Talentos ocultos, de Theodore Melfi

Un triunfo sin sobresaltos

Oswaldo Osorio

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El cine siempre será un poderoso instrumento para guardar la memoria, para revisitar la historia cada que sea necesario y, con ello, recordar luchas o valores de la humanidad que no debería perder de vista el presente. Esta película, en buena medida, parece haber sido hecha con esas intenciones, y su objetivo esencial lo consigue con claridad y eficacia, sin embargo, como relato, aproximación al tema y propuesta dramatúrgica, resulta de una elementalidad apenas soportable.

Cuenta la historia de tres mujeres negras que, a principios de la década del sesenta, hicieron parte del equipo que apoyaba a la NASA con los cálculos matemáticos para mandar a los primeros hombres al espacio. Desde la escena inicial, cuando un policía trata de intimidarlas pero termina escoltándolas a su trabajo, ya se sabe cómo será el resto de la película: una tibia demostración de la adversa situación de la gente de color a causa de la segregación racial, seguida de pequeñas victorias morales gracias a su talento y representadas de forma harto complaciente, cuando no condescendiente.

Es cierto que, como se sugirió con la reflexión inicial sobre la memoria, puede ser un efectivo vehículo para dar a conocer, sobre todo a las nuevas generaciones, una situación que se vivió hace apenas medio siglo y que ahora es impensable. No obstante, eso acaso la deja como una película con un cierto valor didáctico y aleccionante, lo cual no es nada despreciable, pues si el cine es útil para enseñar algo valioso y si alcanza a emocionar y ser edificante con sobresalientes historias de vida, pues ya estaría salvado por su “valor de uso”.

Pero el cine también es un arte y una compleja forma de representación, llena de recursos y posibilidades (que es lo que se supone premian todos estos certámenes, con los Oscar a la cabeza, que ha ganado o en los que ha sido nominada esta película). En ese sentido, resulta una cinta tremendamente predecible, y no tanto en su gran final, que igual ya por la historia o al menos por el trailer todos conocen, sino en sus recursos narrativos y dramatúrgicos: cada giro y cada situación están trazados con aburridora claridad por esa agenda aleccionadora con que fue concebido todo el filme. Es que ni siquiera la historia de amor le falta a este calculado relato.

En el contexto histórico de la guerra fría, de la carrera espacial y de la lucha por los derechos civiles y de las mujeres, esta película lo reduce todo a unas cuantas anécdotas y al sentimentalismo de unas situaciones de las que las tres heroínas salen fácilmente victoriosas y enaltecidas. Es decir, todo un rico y poderoso material histórico e ideológico desperdiciado para solo capitalizar su componente anecdótico y sensiblero.

Publicado el 5 de febrero de 2017 en el periódico El Colombiano de Medellín.

 

Vivir de noche, de Ben Affleck

El criminal de las buenas maneras

Oswaldo Osorio

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El cine de gánsters se asienta sobre una paradoja en relación con su público: a pesar de las acciones moralmente reprochables de sus personajes, el espectador suele sentirse identificado con los protagonistas y secretamente espera que se salga con la suya. En esta película esa paradoja se ve acentuada con las características del personaje central, pues se trata de un hombre aplomado, sensible, libertario y hasta romántico.

Es la cuarta película como director del actor Ben Afleck, y en ninguna ha decepcionado. Tal vez en esta última (Live by night, 2016) sorprende menos por tratarse de una variación de otro proyecto suyo: Atracción peligrosa (The Town, 2010), pues ambos son thrillers protagonizados por criminales, ladrones de banco en una y gángsters en la otra, con una historia de amor de por medio y la singular personalidad del protagonista, algo así como un malo bueno.

