The Wife, de Björn Runge

Cuando la historia depende de uno solo

Verónica Salazar – Escuela de Crítica de cine

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El cine en Hollywood, en su interés por hacerle pensar al espectador que está ante historias diversas, tiende a variar ligeramente sus fórmulas dentro de los límites que la misma industria se pone. Es sabido que este tipo de películas se hace pensando siempre en la receta y en su fácil acogida en el público, y The Wife no es la excepción. Sin embargo, es de esas piezas que no es completamente predecible ni completamente repetida, por lo que darle una mirada a su propuesta no está de más. Continuar leyendo

La mujer de los siete nombres, de Nicolás Ordoñez, Daniela Castro Valencia

El cine del posconflicto

Ángela Cardona – Escuela de Crítica de cine

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Hablar de conflicto armado, guerrilla, Farc y paz en Colombia toca fibras profundas en cada ciudadano del país, ya que ha afectado a todos directa o indirectamente. A partir de las experiencias y percepciones políticas de cada individuo estos temas adquieren definiciones y versiones muy variadas, pero en su mayoría se van hacia los extremos, es decir, en un país tan politizado y dividido, es común encontrar ideas opuestas, es blanco o negro, el asunto es que la realidad demuestra que la vida no es así, en el fondo todos nos movemos entre el bien y el mal, y es humano contradecirse para evolucionar nuestras ideas. Continuar leyendo

Pelucas y rokanrol, de mario Duarte

Construyendo la identidad del cine colombiano

Verónica Salazar

Escuela de crítica de cine

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Pelucas y rokanrol es la historia de Dino González, un peluquero rockero que se enamora, aparte de la música, de una sargento de la policía, con quien desarrolla una relación que pasa por numerosas etapas en los 90 minutos que dura la cinta. Su relación con esta atraviesa lo sentimental y lo legal, por lo que se alcanza a ver a los personajes en distintos matices que entablan un juego con el espectador y lo invitan a acompañar, mas no a sumergirse en la historia que tiene en la pantalla. Continuar leyendo

Tres anuncios para un crimen, de Martin McDonagh

Fábula de la furia

Gloria Isabel Gómez – Escuela de crítica de cine

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Muchas películas abordan el amor de una madre: Lo que estaría dispuesta a hacer por sus hijos, sus gestos de amor y su innegable capacidad de sacrificio. Sin embargo, en Tres anuncios para un crimen (Three Billboards outside Ebbing, Missouri) la protagonista es una mujer fuera de lo común, pues, a simple vista, sus acciones parecen más de odio que de amor y todas sus energías se concentran en hacer justicia por la hija que perdió, ignorando, por momentos al hijo que todavía le queda.

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Mother!, de Darren Aronofsky

De cómo preservar la vida… En filmes muertos 

Diana Carolina Gutiérrez – Escuela de crítica de cine 

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Entre odiado, docto confundidor de audiencias y laureado director de obras magnas se encuentra Darren Aronofsky con su última película Mother! (2017), extraña mezcla entre drama habitado por el suspenso y thriller psicológico mal logrado. Sin embargo, al osado Aronofsky lo han puesto junto al surrealismo místico de Jodorowsky o la grandeza cinematográfica de Lynch y Polanski. Surge en este sentido una pregunta fundamental para la crítica cinematográfica: ¿Hasta qué punto es válido, aceptable, viable, romper las tramas al espectador de tal manera que queda una desazón desestructurada?

Si se miran sus antecedentes como director, hay un asunto con los juegos psicológicos, como en La fuente de la vida (2006) o el Cisne Negro (2010) donde los personajes se debaten entre la cruda realidad y un “otro-mundo” imaginado en el cual se represa el inconsciente; mismo caso, más lisérgico, es el de Requiem for a Dream (2001).

