sin embargo, estos han sido enormemente productivos para los artistas que hacen de ella una fuente de inspiración tanto para reflexionar sobre ella como para criticarla en todos sus aspectos. Desde los realizadores norteamericanos utilizando su Guerra Civil, la invasión a Vietnam o la más desgastada ya, Segunda Guerra Mundial; pasando por los españoles que no ignoran la represión de la dictadura franquista y su misma guerra civil, un país como Colombia, cuya historia ha ido de caída en caída, no podía ignorar, a través de sus expresiones artísticas, todo este conflicto que ha acompañado a su población desde hace más de medio siglo.

Luis Alberto Restrepo es uno de esos individuos capaces de analizar y criticar el conflicto que se ha vivido en el país, y presentarlo, utilizando los recursos y la narrativa cinematográfica, para mostrar realidades que casi siempre son ignoradas por los medios que se encargan de delimitar qué y cuánta información recibe la sociedad en general. Pero aun así, éste no lo hace de manera amarillista ni sensacionalista, sino que involucra otros aspectos de la psicología del ser humano que afronta todo este tipo de conflictos y los presenta a través de personajes muy bien construidos que llevan la trama a una faceta que llega a desligarse del asunto guerrerista y se centra en una cuestión más rica en detalles narrativos e ideológicos.

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9º Festival de Cine Colombiano de Medellín

El cine nacional, un joven y viejo saludable

Por: Oswaldo Osorio

El cine colombiano tiene casi noventa años, eso si contamos desde la realización del primer largometraje de ficción (María, 1922). No obstante, podría decirse que en la actualidad atraviesa por una etapa de juventud, eso como resultado del impulso que le ha dado la Lay de Cine desde hace ya siete años. Tampoco se puede decir que empezó otra vez desde cero, sino más bien que es un cine reencarnado, el cual conjuga elementos del pasado y del presente.

En esta nueva versión del Festival de Cine Colombiano de Medellín se podrá ver esa combinación de elementos. Son quince películas de una rica diversidad en sus temáticas y tratamientos, también en la intención, la calidad y la factura. Hay coproducciones como Rabia, Contracorriente y Del amor y otros demonios; cine intimista como Karen llora en un bus; y películas que buscaron conectarse con el gran público como Sin tetas no hay paraíso, El paseo o El jefe.

Naturalmente, y como es necesario, hay otras cintas que reflejan la realidad del país en sus distintas problemáticas y con acercamientos diferentes, desde la sutileza y emotividad de Los colores de la montaña, pasando por la dureza y realismo de La sociedad del semáforo, hasta la vocación reflexiva y crítica de Retratos en un mar de mentiras.

El caso es que se trata de una cinematografía hoy por hoy vital y prometedora, con películas tanto para el beneplácito del público, como para ser consentidas por la crítica o premiadas en festivales, incluso películas “todoterreno” que tienen la capacidad de llegar a esas tres instancias. También, y no menos importante, es una cinematografía más madura, tanto en los aspectos técnicos como en el eficaz conocimiento de los procesos de producción. Es decir, todo está dado para que el público se decida a apoyarla definitivamente, que es lo que más le hace falta.

Un festival dedicado por entero a esta cinematografía, justamente, busca esa apropiación por parte del público. Con un evento de estas características, se pretende dar a conocer mejor este cine a los espectadores y disuadirlos de sus prejuicios para con nuestro cine. Por eso, además de esas quince películas, se mirará al pasado con un homenaje al pionero de la animación en el país, el maestro Fernando Laverde, y se realizará una muestra sobre el rico periodo de realización de mediometrajes de Focine.

Para completar esta vocación formativa, como siempre, el Festival tiene una nutrida programación académica, esta vez dedicada a la dirección de fotografía. El evento está planteado en forma de seminario y contará con la presencia de los más importantes cinematografistas del país, a quienes acompañarán cuatro invitados internacionales, encabezados por el reconocido guionista y director mejicano Guillermo Arriaga (Amores perros, Babel, Fuego).

Se trata, pues, de toda una semana dedicada al cine nacional estrenado durante el último año, más un repaso a ciertos momentos de su pasado y una importante reflexión académica en torno a la fotografía en el cine. Una oferta completa y al alcance de un público que cada vez tiene menos reparos para con el cine nacional, gracias en parte a eventos como este.