Joe Coughlin es un criminal irlandés de Boston que es reclutado por la mafia italiana para dirigir, en plena época de la Prohibición, las operaciones en un pueblo de Florida. En términos argumentales, el filme sigue la estructura propia del género, esto es, la lucha criminal por hacerse al poder y mantener el control de los negocios ilegales sobre otras facciones, criminales o institucionales. Pero la historia cuenta con las variaciones necesarias que toda película de género requiere para hacer alguna diferencia con las demás.

Más interesante y compleja resulta esa contradicción entre la personalidad del protagonista y las acciones que acomete por su oficio. Es el dilema de un hombre que, en esencia, es noble, pero que inevitablemente tiene que recurrir a la crueldad para desempeñar el rol que decidió para su vida. Todas sus buenas maneras, su ecuanimidad y lo amoroso que es con sus parejas terminan siendo cuestionadas por la sucesión de crímenes y bajezas, porque matar a un hombre siempre será matar a un hombre. Pero Coughlin dice que es tan fácil como apretar un gatillo.

Aun así, sentados en la butaca, queremos que le vaya bien a este criminal, ya por la paradoja mencionada al principio, por el particular carácter de este gánster o porque tal vez nunca nos había caído tan bien Ben Affleck en un papel. Faltaría ver si Hollywood, donde pocas veces el crimen paga, le perdonará a este “buen hombre” sus acciones.

El relato sabe equilibrar muy bien la trama de acción de una película de gánsters con esta ambigüedad moral de su protagonista, que le da mayor profundidad y textura a las situaciones y a  la relación entre los personajes. Incluso, de fondo, la historia también tiene un discurso que alega contra los prejuicios raciales, culturales y sociales, lo cual contribuye a que no sea solo una cinta de mafiosos matándose entre sí, sino una película con todo el atractivo del cine de género, pero con algo de hondura y seso como para no sentir que apenas se está a merced del vaivén de una trama.

Manchester junto al mar, de Kenneth Lonergan

El hombre con el corazón roto

Oswaldo Osorio

manchester

El sufrimiento y las adversidades emocionales son en buena medida la materia prima de los relatos de ficción. Con tal material se crean dramas o melodramas de intensidad variable y argumentos que lo aprovechan para construir sus giros, progresiones narrativas y sorpresas. Aunque el argumento de esta película es un material recurrente en muchas historias de este tipo, propone sustanciales diferencias en la forma en que construye su relato y en el tono de la dramaturgia que elige para su puesta en escena.

Durante los primeros minutos, el relato se concentra en presentar y describir a su protagonista, Lee, un conserje lacónico y ensimismado, que puede estallar con violencia en cualquier momento, un hombre un poco patético que da la idea de tener algo quebrado por dentro. Cuando recibe la noticia de la muerte de su hermano, suceso que parece el conflicto central del filme, paulatinamente entendemos que en el fondo al director le interesa más contar la historia de Lee y explicar las razones de su peculiar estado de ánimo.

Para lograr esto, resulta fundamental el sistemático uso del flashback, que reconfigura la estructura narrativa alternado el presente con el pasado, donde el presente es el drama de la muerte del hermano y el pasado es todo ese iceberg de emociones que subyace en la trágica vida de Lee. Además, una parte esencial del conflicto del presente es la relación entre Lee y su sobrino, así como las decisiones sobre el futuro de este.

Pero como en toda historia bien construida, esos aspectos necesariamente están relacionados. En este caso, ese pasado, el drama del presente y el conflicto acerca del futuro del sobrino están estrechamente ligados de dos distintas y complementarias maneras: una externa, en la mayoría de las acciones que conforman la trama, a través de todo lo que ocurre en torno a la enfermedad y muerte del hermano; y otra interna, en el tono del relato y la permanente pesadumbre que define las atmósferas, que son determinadas por el personaje de Lee y su afligido espíritu.

