Dolor y gloria, de Almodóvar

Recapitulación de vida

Oswaldo Osorio

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Almodóvar (ya no necesita el nombre) siempre ha sido sincero con su cine, pero en esta película hace de esa sinceridad la esencia de su propuesta. Luego de más de una década de balbuceos y salidas en falso con sus historias vuelve a mostrar su talento y corazón de la mano de una película autobiográfica, en la cual recapitula algunos momentos, sensaciones y personajes de su vida para crear un relato sólido, emotivo y lleno de guiños para quienes conocen su vida y obra.

De nuevo se trata de la historia de un director de cine, pero en esta ocasión es más él que cualquier otra alusión de ficción que haya hecho a su oficio antes. Se trata de un director envejecido y achacoso, anegado en una crisis creativa que lo lleva a devolverse al pasado y casi a caer en las fauces de la adicción. Su primera pasión, su primer amor verdadero y su madre son los motivos que mueven este argumento y sus emociones, que las hay muchas y bella y sutilmente desarrolladas.

Con un melodrama depurado por la experiencia y su dedicación a pensar y expresar las emociones y sentimientos, Almodóvar recurre, como pocas veces lo ha hecho, a una historia de hombres, sobre todo de uno, que parece él mismo, una autoficción, como le reprocha su madre en la película (y seguramente alguna vez en la vida real). Por eso esta historia tiene una conexión directa con, justamente, su última mejor película: Volver (2006), en la que desatiende los reclamos de su madre y habla de ella y un poco de su infancia, como lo hace aquí también.

Entre la historia de un director achacoso y un niño vivaz y precoz va dando saltos el relato, por lo que en algún momento parece una inconexa relación de eventos aotobiográficos, pero paulatinamente el leitmotiv emocional va tomando forma hasta quedar perfectamente redondeado hacia el final. Porque, en retrospectiva, se evidencia un universo cruzado por los mismos sentimientos dirigidos a distintos momentos y personajes, todo ello recalando en ese oficio de contador de historias, ya en un espontáneo relato, un guion o una película.

El Almodóvar que se puede ver aquí es uno que ya ha sabido tomar distancia de sus excesos y delirios, de sus facilismos dramatúrgicos y temas provocadores. Este Almodóvar parece ser ese viejo achacoso que se ve al final de esta película y que por fin decide romper con el vacío creativo que lo había aquejado. Entonces el personaje y el autor se funden en una película (como lo sugiere la imagen que acompaña este texto) llena de momentos emotivos y conmovedores, constituida por episodios que parecen ir a la deriva en una rememoración fílmica autobiográfica, pero que finalmente resultan ser un universo emocional orgánico y lleno de sentidos.

Y así es como el miedo de ver a un admirado director envejecido desaparece, y nace la esperanza de que estamos ante un nuevo envión creativo de uno de los autores más importantes y entrañables de nuestro tiempo.

 

Julieta, de Almodóvar

La pérdida y la culpa

Oswaldo Osorio

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El universo Almodóvar cada vez se hace más intrincado emocionalmente y disperso argumental y dramatúrgicamente. Lejos están ya esas historias sólidas en su relato, llamativas en su puesta en escena y contundentes en lo que tenían que decir en torno a los personajes y sus sentimientos. Volver (2006) fue la última con estas características. Ahora hay que enfrentar, con una mezcla de expectativa y aburrimiento, la posibilidad de que este querido cineasta solo esté en una de sus búsquedas o que ya haya perdido su genio.

En esta película hay todo un rodeo, un poco lánguido y desordenado, para llegar a esas emociones intrincadas. La protagonista es, naturalmente, Julieta, joven profesora o madre enajenada por la tristeza, según el momento en que se encuentre el relato. Porque este salta del pasado al presente para poder contar el origen de los pesares de todos los personajes y luego desarrollar sus hondas consecuencias. Para hacer esto, el director español apela a una voz en off disfrazada de diario, un recurso que usa habitualmente, y que es lo menos convincente de su método para construir historias, por obvio y facilista.

El caso es que hay que soportar como dos tercios del relato para llegar a ese gran giro que empieza a darle otra perspectiva al drama y a los personajes. En el ínterin, el melodrama y las situaciones y personajes “de preparación” para el final de intrincadas emociones que he llamado aquí, se van dando con soltura narrativa, pero sin mayor fuerza ni mucho interés en términos dramáticos. Es posible tal vez prever que tanta materia prima argumental y emocional luego será usada para un fin más sólido e intenso, pero no por eso deja de ser un poco tedioso y desabrido el proceso.

Cuando llega el gran giro, realmente se puede ver a la protagonista con otros ojos, pues toda esa carga dramática y la tristeza inmensa que le cae de golpe cambian el ritmo y la atmosfera del relato. Incluso cambia la actriz. Y allí es cuando aparecen las soterradas emociones para las que don Pedro nos estaba preparando, en especial la culpa y el dolor por la pérdida. Pero también aparecen insólitas relaciones y sentimientos entre los personajes que no eran posibles prever. Y hacia el final, otro gran giro, que vuelve y revuelca esa marejada de profundas y complejas emociones, que apenas luego de salir de la sala se pueden digerir y dimensionar debidamente.

Esta película de Almodóvar, entonces, produce sensaciones contradictorias, en especial por las decisiones tomadas a la hora de construir el relato. La enorme diferencia que hay entre gran parte de la historia y su último segmento, dejan el bizco juicio: denigrarla o celebrarla, soportarla o emocionarse. Tal vez esté perdiendo el genio, como ya dije, igual que ocurrió con sus últimas películas, o probablemente esta dicotomía esté en la naturaleza de los textos de Alice Munro en que se basa, los cuales ya tendré que leer para saberlo.