Cine de culto en Colombia

Retorcidos objetos visuales para unos extraviados

Por: Oswaldo Osorio


Cine pobre, feo y mal vestido. Esa bien podría ser una primera definición del cine de culto. Y en Colombia abundan las películas con estas características. No obstante, la verdadera condición para pertenecer a esta categoría no la determina el director o la película misma, sino el público, que por alguna aberrada razón, decide idolatrar una cinta, muchas veces al punto de la obsesión.

Por lo general, no son las películas más populares, pues tienden a ser marginales, ya por su distribución o por su propuesta salida de todo cause; tampoco son las de mayor pedigrí artístico, porque casi siempre son sus defectos, excesos o deformaciones intencionales lo que llama la atención de los “cultistas”, ese raro tipo de cinéfilo que gusta de adorar y mitificar ciertas películas, ya sea por su tema, su estética, alguna tragedia que la acompaña o su mal gusto. Las razones nunca son las mismas.

Son películas de culto The rocky horror picture show (Jim Sharman, 1975) esa exuberante historia de rock y horror (blando), que es tal vez la más famosa de todas, por ser celebrada e imitada en funciones de media noche. El Cuervo (Alex Proyas, 1994), porque la oscuridad de este súper héroe se alinea con la trágica muerte en el rodaje de Brandon Lee (Hijo de Bruce). Y así muchas más, como las películas de Ed Wood por nefastas y “tugurientas”, las de John Waters por gamberras y provocadoras, o las primeras de Peter Jackson por exabruptas y viscosas.

Mal gusto y excesos criollos

En Colombia, por una simple cuestión de estadística y proporciones, el cine de culto es de esporádicos guetos e ínfimas cofradías, esto por efecto de una premisa básica: si en este país el público (incluyendo –y a veces sobre todo- a los cinéfilos) ve muy poco cine nacional, pues el que frecuenta el cine de culto es una especie harto más escasa.

Aún así, existen unas películas que seguirán siendo vistas una y otra vez por mucho tiempo y por encima de las más taquilleras o galardonadas. Los filmes de Jairo Pinilla, los realizados en Caliwood y la ópera prima de Víctor Gaviria, son probablemente los principales exponentes de este cine nacional ritualizado. Son películas que, gracias a sus características o a pesar de ellas, son una droga para la pupila de ese raro bicho que ve en la extraña belleza de estas cintas una turbia fascinación.

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70 años de El ciudadano Kane

La importancia y vigencia de un clásico

Por: Oswaldo Osorio


La historia de la mejor película de todos los tiempos empieza con una simpática anécdota. Una compañía de teatro de New Jersey aterrorizó a los habitantes de esta ciudad, en 1938, con una impactante y realista adaptación de La guerra de los mundos, de H.G. Wells. Detrás del pánico colectivo, producido por esta transmisión radial que anunciaba una invasión extraterrestre, estaba un joven llamado Orson Welles.

Lo importante de la anécdota es su consecuencia inmediata, y es que, apenas con 23 años, este joven firmó un contrato con la RKO, una de las más poderosas productoras de la época. Pero no cualquier contrato, sino uno sin precedentes en la industria, pues le permitieron dirigir, producir, escribir y protagonizar varias películas con plena libertad creativa.

Este detalle de la libertad creativa, que por primera y última vez se le otorgaba a una persona (le quitaron ese privilegio con los siguientes filmes del contrato), es el elemento decisivo para que esta película fuera posible. Porque Hollywood nunca le ha apostado al genio creador, sino al camino seguro, que en aquel entonces –y todavía- era el atractivo de sus estrellas y los esquemas conocidos de los géneros cinematográficos.

Welles podía contar cualquier historia, y se decidió por la vida de un magnate de las comunicaciones, inspirada en la vida de William Randolph Hearst. Es cierto que dicha historia, como otras tantas, gira en torno al materialismo y al capitalismo, a la megalomanía y egocentrismo de un hombre, y es un retrato de la sociedad y la política de Estados Unidos, pero la diferencia fue cómo lo contó este director y lo que dijo sobre estos tópicos.

Rosebud

El hilo conductor de esta película es un cuento de detectives. La trama busca el significado de la última palabra que dijera Kane antes de morir: Rosebud. Es posible que una sola palabra explique la vida de un hombre, pero lo cierto es que esta búsqueda dio lugar a las principales rupturas propuestas por esta película en relación con el cine de su tiempo: la discontinuidad en la estructura narrativa y la variación del punto de vista.