La marca fundamental de este relato, en lo que hace la mencionada diferencia, es que, a pesar de los eventuales sucesos de intensidad o giros dramáticos, casi siempre se mantiene sin sobresaltos ni efectismos dramatúrgicos. Puede que a algunos espectadores esto se les traduzca en un tedio narrativo, pero ese tono es el que define la esencia del protagonista y lo que, si bien hay un par de sucesos extraordinarios empujados por la muerte, hace a esta película tan cercana a la vida, a una cotidianidad determinada por la fricción de los altibajos emocionales y las complejas relaciones interpersonales.

Vista en perspectiva, podría antojarse como una colección de golpes de efecto dramáticos en lo que respecta a su argumento, pero el relato y la puesta en escena parecen decir otra cosa, concentrándose en ese universo emocional del protagonista, creando con ello una pieza reflexiva y conmovedora, el callado lamento de un hombre con el corazón roto.

Neruda, de Pablo Larraín

El policía y el poeta

Oswaldo Osorio

neruda

La persecución política contra el poeta Pablo Neruda es una excusa para que, de nuevo, el cineasta Pablo Larraín hable de la historia de Chile y la comente de forma reflexiva e inteligente. Se trata de una película muy distinta a esas obras por las que se dio a conocer, pues le apuesta, con la ayuda del dramaturgo Guillermo Calderón, más a un relato poético, consciente de sí mismo y con mayores recursos estéticos y narrativos.

En títulos como Tony Manero (2008), Post Mortem (2010) y El club (2016), Larraín apeló al realismo, la economía de recursos y la crudeza de sus historias para construir unos complejos personajes que comentaban el contexto histórico de su país. En No (2012) cambia un poco de registro y se concentra más en una trama que tiene unas importantes repercusiones en ese contexto. Su voz como cineasta ha sido siempre clara y potente, sabiendo articular personajes, historias y temas en relatos de gran impacto dramático, con su propio carácter estético y con fuerza en sus planteamientos éticos e ideológicos.

Neruda es un falso biopic, elaborado a partir de una serie de hechos ocurridos en 1948, cuando el poeta fue perseguido por el gobierno a causa de su militancia en el Partido comunista. Es decir, partiendo de algunos hechos y personajes reales, guionista y cineasta inventan otras situaciones y personas, la principal de ellas es el inspector de policía que tiene a su cargo capturar al nobel cuando pasa a la clandestinidad.

De manera que no es una película solo sobre Neruda, sino también sobre este policía, quien en su labor detectivesca y de persecución, así como en la creciente obsesión por todo lo que tenga que ver con su prófugo, proporciona otro punto de vista acerca del célebre poeta, de su obra y su personalidad. Además, puede ser lo más interesante de la película y lo que marca la diferencia para que esta película no sea otra biografía cinematográfica ensamblada sobre el mismo esquema como tantas otras.

Este personaje y su visión le permite al relato convertirse en un thriller, en un policiaco con visos de cine negro, que hace del protagonista y sus circunstancias un material más atractivo y dinámico en términos dramáticos y narrativos. Así mismo, le confiere a la película una autoreflexividad en la que se contrastan la realidad y la ficción, e incluso la ficción misma reflexiona poéticamente sobre sí.

Ahora, la mirada que la película hace del poeta no es nada idealista ni generosa, sino que más bien se decide por recrearlo desde distintas facetas: el poeta célebre y ególatra, el militante entre comprometido y farsante, y el hombre sensible aunque hedonista y aburguesado. De poesía se habla poco, porque al parecer interesaba más el complejo retrato de este hombre y el contexto político del Chile de aquel entonces.

No es el cine de Larraín que conocemos, y aun así mantuvo ese nivel en sus personajes, historia y temas. Creó una película original en su tratamiento y rica en recursos visuales, narrativos y poéticos. Contó una historia a medias sobre Neruda, pero con mucho más valor en sus connotaciones y expresividad a que si hubiera simplemente recorrido cronológicamente su biografía.

