Se7en, de David Fincher

¿Qué hay en la caja?

Por: Mario Fernando Castaño

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Hay ocasiones en que las injusticias, el desequilibrio social, los abusos de poder y en general las decisiones de otros que afectan a seres inocentes, nos llevan a pensar en que nos sentimos frustrados e impotentes al no poder hacer nada al respecto. Nos gustaría que existiera una especie de justicia divina que hiciera algo por nosotros, pero no es suficiente. ¿Es necesario entonces que alguien intervenga? ¿Que deje un mensaje contundente que logre al menos cambiar en algo las cosas? Pero ese mensaje nos lleva a mirarnos al espejo y concluir que nosotros somos cómplices, partícipes o fichas clave de todo este caos que está unido más a nuestra naturaleza humana, una especie que está ligada al pecado o a actos reprochables, si lo queremos llamar de otra manera que no se relacione con la religión, igual el resultado es el mismo, somos los villanos.

La literatura, los medios y hasta nuestro día a día nos han demostrado esta cruda realidad, y el cine no ha sido la excepción. El séptimo arte ha ido cambiando y adaptándose a la par con nuestra historia. Sus vampiros, hombres lobo, fantasmas, han mutado y se instalan en nuestra psique en la forma de un monstruo que habita dentro de cada uno de nosotros y solo algunas películas logran que nos percatemos de la existencia de ese otro que habita en los sitios más oscuros de nuestro ser.

Una de esas cintas es Se7en, que cumplió 25 años por estos días y es una oportunidad para no pasar por alto esta joya dirigida por David Fincher en 1995, quien ya estaba cansado y desilusionado de su carrera luego del fracaso de su último trabajo en Alien 3 (1992). Cuando leyó el guion, junto con el actor Brad Pitt, puso una condición a la productora New Line Cinema: respetar el final. Una sabia decisión, teniendo en cuenta que es uno de los mejores de la historia del cine y que logró que se desencadenara una fila de películas con esta temática y estilo que, sobra decir, no lograron el impacto que tuvo este filme.

Un detective de homicidios del Departamento de Policía de Nueva York, William R. Somerset (Morgan Freeman) pronto a su jubilación, junto con su recién e impaciente compañero el detective, David Mills (Brad Pitt), completan, a pesar de su complicada relación, uno de los mejores dúos que hayan pasado por la gran pantalla. Ellos investigan en medio de una ciudad siempre oscura, ruidosa, decadente y con la lluvia como telón de fondo un caso particular en el que existe una serie de asesinatos relacionados con los Pecados Capitales. El asesino, que sin entrar en detalles que arruinen la sorpresa, resulta ser alguien corriente al que llaman John Doe (Kevin Spacey), un NN que en su apariencia puede ser cualquiera de nosotros.

Su actuar tan elaborado para llevar a cabo su “trabajo”, así como él lo denomina, casi que llega convencernos, él es una persona metódica e inteligente, acusa a la humanidad en su banalidad, sus razones tienen tanta lógica y veracidad que llega incluso a incomodarnos, a sentirnos algo sucios frente a la verdad que nos expone.

La atmósfera decadente, oscura y opresiva, la manera en que se muestra el resultado de cada crimen relacionado con el pecado correspondiente es tan visceral y en momentos tan sugerente que no necesitamos verlo, ya hay demasiada información, el mensaje está muy claro.

El desenlace de la historia es inesperado, como la realidad, a veces es bueno, a veces es nefasto, a veces ni siquiera es un final. Un clímax a plano abierto que a diferencia de todos esos días de una lluvia constante que casi es otra atmósfera, es uno soleado, un ocaso en el que todo se sale de control, menos para el villano.

Se7en es un grito a la cara de la moralidad en su absoluta podredumbre, una obra maestra brutal plasmada sobre un lienzo lleno de trazos de áspera verdad, que si lo vemos a distancia descubriremos una pintura que representa una persona común y corriente, alguien más, sin nada en especial, una versión de nosotros mismos mirándonos fijamente con un gesto irónico y algo de sabiduría, es el rostro de un monstruo que nos observa desde una caja.

No queda más que estar de acuerdo con el detective Somerset al citar al escritor Ernest Hemingway: «El mundo es un buen lugar por el que vale la pena luchar» y él complementa: “Estoy de acuerdo con la segunda parte”.