Esa presencia de la complejidad de la psique humana se ve también en Mother! Una pareja -él, escritor y ella, ama de casa entregada a su marido y a forjar su hogar- son cuestionados por la repentina visita de dos desconocidos que misteriosamente se van inmiscuyendo en la vida del matrimonio, siendo bien recibidos por el escritor, pues ve en lo desconocido la posibilidad de creación, ocasionando en su mujer un constante malestar. Sin embargo, su esposa, carente de satisfacción en algunas especificidades y él, volando en un mundo absurdo falsamente poético, llevarán el estado de calma hogareño a un caos confuso, cruento y desmedido.

Es necesario hablar de la dirección de fotografía y dirección de actores para plantear de manera exacta una postura negativa sobre el planteamiento dramático del filme. Es claro que la historia se cuenta más desde ella que desde él; los constantes close ups de su rostro, los escorzos desde su visión y la cámara tipo thriller siguiendo todas su acciones por la casa nos dan falsas sensaciones de una película de terror que no va a consumarse.

¡Esto no está mal!, sin embargo, son esos close ups y seguimientos los que plasman una sensación de confusión premeditada, forzosa, como si le dijeran al espectador: ok, es momento para que le mire los pezones a Lawrence mientras le transmite la sensación de que algo malo va a pasar, y nada pasa y se ve en pantalla un recorrido vacuo por una sala vacía donde explotan el ícono por el ícono, nada poético, nada profundo, nada que cuente más y se va sintiendo quien mira como un idiota paranoide.

Si bien hay movimientos hacia detalles con asociaciones que pasan de lo físico a lo mental (una grieta en la pared que lleva a una idea, agua que se asocia con delirios), poco a poco todo se va haciendo difícil de creer, y no a la manera de Dogville (2003) que plantea un absurdo creíble, sino soso, arrastrándose cuadro por cuadro.

Hay una falencia constante culpa de los tiempos manejados para cada escena, pues gran cantidad de planos no dan el tiempo suficiente para generar la verosimilitud de extrañeza que se quiere generar con la mujer, ni para demostrar cómo surgen las ideas literarias en el hombre; más bien parece que el escritor se agarrara de una musa repentina que le trae como vómito su mejor texto en un pedazo de pergamino a la antigua. Asimismo, el caos o la muerte llegan de la nada -aunque esto es entendible para la sensación de absurdo dramático que el director propone- y no se sabe si atrae tal espectáculo o si es por completo falaz.

El asunto de la metáfora con la feminidad desde las heridas y la sangre, la presencia de la mujer/madre y la sensibilidad propia de la misma es de resaltar en el filme. En ella habitan fantasmas mentales que cumplen la función de generarle frustración matrimonial, presión y autoexilio donde ella misma teme que su hogar ideal sea un hogar-pesadilla, y su paraíso, condena dentro de esas situaciones sin aparentes causas lógicas que se van haciendo más cruentas, y en parte termina por sostenerlas un buen montaje sonoro, no su fuerza dramática, aunque esbocen cortísimos instantes lúcidos.

Los desconocidos a la casa son al relato como las preguntas incómodas al hombre, ese cuestionamiento que arranca lentamente un pedazo de nosotros, y si desgajan el primer pedazo, probablemente desgajen hasta los huesos -¿Cómo preservar la vida?- Le pregunta el escritor a su esposa, pero ni su literatura, ni sus acciones difíciles de digerir conservan la escasa vida del filme.

Entre tramas mal anudadas, este híbrido parece sembrar en el espectador la importancia de entregarse en cuerpo y alma al proceso creativo que es tan humano, aunque a veces vencido por la vanidad propia de la estrella y la banalidad oriunda del fan; solo queda, sin embargo, un desasosiego fílmico regurgitado. Y si hablan de poetas, hay que cerrar con una frase de Huidobro que le queda demasiado bien a esta peliculita: Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas! Hacedla florecer en el poema. En esta película, claramente, lo único que florece son desiertos de palabras.