 

Kiki, El amor se hace, de Paco León

El placer como enfermedad

Oswaldo Osorio

kiki

Es bien sabido que el placer sexual va más allá del simple contacto físico. Una mirada puede ser más estimulante que un desnudo frontal, y tal principio se potencia cuando se trata de gustos particulares, perversiones y filias sexuales. Este filme propone una pequeña colección de esas filias y con ellas hace una película coral, con un humor divertido e ingenioso, y hasta propone algunas reflexiones sobre el tema.

Dacrifilia, herbofilia o elifilia, esto es, excitarse con el llanto, las plantas o ciertos tejidos. Estas son algunas de esas particularidades en las preferencias sexuales que tienen los protagonistas de esta película, en la que cinco personas, con sus respectivas parejas, lidian, para bien o para mal, con estos singulares y a veces extravagantes gustos, que si bien suelen implicar un problema, también pueden ser fuente de gran placer.

La historia protagonizada por Candela Peña, por ejemplo, ilustra el amplio rango dramático que puede generar este tema, desde una mirada a lo sombrío que puede ser el matrimonio cuando falta el picante sexual o cuando uno de los dos se comporta de manera egoísta, hasta las hilarantes situaciones que desencadenan las mentiras de una mujer por hacer llorar a su esposo y con ello conseguir placer sexual.

Con una estructura narrativa que alterna cinco historias que solo tienen conexión entre sí por el tema, la película mantiene el buen ritmo de una lúcida e ingeniosa comedia, atemperada por momentos dramáticos que le dan el contrapeso reflexivo a las distintas tramas. Entonces sus historias pueden hablar de las dudas y la timidez de una pareja por aventurarse a nuevas experiencias, de la soledad de alguien que tiene un gusto demasiado específico para resolver sus necesidades afectivas y sexuales, o de los cuestionamientos éticos en el comportamiento de alguien que puede tener ciertos derechos con su pareja.

Parece una comedia ligera, y en cierta medida lo es, pero no solo es una comedia que habla de forma desenfadada de sexo, sino que, entre líneas, se aventura a reflexionar y cuestionar las convenciones sociales y culturales de lo que debe o puede ser el sexo. Sus cinco historias y el coro de personajes se toman muy en serio el asunto, que el director le haya dado un matiz jocoso, eso es otra cosa, lo cual funciona muy bien de cara al público.

Así que se trata de una buena comedia española, sobre el sexo y sus filias, y de allí saca una serie de situaciones tanto graciosas como dramáticas, y del conjunto de personajes, temas e  historias resulta una película ingeniosa y encantadora. Los créditos finales están acompañados por una juguetona canción de Pedrina y Río (Enamorada), que le queda perfecta a esta película de Paco León.

 

Pasajeros, de Morten Tyldum

Aventura y romance en el espacio

Oswaldo Osorio

pasajeros

Esta singular mezcla entre historia de amor y aventura espacial se queda a mitad de camino entre un original relato con sorprendentes giros y la típica película de Hollywood, tan predecible como complaciente. En medio de estos extremos, realmente hay un buen material que es manejado hábilmente, por lo que puede sostener la atención y la expectativa a lo largo de casi todo su metraje.

A riesgo de adelantarle importante información de la trama a quien no se la haya visto, primero hay que decir que la película parte de un intrigante (aunque no novedoso) planteamiento argumental: una pareja se encuentra sola en una nave en medio de un viaje espacial que durará más que sus propias vidas.

De este planteamiento se desprende una serie de aspectos y situaciones que parecen darle espesor a la ya calculada historia de amor entre las dos estrellas más bellas y populares del momento en Hollywood: la dificultad sicológica de lidiar con la soledad, la angustia de la presunción de la muerte en medio de nadie y de la nada, los eternos conflictos en la relación entre hombres y máquinas, y un dilema ético que es el factor central y más potente de una trama que termina siendo un poco artificial y planificada.