Por aquel entonces, el cine apenas se estaba afianzando en sus convenciones. La narrativa clásica, eminentemente lineal, se imponía, así como los relatos en primera o tercera persona, pero rara vez mezclados. Lo que hace Orson Welles, junto con su guionista Herman Mankiewicz, es contar la historia de este hombre a partir de seis puntos de vista distintos, los cuales definen el orden no lineal del relato.

Así mismo, su propuesta visual redefinió las posibilidades estéticas del lenguaje del cine. Y no es que Welles (en complicidad con su fotógrafo Greg Toland) se haya inventado nada, sino que fue la forma como entendió los recursos formales del cine (iluminación, encuadres, angulaciones, uso de la profundidad de campo, lentes, etc.) y cómo los combinó y los aplicó en beneficio de la expresividad, el drama y la estética de su filme, lo que la convirtió también en una obra maestra y referente para piezas futuras.

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El cine de los hermanos Farrelly

El desgaste de los últimos reyes de la comedia

Por: Oswaldo Osorio


Hollywood, a lo largo de su historia, ha tenido bien definidos los comediantes que se han impuesto en distintas épocas. En este momento, y desde hace unos quince años, los hermanos Peter y Bobby Farrelly son quienes se han posicionado con un estilo de comedia que nos plantea serias preguntas acerca del gusto, más que de ellos, del público que los ha sostenido como los más populares y rentables comediantes de esta época.

Todo empezó con Chaplin, quien se impuso como el más sobresaliente comediante durante casi dos décadas hasta la llegada del cine sonoro, en 1927. Cuando el cine habló, fueron los hermanos Marx quienes dominaron las pantallas durante los años treinta. La década siguiente no tuvo un reinado tan definido, si acaso príncipes disputándose el trono, como Los Tres Chiflados o Abott & Costello. Los cincuenta y parte de la década siguiente son del genio de Jerry Lewis y le recibe el trono Mel Brooks. Y para fines de los setenta y todo el decenio siguiente son del trío de directores Zucker-Abrahams-Zucker. El hecho de que todos estos “reyes” de la comedia sean judíos, es una coincidencia que, seguramente, puede ser explicada más allá de la mera casualidad.

Con Tontos y más tontos (1994) se inicia el reinado de los Farrelly. Ya en esa película empiezan a definir el tipo de humor para el que son buenos y el esquema general de sus comedias, esto es, el humor que apela a unos chistes, tanto visuales como verbales, muy básicos pero ingeniosos, con muchos componentes escatológicos y con explícitas connotaciones sexuales; y un esquema que siempre combina el respectivo “vicio” o debilidad del protagonista (que es lo que lo pone en apuros y propicia el humor) con una improbable historia de amor.

Es decir, la escatología, sin atenuantes ante el decoro, y el amor torpe, que casi siempre llega a feliz término, es la materia prima con la que trabajan los Farrely. Algo de eso se vio en su siguiente y tibiamente acogida película, Kingpin (1996), y mucho de ello en la popular, aclamada y referenciada Loco por Mary (1998), “la Cumbres borrascosas del mal gusto”, como algún crítico la llegó a definir.

Loco por Mary, sin duda, es una hilarante película, original e ingeniosa, que le ha dado a la historia de la comedia un par de escenas e imágenes inolvidables. No obstante, estos adjetivos deben ser aplicados en el marco del humor de Hollywood, de la comedia elemental y populista y del uso del mal gusto como materia prima del humor. Más o menos en el mismo nivel han estado otros filmes suyos como Irene y yo y mi otro yo (2000) y Pegado a ti (2003)

Sin embargo, la forma ingeniosa y arriesgada en que llevaron un paso adelante ese mal gusto y la escatología, ya no se presenta de igual forma en las siguientes, ya por falta o por exceso, es decir, porque no presentan nada nuevo y sus historias de amor están casi desprovistas del componente cómico, como ocurre en Amor ciego (2001); o porque lo llevan a un nivel insoportablemente desagradable, como ocurre con el chiste de la nariz defectuosa en La mujer de mis pesadillas (2007) o el del estornudo en su última película, Pase libre.

En el cine de Hollywood no se avizora sus sucesores en el futuro inmediato, a lo sumo, actualmente se les equipara el éxito y popularidad que tienen algunos actores, como Ben Stiller, Adam Sandler o Will Farrell. A pesar de ello, ya el cine de los hermanos Farrelly se antoja gastado o excesivo, dos extremos que difícilmente volverán a concebir otra Loco por Mary. Es decir, estamos ante la decadencia de un humor que ya de por sí, en relación con los otros reyes de la comedia, era decadente.