Game of Thrones

Dos defectos de la séptima temporada (Con spoilers, obviamente)

Gloria Isabel Gómez

Escuela de Crítica de Cine

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Hace años, cuando comencé a ver Game of Thrones, quería que Jon Snow tuviera un romance con Daenerys, pero siempre creí que era solo una ilusión de fanática y que en la lógica de la serie eso no sucedería. Sin embargo, en la séptima temporada pasó, y no fue el único acontecimiento que sorprendió a todos los espectadores.

Esta temporada tuvo algunos aciertos pero fueron superados por dos grandes defectos:

Desde que en el último episodio de la sexta temporada Varys fue y volvió de un continente a otro en menos de media hora, comenzó a gestarse lo que este año sería un desastre episodio tras episodio: el desequilibrio. Cada serie tiene un tempo y un ritmo particular que construye durante cada entrega. Game of Thrones nos acostumbró a que las distancias entre un lugar y otro eran vastas e inmensas. Pero esta vez, los personajes y los cuervos iban y volvían a su antojo durante el mismo episodio, lo que restaba coherencia narrativa a la serie, llenándola de vacíos argumentales.

Cuando un espectador tiene herramientas visuales previas de un universo ficticio se vuelve más sagaz, se concentra más en los detalles: Por eso las cadenas con las que sacaron al dragón del agua fueron más protagónicas que la impresionante secuencia en la que ese mismo dragón cae del cielo, se desangra y muere. Por esa misma razón, todos nos preguntamos ¿Por qué Sansa y Arya no acudieron a Bran para resolver su disputa? ¿Cómo es que Gendry vio que el oso tenía ojos azules a esa distancia y en medio de una tormenta de nieve? En una de las escenas eliminadas de esta temporada, Sansa visita al Cuervo de Tres Ojos para esclarecer las intenciones de Little Finger. Si se grabó, fue porque los guionistas sabían que sería poco lógico que la conversación no sucediera, pero se descartó* para generar sorpresa durante el episodio final.

El otro defecto de esta temporada es que fue demasiado complaciente. A pesar de las fastuosas escenas de batallas y combates ningún personaje de las familias importantes (Lannister, Stark, Targaryen) sufrió afectaciones serias durante los seis episodios (la muerte del dragón impactó más a los espectadores que a la misma Daenerys). Dramáticamente, esto pone a la serie en aprietos. Es posible que el hecho de que los capítulos ya no estén basados en los libros publicados por George R. R. Martin tenga mucho que ver. Los guionistas se han liberado totalmente del canon oficial de la saga y esto inevitablemente afecta la versión televisiva.

También está claro que el presupuesto de cada episodio aumentó ostensiblemente: Dragones en primeros planos, la aparición de Nymeria y los extras que participaron de las batallas son algunos ejemplos. Un amigo me dijo: “Esta temporada fue más de los productores que de los guionistas”, y tiene razón por las formas obvias en las que economizaron con diálogos: tiempos, recorridos y escenas que hubieran hecho de esta una temporada grandiosa.

A medida que avanzaba la temporada, el nivel de complacencia se unió cada vez más al desequilibrio ya mencionado: Nos alegramos porque Bronn y Jamie sobrevivieran al ataque de Daenerys con los Dothraki, pero nos decepciona que hayan salido del lago como si nada, y peor aún, que hayan llegado a King’s Landing con facilidad. Olenna confiesa haber asesinado a Joffrey y nos complace que sea soberbia y tenga una muerte tranquila, pero nos cuestiona el porqué Jamie no la atacó más ferozmente después de conocer esa información (Porque por más blando que se haya vuelto el personaje, él es el Kingslayer).

Como espectadora, terminé esta temporada con dos sensaciones contrarias: la alegría por los personajes que se reúnen, se aman y sobreviven, pero la decepción por la historia que los llevo a ello, tan comprimida en siete episodios que no le hace justicia a esa premisa prometida: “Winter is here”.

* HBO no ha publicado los videos con las escenas eliminadas pero Isaac Hempstead Wright contó algo sobre la escena en cuestión.

Publicado originalmente en: https://elcinesana.wordpress.com/

Okja, de Joon-ho Bong

La conciencia dormida

Nataly Erazo O.