Sin embargo, todos estos aspectos terminan siendo relegados a un segundo plano ante el énfasis que el relato hace sobre la historia de amor y la aventura espacial. En el primer caso, esta pareja perfecta pasa por las conocidas etapas de una relación amorosa, la cual es construida con todos los lugares comunes posibles del cine romántico dirigido al gran público; mientras que lo segundo, la aventura espacial, termina siendo esa recurrente carrera contra las adversidades mecánicas y tecnológicas del malfuncionamiento de la nave que los amenaza de muerte.

Es un poco contradictoria la sensación que produce esta película: si se le mira como un producto comercial perfectamente manufacturado para el consumo masivo, se puede ver como una pieza ingeniosa, diferente y bien lograda; pero como también parece pretender decir algo más y ser novedosa en sus planteamientos, al aplicarle un juicio con mayor rigor, se revelan sus artificios en la construcción de la historia y sus limitaciones en el desarrollo de esas ideas potentes que apenas quedan sugeridas y que terminan siendo subordinadas a esos dos obvios y atractivos aspectos ya mencionados.

Después de estos razonamientos, entonces, lo mejor es no pretender pedirle algo a un producto que en últimas busca otra cosa, así que lo ideal es ver esta película como una bonita y entretenida historia de Hollywood, protagonizada por los hermosos de turno y con un final feliz y edificante. Para encontrar y ahondar en esos asuntos que aquí apenas quedan sugeridos, es preferible recurrir a filmes como 2002: una odisea espacial (Stanley Kubrick, 1968), Solaris (Andrei Tarkovsky, 1972), Sunshine (Danny Boyle, 2007) o Moon (Duncan Jones, 2009).

Publicado el 26 de diciembre de 2016 en el periódico El Colombiano de Medellín.

 

Snowden, de Oliver Stone

Porque había que hacerlo

Oswaldo Osorio

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Lo que podría ser una densa y complicada historia llena de jerga cibernética y de espionaje, este traductor que es Oliver Stone la expone de forma clara y envolvente por medio de un relato que cuida que lo esencial sea comunicado y reiterado, así como dicho hábilmente con los recursos de la ficción. Por eso, aunque disfrazado de biopic (biografía cinematográfica), el reconocido director vuelve con este filme a su persuasivo e impactante cine de compromiso ideológico y de denuncia política.

Desde ese descarnado y nada gentil retrato sobre George Bush (W, 2008), este cineasta no se ponía en su papel de la “conciencia estadounidense”. Ya lo había hecho, entre otras, con Platoon (1986), JFK (1991) y Asesinos por naturaleza (1994). Su premisa durante mucho tiempo fue tomar algún episodio polémico de la realidad de su país y convertirlo en una pieza de cine que exponía, cuestionaba y creaba conciencia en torno al respectivo suceso. Ahora lo vuelve a hacer con el caso Snowden.

Edward Snowden era un analista de las agencias del gobierno estadounidense que decidió revelar las prácticas de vigilancia general e indiscriminada que el estado hacía sobre toda la población nacional. Lo que Citizenfour (Laura Poitras, 2014) contó detalladamente en un cargado y complejo documental, Stone lúcidamente lo redujo a las ideas esenciales: la denuncia de esa vigilancia ilegal a los ciudadanos, las razones éticas y democráticas por las que el ex agente lo hizo, y la importancia de su acción en lo que luego fue una toma de conciencia y un freno ante tales crímenes de estado.

Como siempre, Oliver Stone no le teme a tomar partido en el planteamiento de sus temas. Pero no lo hace con maniqueísmo alguno, aunque sí sabe provocar que el espectador se identifique con el protagonista y su causa. Para esto, desarrolla cálidamente la relación de Snowden con su novia, haciéndolos parecer justamente los ciudadanos comunes y corrientes y patriotas que representan a todas esas personas a las que el gobierno está ultrajando en sus derechos y privacidad.