Revisión de un clásico infaltable: Blade Runner

Los tragos añejados saben mejor

Xtian Romero – cineparadumis.blogspot.com


Como los licores, hay películas que con el paso del tiempo se vuelven más sabrosas, pues no pierden su fuerza y, al contrario, se vuelven unos totales banquetes cinematográficos que puedes disfrutar una y otra vez, porque cada experiencia te regalará nuevos ingredientes que te lo condimentarán mejor.

Blade Runner es eso, un incontestable referente obligado para cualquier cinéfilo, uno de los más importantes clásicos de la ciencia ficción que hay que visionar, disfrutar y reflexionar, porque es tal vez la película de este género que mejor hace el análisis de la relación maquina-hombre, la que más profundiza y cuestiona este planteamiento.

Ridley Scott, un director nuevo y prometedor

En 1982 se estrenaría esta cinta de la mano del británico Ridley Scott, un director nuevo que ya venía haciendo mella en la industria, llamando la atención con sus anuncios de tv y por haber dirigido la también clásica, y en mi opinión, sobrevalorada cinta, Alien: El Octavo Pasajero.

Blade Runner se basa libremente en la novela corta ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de uno de los mejores exponentes del Sci-fi en la literatura, Philip K. Dick, y retomando la estética cyberpunk que ya venía trabajándose en el manga japonés (realmente no es que sea tan original, pero vale, de eso se trata el cine, de reciclar y mejorar), reuniría todos estos referentes y le daría vida a esta película, que si bien fue un fracaso taquillero en su momento, hoy por hoy es, valga la redundancia, toda una joya, una joya que en mi concepto, y en el de muchos, tiene una de las mejores escenografías logradas en todos los tiempos, lúgubre, sucia y deprimente; no es gratuito que haya sido nominada al Oscar en esta categoría y que Ridley Scott se considere el maestro en este campo.

Pero el film no solo se soporta en eso, una fotografía tremendamente profesional, y una banda sonora apabullante refuerzan el tono lúgubre del que ya les hablé, y tal vez, este excesivo preciosismo, en un primer visionado, opaque la importancia del argumento, por lo que le exige una máxima concentración al espectador.

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51 Festival Internacional de Cine de Cartagena

El viejo festival que de nuevo promete

Por: Oswaldo Osorio

En un país en el que hay casi ochenta eventos de cine, entre festivales y muestras, el Festival Internacional de Cine de Cartagena – FICCI, que hace medio siglo le dio origen a todo, debería ser el mejor y el más importante. No obstante, esta lógica del deber ser no se aplica a todos los momentos de la historia de este certamen, porque, de hecho, en algunas épocas llegó a cargar con cierto desprestigio.

En los últimos años, definitivamente, esto ha venido cambiando. Primero con la presencia del crítico de cine Orlando Mora al frente de la programación y, en este último año, con el nombramiento de Monika Wagenberg como directora del festival. La calidad del cine ha mejorado hasta un punto óptimo y la organización ahora es mucho más eficaz y profesional, sin que tampoco llegue todavía a su estado ideal, aunque realmente le falta poco.

Con estos dos importantes aspectos solucionados, ya el FICCI comienza a recuperar su lustre y en esta última versión el público solo se tuvo que preocupar por ver buenas películas, una tras otra, y después de las cuales podía conocer a sus directores y actores. Luego ir a una conferencia con el celebrado guionista Guillermo Arriaga o toparse en los pasillos con el maestro Arturo Ripstein o con las mismísimas hijas de Charles Chaplin, Geraldine y Jane.

Porque de eso se trata un festival, de una fiesta de cine que convoca a toda la gente de la industria con el objetivo de ver películas, promover la producción y reflexionar sobre los múltiples aspectos que intervienen en el arte cinematográfico. Y el FICCI tiene muy claro esto, por eso además de más de un centenar de películas, entre largos, cortos y videos, allí se dio lugar, entre otras actividades, el II Encuentro de Muestras y Festivales, el V Taller de Crítica Cinematográfica, el II Taller de Pitch Documental y el VI Encuentro Internacional de Productores.

Pero lo más importante de este o cualquier festival son siempre las películas, y el FICCI presenta una muestra iberoamericana de cine de gran calidad, que se enfoca en los nuevos directores (que tengan hasta tres filmes). De manera que es el lugar ideal para calibrar el nivel y el futuro del cine de esta región, así como para descubrir esas miradas y realidades, solo mostradas con tal claridad por el cine, que de ninguna manera será posible ver en la limitada cartelera comercial del país.