Pickpocket, de Robert Bresson (1959)

O cómo recordar el olvido de lo no-ocurrido

Por: Andrés Felipe Zuluaga

Pickpocket

Esta película fue escrita y dirigida en los calores de una revolución histórica del cine, la Nueva Ola Francesa. Discurre la historia de Michel, un joven desempleado con una aparente capacidad de producción conceptual en materia sociológica. Juega a ser un ladrón carterista. Acá Bresson viene con su peculiar expresión del robo de carteras, manos rápidas, planos lentos. Sus personajes, con una consciencia crítica en la mayoría de sus películas, tienen el valor de enfrentarse a un mundo recién modernizado por las industrias capitalistas, aunque ese no sea su más “mínimo” interés en esta película.

Es difícil aprender el arte del carterista, es casi como mágica. Al cabo de unos movimientos ilícitos realizados conscientemente termina en prisión. A la mujer que siempre estaba con su madre, Jeanne, una rubia de cariz tranquilo, sumisa, objetivizada como lo propone una típica sociedad capitalista, de ateísmo reciente, y de heteropatriarcado sin igual. Michel no termina de rechazar su vida de criminal y aprende nuevas habilidades; cuando se entera de que Jeanne está embarazada. Este hecho le hace visibilizar a Jeanne como humano y “enderezar” su conducta hacia un bien social: Al verla sola en un mundo de relaciones de utilidad ilegal como el que proyecta Michel sobre el mundo, participa en la realidad afectiva del otro robado.

Michel asimiló el deber ser de padre y esposo protector. Involuntario desde el punto de vista de la “intención masculina”, puesto que esa “psicodinámica visibilizadora de una relación machista innegable” se le presenta como una posibilidad coherente socialmente (machismo latente, cínico, acrítico e irreflexivo), y hasta cierto punto, descentrado de su matriz de intención principal (El robo, su práctica psico-fisiológica diaria con las manos y su dilema ético).

Por ello no me parece adecuado referir una direccionalidad clara y concisa hacía el feminismo, pero era 1959, sus resonancias se sienten. Quizá juega más con una pregunta existencial intensa que vuelve a los personajes fríos, tan al borde su aburrimiento y su “exceso emergencia de acción” que se vuelcan a lo “ilícito”. O quizá más precisamente el juego de lo extrajudicial y una locura-consciente, cierta capacidad de construir una realidad existencial-conceptual sobre la marcha podría dotar de una cualidad extrajudicial a cualquiera. Pero estos son sueños de postmodernos.

La sexta película de Bresson le deja al mundo entre-pandémico una sospecha respecto a la relevancia, o afección del azar, de lo no planeado, del caos que al fin aceptamos apropiar a nuestra consciencia pre-experiencial de la mañana. Casi adelantándose al olvido de lo no-ocurrido para sumergirlo en sí mismo. El pasado es otra dictadura de la técnica y la vida, lo decía W. Bejamin y Shinji Ikari.

Escuela de Crítica de cine de Medellín

Publicación virtual

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La crítica de cine no tiene, al menos en Colombia, la posibilidad de algún tipo de formación más o menos formal que vaya más allá de algún curso o seminario dictado por entidades culturales de forma esporádica y sin continuidad. Los críticos de cine normalmente son autodidactas o, cuando más, derivan este oficio de su formación como escritores, comunicadores o periodistas. De hecho, la crítica de cine ni siquiera está contemplada en alguno de los contenidos de las materias teóricas en los programas de cine o audiovisuales. Continuar leyendo

La Torre, de Sebastián Múnera

Será mejor que bajemos a confundir su idioma

Manuel Zuluaga – Escuela de crítica de cine de Medellín

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Una de las tendencias del cine contemporáneo que más me cautiva, es aquella en donde el ser del film radica en un espacio: escenarios vivos y muertos que son explorados por la cámara, y que buscan la atmósfera antes que la anécdota. Atrás queda la trilogía de Escola, o “la película de institución”, de Frederick Wiseman, ahora la exploración se acerca desde la vanguardia, y la reflexión es una duda formal y autoral que encara al espectador, en una prueba de resistencia. En La Torre (2018), ópera prima del artista plástico Sebastián Múnera, la Biblioteca Pública Piloto de Medellín es el centro del dispositivo cinematográfico, y protagonista absoluto.  Continuar leyendo