Escuela de crítica de cine

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Creíamos estar al frente de una cándida película asiática cuyo poster promocional prometía fantasía y dulzura. La silueta de una mascota gigante halada por su pequeña dueña parecía ser un homenaje a Miyazaki y su Castillo Vagabundo.

Empieza la cinta en un bosque idílico y sus protagonistas rebasan la ternura y la complicidad entre un animal y su humano, o entre un humano y su animal. Pero ya la sinopsis nos advertía algo, y entonces miramos con recelo cada paso y cada toma, como quien se come a cucharadas un helado que espera nunca terminar.

Okja es un cerdo de inmensas proporciones creado en un laboratorio,  y llevado a las montañas de la capital de Corea del Sur como parte de un experimento. La multinacional cárnica regresa diez años después para comprobar los resultados de su prueba, y de paso arruinar la vida de Mija, su única y mejor amiga.

El animal trofeo es llevado a Estados Unidos y la pequeña lo sigue sin pausa y con determinación para buscar su liberación. En el camino la cruza un grupo de animalistas, y así se desenvuelve una película entre un humor extraño, una realidad distópica pero cercana, y el nada tácito mensaje de ecología y respeto entre especies.

Bong Joon-ho, el director coreano, ya nos había demostrado su inventiva para la ciencia ficción en The host donde un monstro, también resultado de una mutación genética, se tomaba la ciudad de Seúl. En esta pieza estaba claro el rol del antagonista, y la mirada de enojo del espectador estaba bien ajustada a las desproporciones de la bestia.

Sin embargo, para esta entrega, el realizador  pone su acento en la inocencia de los animales y la tiranía del hombre, y convierte su obra en un panfleto activista que logra desmoronar las más fuertes convicciones, y robar lágrimas de compasión y culpa.

Okja no solo abre el debate sobre el papel del séptimo arte como instrumento pedagógico y promotor de causas, sino que propone una nueva discusión sobre las plataformas de circulación y comercialización del cine. Puristas y defensores de la gran pantalla, de la magia del proyector y el silencio de las salas, no han menguado su molestia ante la decisión del director y sus productores de lanzar en simultáneo la película en Netflix.

El 28 de junio figuraba en los teatros, pero también en la comodidad de los computadores, el título de esta cinta. Y así se reinventaba el papel del espectador, y las rutinas que se tejen en los últimos años para los cinéfilos.

La tecnología, el confort y el individualismo, nuevos códigos para entender las tendencias no solo de los hacedores de cine sino de sus consumidores.

Por lo pronto, la aparición de Okja en Nexflix sirve para enfrentar su principio y fin en la soledad del hogar, desatar el llanto sin prejuicios,  ponerle pausa cuando sea necesario, tomar aire, y en definitiva, ajustar la dieta.

Piratas del Caribe: La venganza de Salazar, de Joachim Rønning, Espen Sandberg

Héroe borracho y patético

Manuel Zuluaga

Escuela de Critica de cine

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Con más de 15 años desde el estreno de la primer película de la saga de Piratas del Caribe, Disney Channel empresa productora, al igual que con otras de sus franquicias, ha conseguido una fanaticada significativa y una rentabilidad económica que deberían apuntar a consolidar argumentos, personajes, y aventuras que llamen la atención como para continuar asistiendo a cine a ver la siguiente película. Sin embargo, la más reciente entrega de la saga protagonizada por Johny Deep decepciona y falla en este sentido.

Mientras el Capitán Jack Sparrow busca la manera de conseguir una nave, es buscado por el joven corsario Henry Turner, quien espera recibir su ayuda para encontrar el tridente de Poseidón, artefacto que acaba con todas las maldiciones del mar. En su búsqueda se cruzan con Caryna Smyth, astrologa que está segura de saber llegar al sitio donde se esconde el tridente.