También como siempre, despliega sus habilidades como contador de historias y cineasta que sabe argumentar ideas, por más complejas que sean. Para hacerlo, se vale de una recursiva fotografía, y un montaje y estructura narrativa que saben cómo manejar los tonos y ritmos entre la vida personal de Snowden, su trabajo como agente y su relación con los periodistas en esa nada fotogénica habitación de hotel.

El resultado de todos estos recursos es que, luego de casi dos horas y media, termina rápidamente un relato expuesto con la claridad y lucidez de un cineasta que hace del cine político su sello distintivo, con la virtud adicional de que es un cine que no solo plantea y desarrolla unos temas de peso, sino que lo hace con la destreza narrativa de un buen contador de historias.

Después del amor, de  Joachim Lafosse

Familia rota

Oswaldo Osorio

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Pocas veces el título en español para una película resulta tan acertado como el original, que en este caso es L’économie du couple (La economía de pareja, 2016). Ambos hacen referencia a los dos grandes aspectos que desarrolla esta historia: el título en español, a la situación terminal en que se encuentra un matrimonio, y en francés, a la principal causa de su discordia y ruptura.

Se trata de un duro y claustrofóbico relato sin esperanza alguna para lo que alguna vez fue una bella familia. Boris y Marie, con dos hijas pequeñas y luego de quince años de matrimonio, a pesar de su separación afectiva se ven obligados a seguir compartiendo la misma casa, puesto que él no tiene recursos para estar en otro lado.

Salvo por la secuencia final, toda la historia se desarrolla en esa casa, que termina siendo uno de los principales elementos en disputa. Ese confinamiento es el que le da el mayor distintivo narrativo, dramático y visual a esta película. Un universo estrecho donde se libran sistemáticas batallas cotidianas entre esta pareja. No importa que se hayan repartido los espacios, los días para estar con las niñas y hasta los amigos, esas reglas se rompen porque están en medio de una guerra.

La cámara los persigue en ese cerrado entorno, registrando su malsana coreografía doméstica en la que alternadamente huyen y se persiguen entre sí. Ella porque ya no lo soporta o para increparle por sus promesas rotas, y él porque le irritan los reclamos de aquella niña rica o porque tiene la esperanza de restaurar la relación.

Por eso, a pesar del encierro y de ser solo dos personajes (las niñas suelen ser solo una excusa para sus disputas), gracias a la larga sucesión de episodios cotidianos, sumada tanto a la fluida y constante persecución de la cámara como a la ráfaga de diálogos en los altisonantes tonos propios de las discusiones, el relato siempre resulta dinámico y envolvente. Pocas veces su director le da tregua a ese ajetreo de la vida familiar y las pugnas conyugales.

Es cierto que, como lo sugiere el título en francés, al parecer casi todo tiene que ver con el dinero, pero en el fondo se puede ver apenas como un pretexto de problemas más hondos, como el resentimiento de clase de Boris y su irresponsabilidad con el dinero, o la decepción de Marie por el carácter de su marido y su hastío por sus falsas promesas y su desidia como proveedor.

Solo en una escena se nos permite ver el amor que alguna vez hubo y la familia de ensueño que fue, pero paradójicamente, es la escena más dura de toda la historia, porque en medio de ese conflicto sin pausa, revela todo aquello que se perdió y que nunca se volverá a recuperar.

Publicado el 18 de diciembre de 2016 en el periódico El Colombiano de Medellín.

 

Los asombrosos días de Guillermino, de Gloria Nancy Monsalve

Una fábula de espantos

Oswaldo Osorio

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La época más inusual y temeraria, al menos en el caso de los hombres, es ésa entre los doce y los trece años. Lo singular de este periodo es que se está en un umbral donde todo se vuelve indefinido, porque aún falta para llegar a la adolescencia, pero también se ha dejado de ser un niño. Y aunque en algunos aspectos resulta ser un inconveniente, en general esta particular situación se aprovecha para hacer cosas tanto de niños como de adultos, sin que se resienta mucho la lógica de pasar de un estado al otro.