Halloween, de David Gordon Green

La mujer, la experiencia y el amor por el horror

Santiago Colorado – Escuela de crítica de cine de Medellín

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La última vez que fui tan feliz en una sala de cine fue durante Trainspotting 2, que curiosamente también era la secuela de un clásico del siglo pasado. Esto me lleva a concluir que quizá a este tipo de películas solo lo pueden amar –y apreciar por completo– los y las verdaderas fanáticas.  Continuar leyendo

The Wife, de Björn Runge

Cuando la historia depende de uno solo

Verónica Salazar – Escuela de Crítica de cine

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El cine en Hollywood, en su interés por hacerle pensar al espectador que está ante historias diversas, tiende a variar ligeramente sus fórmulas dentro de los límites que la misma industria se pone. Es sabido que este tipo de películas se hace pensando siempre en la receta y en su fácil acogida en el público, y The Wife no es la excepción. Sin embargo, es de esas piezas que no es completamente predecible ni completamente repetida, por lo que darle una mirada a su propuesta no está de más. Continuar leyendo

La mujer de los siete nombres, de Nicolás Ordoñez, Daniela Castro Valencia

El cine del posconflicto

Ángela Cardona – Escuela de Crítica de cine

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Hablar de conflicto armado, guerrilla, Farc y paz en Colombia toca fibras profundas en cada ciudadano del país, ya que ha afectado a todos directa o indirectamente. A partir de las experiencias y percepciones políticas de cada individuo estos temas adquieren definiciones y versiones muy variadas, pero en su mayoría se van hacia los extremos, es decir, en un país tan politizado y dividido, es común encontrar ideas opuestas, es blanco o negro, el asunto es que la realidad demuestra que la vida no es así, en el fondo todos nos movemos entre el bien y el mal, y es humano contradecirse para evolucionar nuestras ideas. Continuar leyendo

Pelucas y rokanrol, de mario Duarte

Construyendo la identidad del cine colombiano

Verónica Salazar

Escuela de crítica de cine

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Pelucas y rokanrol es la historia de Dino González, un peluquero rockero que se enamora, aparte de la música, de una sargento de la policía, con quien desarrolla una relación que pasa por numerosas etapas en los 90 minutos que dura la cinta. Su relación con esta atraviesa lo sentimental y lo legal, por lo que se alcanza a ver a los personajes en distintos matices que entablan un juego con el espectador y lo invitan a acompañar, mas no a sumergirse en la historia que tiene en la pantalla. Continuar leyendo

Tres anuncios para un crimen, de Martin McDonagh

Fábula de la furia

Gloria Isabel Gómez – Escuela de crítica de cine

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Muchas películas abordan el amor de una madre: Lo que estaría dispuesta a hacer por sus hijos, sus gestos de amor y su innegable capacidad de sacrificio. Sin embargo, en Tres anuncios para un crimen (Three Billboards outside Ebbing, Missouri) la protagonista es una mujer fuera de lo común, pues, a simple vista, sus acciones parecen más de odio que de amor y todas sus energías se concentran en hacer justicia por la hija que perdió, ignorando, por momentos al hijo que todavía le queda.

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Mother!, de Darren Aronofsky

De cómo preservar la vida… En filmes muertos 

Diana Carolina Gutiérrez – Escuela de crítica de cine 

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Entre odiado, docto confundidor de audiencias y laureado director de obras magnas se encuentra Darren Aronofsky con su última película Mother! (2017), extraña mezcla entre drama habitado por el suspenso y thriller psicológico mal logrado. Sin embargo, al osado Aronofsky lo han puesto junto al surrealismo místico de Jodorowsky o la grandeza cinematográfica de Lynch y Polanski. Surge en este sentido una pregunta fundamental para la crítica cinematográfica: ¿Hasta qué punto es válido, aceptable, viable, romper las tramas al espectador de tal manera que queda una desazón desestructurada?