Por otra parte, un capitán fantasma, Salazar, quien fue derrotado por Jack, lo busca para vengarse con la amenaza de que toda su tripulación es inmortal, lo que pone en jaque a Sparrow y por lo cual tiene la necesidad de encontrar el tridente. Esta situación lleva a los personajes a lo largo del metraje por distintas peripecias en el mar y que, con creatividad y lucidez, divierten en todo momento, pero revelan las falencias del guión, como síntoma de la crisis que vive Hollywood en la actualidad.

La película se vendió con la idea del regreso a la franquicia de Orlando Bloom, que desde el año 2008 había decidido abandonar el personaje de Will Turner en la tercera entrega de la saga. En la venganza de Salazar, ocupa una participación minúscula, cuya relevancia es la excusa gratuita y cliché para la incorporación de un nuevo personaje, su hijo, quien decide salvarlo. Ese detonante lleva a Henry Turner hasta Jack Sparrow, esperando recibir su ayuda.

El paso a seguir para completar la fórmula de la casa, sería que Sparrow encontrase utilidad en él para aceptar el trato, solo que esta vez, por lo que parece ser una serie de circunstancias desafortunadas, el capitán no tiene ningún objetivo, y más que nunca, se la pasa borracho. Se ha convertido en un personaje patético, sin encanto, y que a lo largo de la historia resulta irrelevante, sin hacer nada que avance la trama.

Solo en el viaje hacia el tridente de Poseidón, se cruzará con el enemigo que espera acabar con su vida, y que se presenta como principal obstáculo para conseguir el preciado tesoro. Lo más decepcionante en la situación, es que Sparrow no hace nada por confrontar al antagonista, en cambio, es salvado una y otra vez por esos personajes que son nuevos en la saga. De aquellas habilidades que tanto gustan en su personaje, ya no queda ninguna.

La presencia de algunos personajes secundarios llena la historia de matices y de comedia, que empobrecen aún más la caracterización de Jack, y conducen a preguntarnos por su fin. La extinción del único pirata que ha tenido continuidad en el cine, y que se esperaría fuese un tema más explotado en el séptimo arte, como lo ha sido por la literatura, o inclusive la televisión, con el referente más cercano, Black Sails, una propuesta llena de crimen, inteligencia y aventura.

Esta película me deja con la misma sensación de la famosa anécdota de Indiana Jones y los cazadores del Arca Perdida, en donde sí se extrae al personaje interpretado por Harrison Ford, la historia se desarrolla exactamente igual, indicando así la mala construcción del guion. En la quinta entrega de esta saga, todo apunta a expandir un universo de aventuras, en el que se incluyan más personajes ¿qué reemplazaran a Jack? Hay casos de grandes sagas de Hollywood en las que una película sirve de enlace entre otras, X-men, Rocky, etc.

Para terminar, y con un poco de pesimismo, para todos los que gustan de la saga de piratas, pronostico un fin cercano para la historia y los invito a no ver la película si no quieren dañar su visión sobre el Capitán Jack Sparrow. A todos quienes les es indiferente, la película garantiza dos horas llenas de humor y entretenimiento.

Silencio, de Martin Scorsese -A favor-

Sometimes silence is the deadliest sound

Manuel Zuluaga – Escuela de Crítica de cine

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Pantalla en negro, se oye la voz áspera y juvenil de Martin Scorsese que dice al protagonista de su película con cierto tono agresivo: “Los pecados no se redimen en la iglesia, se redimen en las calles, se redimen en casa, el resto es cuento y tú lo sabes…“ Así  inicia Malas Calles, tercer largometraje de su carrera, estrenado en 1973. En contraste, el inicio de Silencio, su nueva película. Pantalla en negro, se oye el ambiente de una selva lluviosa, de repente, un silencio total y un título gigante, inicia el film.

La primera, en la Nueva York de los años setenta,  trata sobre un aprendiz de gangster que se ve envuelto en problemas por los atrevimientos de sus amigos, a quienes busca proteger como acto de redención ante dios. La segunda, trata sobre el esfuerzo inhumano de dos posiciones, por un lado, el de los peregrinos de la iglesia católica en Japón, y por el otro, el de los líderes japoneses que buscan exterminar esta empresa. Ambas enfrentadas por un acto de fe, y en la que cada personaje vive su propio acto de contrición en la búsqueda por mantenerse firmes en sus objetivos, y que el proceso no les desbarate la fe.

