Pedro Páramo, de Rodrigo Prieto

De los vivos y los muertos

Oswaldo Osorio

Otro pulso que pierde el cine con la literatura. Y no es que esta sea una mala película, pero ese el precio de meterse con ciertas obras únicas. “La novela presta, sencillamente, materia a la película, y lo único que la distingue de cualquier otro argumento, su calidad artística, eso no puede trasuntarlo a la versión cinematográfica”, dice Francisco Ayala. Por eso los best sellers son más fáciles de adaptar, porque su esencia es el argumento, no el estilo. El problema es que Juan Rulfo no solo tiene un estilo, sino un universo y una mirada que parecen solo adquirir sentido a través de las palabras.

“Después sintió que la cabeza se le clavaba en el vientre. Trató de separar el vientre de su cabeza; de hacer a un lado aquel vientre que le apretaba los ojos y le cortaba la respiración; pero cada vez se volcaba más como si se hundiera en la noche.” Así muere Susana en el libro, pero la película, lo único que puede hacer, es pedirle a la actriz que se doble sobre su regazo. Es una imagen muy triste, no por la muerte, sino por su pobreza frente al texto. Igual ocurre con ese largo y húmedo párrafo en que Rulfo describe cuando Pedro, de niño, está en el baño y acaba de escampar, pero la película lo despacha con tres groseros planos de goteras y gallinas.

Insisto en que no le estoy pidiendo fidelidad al cine frente a la literatura, porque incluso esta adaptación se muestra muy temerosa de apartarse del texto, sino que recalco sus límites, en especial ante ciertas obras, como esta, que es uno de los más espléndidos y fundacionales momentos de la literatura en habla hispana. Es el precio que se paga con ciertas obras, que esos límites nunca le permitirán brillar especialmente a la adaptación. Aun así, es importante que se hagan, porque seguramente esta versión de Netflix la dará a conocer a las nuevas generaciones y hasta la querrán leer.

Hecha esta larga aclaración, puede decirse que el conocido director de fotografía Rodrigo Prieto, en su debut como director, y teniendo en cuenta lo ya dicho, ha realizado una adaptación digna (ya se han hecho otras cuatro, algunas con menos fortuna). En general, ha conseguido ese equivalente integral del que hablaba André Bazin, esto es, que las sensaciones al leer la novela tengan su contraparte al ver la película. Claro, unas sensaciones son frente a la historia, los personajes, las emociones y las atmósferas, porque ya sabemos que se pierde el deleite poético literario, incluso cuando se calca un diálogo del libro (como bastante ocurre aquí), pues muchas veces hay frases que funcionan para ser leídas, pero no para ser pronunciadas por un actor. Un diálogo literario, en cine, rechina.

El caso es que Prieto nos cuenta con entereza y sin traición la historia de cuando Juan Preciado llega a Comala en busca de su padre, así como la historia de este, Pedro Páramo, un gamonal sin escrúpulos y mal amado. El relato de cine también es fiel al escrito (tanto como un montón de piedras) en su estructura narrativa discontinua, algo que bien pudo haber desatendido, pues si ya se había aligerado el asunto pasándola al cine, una narración lineal la habría agradecido el público general de Netflix.

De ahí que el código fundamental de la obra, que es esa movediza relación entre el mundo de los vivos y el de los muertos, sea más orgánica al leerla que al verla, pues la imagen aquí no hace casi nunca diferencia entre lo uno y lo otro. Aun así, cuando algún indicio o gesto visual anuncia el paso al mundo de los muertos, la sensación es potente y, generalmente, bien lograda. Entonces ahí es cuando mejor se activa y cumple su rol la puesta en escena, empezando por ese pueblo fantasma, polvoriento y descascarado, así como por la caracterización de los personajes, que permite identificar con facilidad en qué punto de la línea del tiempo se encuentra el relato.

Entonces aquí tenemos esta nueva versión de Pedro Páramo, que alcanza a sacar la cabeza, y hasta el torso, a la superficie de las buenas adaptaciones, esforzándose en que el temprano realismo mágico de Rulfo se vea sin esfuerzo, recreándonos con esmero a Comala y la Media Luna, poniéndole rostro a unos personajes que antes solo eran tinta y buscando ser fiel al texto de una forma casi irritante. Una película que bien se deja ver y que se suma a esa nueva “biblioteca” que ahora son las plataformas de streaming.

The Wife, de Björn Runge

Cuando la historia depende de uno solo

Verónica Salazar – Escuela de Crítica de cine

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El cine en Hollywood, en su interés por hacerle pensar al espectador que está ante historias diversas, tiende a variar ligeramente sus fórmulas dentro de los límites que la misma industria se pone. Es sabido que este tipo de películas se hace pensando siempre en la receta y en su fácil acogida en el público, y The Wife no es la excepción. Sin embargo, es de esas piezas que no es completamente predecible ni completamente repetida, por lo que darle una mirada a su propuesta no está de más. Continuar leyendo

Ceguera, de Fernando Meirelles

La civilización en tinieblas

Por: Oswaldo Osorio

Cierra los ojos y verás, decía  el pensador francés Joseph Joubert. Pero está sugerente máxima, que hace referencia a la lucidez y al entendimiento, está muy lejos de ser asumida debidamente por todas esas personas que en esta película quedan ciegas. Aquí, no ver, es sinónimo de oscuridad total, de la vista y el entendimiento. Esa oscuridad en la que están sumidos todos es tomada por Fernando Meirelles (en su adaptación de Ensayo sobre la ceguera, del Nobel José Saramago), tanto como para crear una trama contada en clave de dramático thriller, como de alusión a la vulnerabilidad de la naturaleza humana y su civilización, la física y la moral.

La verdad es que el esquema que propone, tanto la fuente literaria como el filme, es harto conocido, esto es, poner a un grupo de personas, representativas de la sociedad, en una situación extrema y luego dejar que se desarrolle el drama producto de la tensión existente entre esas otras dos máximas, una que dice que el hombre es malo por naturaleza (Hobbes) y la otra que afirma que es bueno pero la sociedad lo corrompe (Rousseau). El señor de las moscas, de William Holding, es el referente más cercano, pero con el drama adicional de tratarse de niños.

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