Si se miran sus antecedentes como director, hay un asunto con los juegos psicológicos, como en La fuente de la vida (2006) o el Cisne Negro (2010) donde los personajes se debaten entre la cruda realidad y un “otro-mundo” imaginado en el cual se represa el inconsciente; mismo caso, más lisérgico, es el de Requiem for a Dream (2001).

Esa presencia de la complejidad de la psique humana se ve también en Mother! Una pareja -él, escritor y ella, ama de casa entregada a su marido y a forjar su hogar- son cuestionados por la repentina visita de dos desconocidos que misteriosamente se van inmiscuyendo en la vida del matrimonio, siendo bien recibidos por el escritor, pues ve en lo desconocido la posibilidad de creación, ocasionando en su mujer un constante malestar. Sin embargo, su esposa, carente de satisfacción en algunas especificidades y él, volando en un mundo absurdo falsamente poético, llevarán el estado de calma hogareño a un caos confuso, cruento y desmedido.

Es necesario hablar de la dirección de fotografía y dirección de actores para plantear de manera exacta una postura negativa sobre el planteamiento dramático del filme. Es claro que la historia se cuenta más desde ella que desde él; los constantes close ups de su rostro, los escorzos desde su visión y la cámara tipo thriller siguiendo todas su acciones por la casa nos dan falsas sensaciones de una película de terror que no va a consumarse.

¡Esto no está mal!, sin embargo, son esos close ups y seguimientos los que plasman una sensación de confusión premeditada, forzosa, como si le dijeran al espectador: ok, es momento para que le mire los pezones a Lawrence mientras le transmite la sensación de que algo malo va a pasar, y nada pasa y se ve en pantalla un recorrido vacuo por una sala vacía donde explotan el ícono por el ícono, nada poético, nada profundo, nada que cuente más y se va sintiendo quien mira como un idiota paranoide.

Si bien hay movimientos hacia detalles con asociaciones que pasan de lo físico a lo mental (una grieta en la pared que lleva a una idea, agua que se asocia con delirios), poco a poco todo se va haciendo difícil de creer, y no a la manera de Dogville (2003) que plantea un absurdo creíble, sino soso, arrastrándose cuadro por cuadro.

Hay una falencia constante culpa de los tiempos manejados para cada escena, pues gran cantidad de planos no dan el tiempo suficiente para generar la verosimilitud de extrañeza que se quiere generar con la mujer, ni para demostrar cómo surgen las ideas literarias en el hombre; más bien parece que el escritor se agarrara de una musa repentina que le trae como vómito su mejor texto en un pedazo de pergamino a la antigua. Asimismo, el caos o la muerte llegan de la nada -aunque esto es entendible para la sensación de absurdo dramático que el director propone- y no se sabe si atrae tal espectáculo o si es por completo falaz.

El asunto de la metáfora con la feminidad desde las heridas y la sangre, la presencia de la mujer/madre y la sensibilidad propia de la misma es de resaltar en el filme. En ella habitan fantasmas mentales que cumplen la función de generarle frustración matrimonial, presión y autoexilio donde ella misma teme que su hogar ideal sea un hogar-pesadilla, y su paraíso, condena dentro de esas situaciones sin aparentes causas lógicas que se van haciendo más cruentas, y en parte termina por sostenerlas un buen montaje sonoro, no su fuerza dramática, aunque esbocen cortísimos instantes lúcidos.

Los desconocidos a la casa son al relato como las preguntas incómodas al hombre, ese cuestionamiento que arranca lentamente un pedazo de nosotros, y si desgajan el primer pedazo, probablemente desgajen hasta los huesos -¿Cómo preservar la vida?- Le pregunta el escritor a su esposa, pero ni su literatura, ni sus acciones difíciles de digerir conservan la escasa vida del filme.

Entre tramas mal anudadas, este híbrido parece sembrar en el espectador la importancia de entregarse en cuerpo y alma al proceso creativo que es tan humano, aunque a veces vencido por la vanidad propia de la estrella y la banalidad oriunda del fan; solo queda, sin embargo, un desasosiego fílmico regurgitado. Y si hablan de poetas, hay que cerrar con una frase de Huidobro que le queda demasiado bien a esta peliculita: Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas! Hacedla florecer en el poema. En esta película, claramente, lo único que florece son desiertos de palabras.