Las dos escenas mencionadas, dan muestra de los intereses que rondan la obra scorsesiana, redención y sentido espiritual; ambas presentes a través de recursos narrativos acertados, y sobre todo, de una posición personal clara. El italoamericano en algún momento de su vida quiso ser sacerdote y esto ha influido en su obra, tanto como para Bergman influyó que su padre fuese un pastor luterano represivo.

Esta vocación fallida, hace presencia en cada una de sus películas, pero en Silencio, retoma de una manera más explícita sus inquietudes de fe, rescatando la tenacidad del ser humano por continuar, por cumplir sus propios objetivos, como un asunto de fe en sí mismo. Es decir, su interés está en presentar unos personajes que en el fondo no se traicionan, sino que avanzan con convicción, y esta llega por mandato divino. Ya en Kundum (1997), exploraba esto, cómo los seres humanos somos capaces de anteponemos a situaciones  infranqueables, cómo un pequeño Dalai Lama debe regir un mundo espiritual y soportar la invasión china al Tíbet.

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Silencio, de Martin Scorsese -En contra-

Cuando el alma interfiere

Santiago Colorado – Escuela de Crítica de cine

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Lo primero que hay que entender es que esta no es una película compleja. Si bien su título se refiere a la difícil cuestión de creer o no en un dios silente, este tema solo es abordado en un par de escenas y únicamente a través los pensamientos del protagonista, sin que esto intervenga en sus acciones; quedando así relegado a un segundo plano y dando paso a otros tópicos más importantes en el relato. En ellos, Scorsese pareciera desarrollar un escabroso dilema, pero en realidad lo único complejo allí son las situaciones que se presentan, mas no el tema como tal; y aunque claramente las decisiones que deben tomar los personajes son complicadas, eso no hace que ellos lo sean.

Más que una reflexión compleja, esta cinta es una exploración sobre la inmutabilidad de las creencias. Y aunque esta tesis puede ser tan válida como cualquier otra, su planteamiento restringe la diversidad propositiva de la película y el conflicto obliga a que los personajes se encasillen en una posición u otra, para luego desacreditar dicho conflicto y terminar concluyendo que nadie puede cambiar su fe. A pesar de las complicadas situaciones de la película, al final ninguno de los personajes sufre un cambio ideológico, y aunque no siempre tiene que haberlo, esta homogeneidad se torna un poco inverosímil y hace que los personajes sean menos interesantes.

De igual manera, otro importante inconveniente es el innegable maniqueísmo que hay en el tratamiento de la historia. Aunque hay varias ocasiones en que se intenta comprender el punto de la vista de los líderes japoneses, al final esas intervenciones terminan siendo una mera fachada para disimular el favoritismo de la película hacia el protagonista y la constante villanización de quienes piensan diferente a él. Todos los argumentos de la película llevan a concluir que los líderes japoneses son ‘los malos’ y todas las manifestaciones cristianas terminan encontrando su redención; de nuevo, tornando el discurso de la película en algo un poco inverosímil y, sobre todo, situándolo en una amañada y categórica posición que termina afectando la percepción de lucidez y claridad de la película.

Y es que aunque la religiosidad de Scorsese le sirve de combustible a la cinta, a la vez parece que afecta la claridad de sus elementos. Un ejemplo particular es el montaje: extrañamente, en esta oportunidad resalta como otro desacierto por sus tendencias experimentales y preceptos facilistas (como el uso innecesario de flashbacks). Aquí la edición no sólo sacrifica la continuidad en favor del ritmo sino que compromete los cimientos básicos de claridad narrativa. Shoonmaker pareciera agotar su característica más distintiva como editora haciendo una cierta mezcla entre Goddard y Malick que, más que innovadora o necesaria para el la película, termina siendo una distracción.

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