Además de las películas en competencia, México era el país invitado y se pudo ver una magnífica muestra de su cine. Igualmente, retrospectivas del director francés Oliver Assayas y del mejicano Nicolás Pereda. Y no menos atractivo, un puñado de las películas colombianas que serán protagonistas durante este año: Los colores de la montaña, Karen llora en un bus, Pequeñas voces, Todos tus muertos, En coma, La vida era en serio, Los hipopótamos de Pablo y Apaporis.

En un mundo tiranizado por el internet y con el cine amenazado por la imagen pixelada de las películas descargadas o por el pequeño formato de las pantallas del computador, así como por la hegemonía del cine industrial y de gran presupuesto, los festivales de cine son un oasis para la cinefilia. Y si se trata del festival más antiguo de América Latina, que además se está rejuveneciendo, la cita para el próximo año está como para no perdérsela.

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Las mejores películas del 2010

Diez buenas cintas de una cartelera pobre

Por: Oswaldo Osorio

Es irresistible hacer listas. También es caprichoso, porque nunca habrá dos listas iguales, y un poco inoficioso, pues solo sirven, si acaso, de referente para aquellos que están sintonizados con el gusto y los criterios de quien hace la lista. Este no fue un año particularmente bueno,  sobre todo si se tiene en cuenta que la lista está limitada a las cintas estrenadas en Colombia, o mejor, en Medellín, lo que reduce aún más las posibilidades. Y como se sabe, el noventa por ciento de nuestra cartelera viene de Hollywood y allí el cine por estos tiempos, más que nunca, anda alienado en una carrera de mega producciones, súper héroes y efectos digitales.
Quien quiera ver realmente lo mejor del año, debe echarle un vistazo a las selecciones oficiales de los principales festivales del mundo (Cannes, San Sebastían, Venecia, Berlín y Toronto), a las periferias del cine (China, Irán, Argentina…) y al cine independiente (al verdadero, no al que posa de serlo). Y lo más sorprendente es que casi todo este cine, que es invisible para la oferta comercial nacional, está al alcance de todos, ya sea con los distribuidores piratas de DVD o listos para descargar de la red. Solo hay que saber buscar.
1. Toy story 3. La película pionera de la animación en 3D que en su tercera entrega resulta casi perfecta en todos los aspectos. Una inteligente cinta que logró algo muy difícil: ser tan estimulante para el público infantil como para el adulto.
2. El origen. Ingeniosa historia que supo combinar el efectismo y vertiginosidad del cine de acción con una intrincada trama cargada de complejas implicaciones dramáticas y sicológicas.
3. El secreto de sus ojos. Una historia bien contada, personajes entrañables, un tono emotivo y un poco de todo en su trama.  Lo típico de las que ganan el Oscar a mejor película extranjera. Aún así, es una gran cinta.
4. El imaginario mundo del Doctor Parnasus. Terry Gilliam nunca defrauda. Otro relato suyo donde realidad y fantasía se confunden a partir de cargadas y delirantes imágenes, todo siempre para hablar de las grandezas y miserias del hombre.
5. Micmacs. Una fábula con conciencia social llena de encanto e imaginación. Una combinación de humor, emociones y magia visual, como es propio del universo de Jean –Pierre Jeunet.
6. La muerte del Che. La segunda parte de uno de los retratos más certeros y elaborados que el cine ha hecho sobre el célebre revolucionario. Lo que en la primera entrega fue idealización y gloria, en esta es desencanto e impotencia.
7. Gigante. Un filme tan simple como contundente. Cine del escaso Uruguay que le apuesta a contar, a partir de un realismo cotidiano, una bella historia de amor y soledad.
8. El vuelco del cangrejo. Cine colombiano de autor. Una película cerebralmente planteada, con un estilo propio y orgánico. Una cinta introspectiva y sin concesiones para con el espectador que busque relatos digeribles o mensajes explícitos.
9. Amor sin escalas. Agridulce visión de la vida de un hombre que parece tenerlo todo, contada de forma sutil y reveladora.
10. Solo un hombre. Estilizado drama sobre el dolor de un hombre por una gran pérdida. Todo en esta cinta es contenido y, a la vez, potente: las imágenes, los sentimientos y las ideas.