El cine se ha dado cuenta de esta condición, incluso la gran mayoría de las películas que hablan de aventuras infantiles están protagonizadas por pequeños hombres que se ubican en este umbral, donde todo se puede, ya sea por la determinación de querer ser mayores o por la gran reserva de inocencia y fantasía que aún se conserva. Por eso es una edad memorable y de la que casi todos guardan buenos recuerdos.

La opera prima de Gloria Nancy Monsalve capta muy bien ese espíritu que anima esta edad. Guillermino es un niño que no parece tener nada extraordinario, y de hecho no lo tiene, pero justamente por ahí empieza el encanto de esta historia, es decir, por la naturalidad con que la directora consigue recrear sus ambientes, situaciones y personajes. Es cierto que al final hay un suceso extraordinario, pero es casi consecuencia de todo lo que se construye previamente. Y esta construcción empieza por perfilar a este niño en su cotidianidad, la del colegio, del hogar y de la relación con sus amigos y con los juegos y aventuras de barrio.

Desde las travesuras infantiles, pasando por la determinación para confrontar a otro niño mayor y además brabucón, hasta la idea que le ronda en la cabeza sobre la posibilidad de la existencia de guacas y espantos, todas esas situaciones son las que nutren esta historia entre tierna y divertida, una fábula naturalista que da cuenta del color local de una región muy específica del país, la zona del Eje Cafetero. De ahí que los personajes y las distintas situaciones en esta película son el producto de una mirada atenta a la idiosincrasia de esta región, consiguiendo un entretenido y entrañable retrato de sus personajes,  costumbres y mitos.

Con esto se comprueba una de las constantes que define el cine nacional, esto es, la búsqueda de la identidad por vía de lo regional. No es gratuito entonces que la película se promocione como una cinta realizada en el Eje Cafetero, específicamente en Pereira, Dos Quebradas y Santa Rosa de Cabal, región donde si acaso hay un lejano antecedente cinematográfico. Y es por eso que en su carácter regional está el componente diferencial con muchos de los relatos que se cuentan en el país, sin que por ello su historia deje de ser universal.

Pero sobre todo, lo que funciona muy bien en esta película es el tono que consigue la directora con su relato, un tono en el que intervienen los elementos ya mencionados, como la cercanía de la mirada, el punto de vista del niño y el cuadro de costumbres. Desde el principio de presenta como una evocadora historia, donde la inocencia infantil y el color local son las principales coordenadas por las que se mueve la narración. Por eso es una historia llena de humor, calidez y construida a partir de sencillos episodios que van dando cuenta de las aventuras de Guillermino, las cuales están enmarcadas y condicionadas por el contexto específico de esa edad y esa región, que lo conducen a un destino tendiente a las tragedias cotidianas.

Estas aventuras empiezan por una travesura callejera, luego se le pierde el dinero de un mandado, lo que lo lleva decir una pequeña mentira y ésta a embarcarse en una empresa que también le acarreará más problemas, hasta que termina exiliado, a manera de castigo, en una finca de su tío. Nada parece salirle bien a Guillermino. Su ingenuidad, su inocencia, la mala suerte y la obsesión por creer en historias  de espantos y las riquezas que éstos ocultan, son los resortes argumentales de este filme, son la lógica de cada uno de esos episodios que le conducen inexorablemente a otro aún más problemático.

Y todo por ese espíritu de aventura propio de la edad y por creer en espantos. Aunque también, valga decirlo, le interesan los espíritus  por lo que ellos pueden significar para los vivos, esto es, la riqueza repentina, la posibilidad de encontrar una guaca y obtener fortuna sin esfuerzo, es decir, el “sueño colombiano” de nuevo en el cine nacional, aun presente en esta inocente fábula.

