Batman: El caballero oscuro, de Christopher Nolan

Las horas más oscuras de un héroe

Por: Oswaldo Osorio

Con Batman inicia (2006) nació el mejor Batman del cine, aun contradiciendo la regla que afirma que casi nunca las secuelas de una película son buenas y mucho menos la quinta. Las apuestas acaban de subir con ésta, la era Christopher Nolan, cuando su segunda cinta sobre el hombre murciélago sostiene un nivel jamás alcanzado. Esto parece una herejía, porque implica pasar por encima del gran Tim Burton y sus dos primeras entregas, pero es que frente a esta nueva versión se encuentra el talentoso director de Following (1998), Memento (2000) e Insomnia (2002).

Los superhéroes salidos de los cómics casi siempre han sido explotados por el cine para crear películas de acción y aventuras y para hacer alarde de los últimos avances en efectos especiales. Por lo general, después de una primera e impactante entrega viene una seguidilla de filmes menores que sólo buscan capitalizar el éxito inicial. Ocurrió con Supermán en los ochenta y con Batman en los noventa. Esta última saga llegó a un nivel casi indignante con las versiones de Joel Schumacher (Batman eternamente y Batman y Robin), que fueron esquemáticas en su tratamiento argumental, así como chillonas y superfluas en su tratamiento visual.

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La mejor cara del Guasón

En realidad, por ser un villano, la mejor cara debe ser la peor. Este personaje nació con el mismísimo Batman, en la primera entrega del cómic en 1940. Desde entonces ha sido dibujado e interpretado de distintas formas. Lo que lo define, en esencia, es que es un sicópata. No busca dinero ni poder, sólo causar caos y hacerle todo el daño posible a Batman, pero nunca matarlo porque eso acabaría con la diversión. Veamos algunas versiones:

El dibujado. Ha mutado de apariencia según el dibujante y los tiempos. Igualmente lo han caracterizado de distintas formas: amenazante, torpe, loco, payaso o vulgar criminal.

 

 

 

El de César Romero. Un poco ingenuo y tonto como correspondió a la serie de televisión de los años sesenta, con su estética camp y esos golpes que mostraban su sonido con palabras.

 

 

 

El de Jack Nicholson. Tan desquiciado, delirante e ingenioso como el cine de Tim Burton. También tan abusivamente histriónico como el actor que lo interpretó.

 

 

 

El de Heath Ledger. Más que por la acertada interpretación, su verdadera fuerza viene de la forma como fue concebido, desde su nada glamuroso maquillaje, hasta el extremo sicopático al que el director Christopher Nolan lo lleva. El único de todos que realmente perturba.