Una de las virtudes sobre las que descansa ese buen tono y la fuerza del filme son las interpretaciones, empezando por la del pequeño actor protagónico. Para una cinta con una historia tan sencilla, con una propuesta visual sin audacias ni estridencias y un modesto presupuesto, tal condición es vital, que sean los actores y la forma como desde la dirección se planteó su trabajo, lo que sostenga el relato, que el espectador no abandone la historia por no creerle a los actores o al universo que se construye con ellos y sus circunstancias. En este sentido, Los últimos malos días de Guillermino es un una película sólida y verosímil, que es capaz de transportar al espectador a la lógica de este niño y de su entono cultural.

Para terminar, con esta película es inevitable recordar que una de las tragedias del cine colombiano es cómo hay filmes nacionales que, luego de iniciar su proceso de producción, son esperados durante muchos años, para que cuando por fin son terminados, la decepción de los malos resultados sea aumentada por la larga espera. Afortunadamente, no es el caso de esta película, que ciertamente ha sido esperada por mucho tiempo, pero es muy grato poder ver por fin su historia sencilla y evocadora, su tono sólido y entrañable, y su factura modesta pero eficaz.

 

Eso que llaman amor, de Carlos César Arbeláez

¿Cuál amor?

Oswaldo Osorio

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Ya la forma como está construido el título de esta película da indicios de que el amor será un objeto elusivo, más una búsqueda que una certeza, o incluso una serie de asuntos que, si bien pertenecen a él, no son necesariamente sus virtudes más deseadas. Con esta desalentadora premisa se echan a andar tres historias que arrastran el peso emocional de unos sentimientos y estados de ánimo marcados más por las carencias y el infortunio.

Es un relato que no se decide entre ser cine episódico o de historias convergentes, aunque esta es una cuestión sin mucha importancia cuando finalmente las tres historias, que son contadas de forma alternada, se desarrollan con coherencia y solidez, avanzando a un ritmo y con unos turnos que permiten engancharse con los tres relatos, así como ir construyendo esa idea que los conecta y que termina por darle sentido a la película como una sola obra.

Una prostituta que necesita hacer un último trabajo para viajar a España y reunirse con su hija, dos estatuas humanas que tratan de establecer una conexión más allá de su coincidencia como artistas callejeros, y una vieja pareja de esposos distanciados por el peso de los años y por una insólita osamenta que se instala en su casa. Así pues que en estas historias parece haber más desamor, o la ausencia de este, que el anhelado sentimiento. Pero en el fondo, a todos ellos los mueve su búsqueda, no importa lo distante que parezca en el momento y en su situación.

Y justo porque están en medio de esta búsqueda, necesariamente son personajes solitarios, una soledad que empieza por unos hijos ausentes y que es reforzada por una ciudad que bulle de vida por todos lados, pero donde cada quien anda en lo suyo. Incluso sin tratarse de una película sobre la violencia en Medellín, hay una hostilidad latente y unos indicios del pasado que posicionan esta violencia en la atmósfera de la ciudad. Y la noche siempre como cómplice de esta hostilidad y violencia.

También el protagonismo de la noche contribuye a crear una concepción visual atractiva y cuidada, donde el color, la luz, las sombras y los ambientes, tanto de la ciudad nocturna como de los interiores, enmarcan y complementan los estados de ánimo de los personajes (salvo por la casa de la pareja de esposos, con un enfático alto contraste que parece más producto de una artificial estilización que de la lógica de ese espacio y sus habitantes).

Con un registro muy diferente a su celebrada Los colores de la montaña (2011), el director Carlos César Arbeláez propone una obra en otro contexto y con un tema muy distinto, pero aun así, prevalece el buen pulso de un cineasta que sabe construir atmósferas, establecer relaciones entre los mundos internos de sus personajes y el contexto social, así como hablar de unas ideas y emociones de gran fuerza dramática, aunque siempre proclives a la desventura.