St. Vincent, de Theodore Melfi

El gruñón y el inocente

Íñigo Montoya


Una película divertida y entretenida pero predecible y complaciente. Es una lástima cuando uno se encuentra con esta contradicción, producto de una calculada combinación entre un cine inteligente y prometedor, pero desarrollado con recursos gratuitos y facilistas, que además apelan a lo más elemental de las emociones del espectador.

La historia parte de un esquema conocido,  pero que en ocasiones ha dado para unos relatos originales y de calidad. Este esquema es el encuentro entre dos contrarios que terminan, no solo conviviendo, sino además con unos estrechos lazos afectivos: de un lado, un viejo gruñón, empobrecido y políticamente incorrecto, y del otro, un inteligente pero inocente niño de buen corazón y que siempre sigue las reglas.

El esquema da para una divertida y emotiva trama llena de humor (visual y negro), sentimentalismo, aventuras, dramas y pilatunas (porque el viejo a veces se porta como un niño y el niño a veces tiene la madurez de un viejo). En el camino, se desarrollan los conflictos de un lado y de otro, lo cual contribuye a que se fortalezca la relación. Todo está muy bien puesto en esta cinta y el esquema funciona perfectamente, pero el espectador siempre está un paso delante de la trama. Poco sorprende y nada nuevo dice.

Esta sensación es subrayada por la presencia de Bill Murray, quien se ha convertido en la última década en un actor de culto, eso a pesar de que casi siempre en sus protagónicos tiene el mismo registro, esto es, el viejo antisocial y de gesto siempre desganado que carga en una mano un trago y en la otra un cigarrillo. Así lo estamos viendo desde que empezó sus colaboraciones con Wes Anderson (Rushmore, Viaje acuático, Los excéntricos Tenembaum, Moonrise Kingdom), pasando por Perdidos en Tokio, hasta las Flores Rotas de Jarmush.

Tierra de zombis, de Ruben Fleischer

Reglas para matar zombis

Por: Íñigo Montoya

Las películas de zombis, desde que George A. Romero filmó su partida de nacimiento en 1968, han dado para todo, desde historias de horror, pasando pos chapucerías de la Serie B, hasta hilarantes comedias negras. Este último es el caso de Tierra de zombis, una comedia desenfadada a la que le interesa más crear situaciones y personajes divertidos que construir una sólida historia sobre la mitología zombi.

Por eso el planteamiento es tan simple como efectivo: una película de carretera en la que los personajes van de un lugar a otro matando zombis y creando lazos afectivos entre ellos. Porque en el fondo también habla de las personas y de las actitudes que asumen en esas circunstancias extremas, que si bien por el tono de la película no son dramáticas, aún así afloran aspectos esenciales de la naturaleza humana.

La película cuenta, además, con un guiño cinéfilo que, al mismo tiempo, es un homenaje a un actor muy querido por la cinefilia, Bill Murray, quien aparece interpretándose a sí mismo demostrando el particular sentido del humor con el que ha construido su carrera.

En definitiva, estamos ante una cinta de vacaciones, entretenida y divertida, llena de gags (chistes visuales) y diálogos ingeniosos. Una película especialmente para los fanáticos de este tipo de cine, para los que aprecian el cine de zombis, un poco el mal gusto, el humor entre tonto e inteligente y, por supuesto, a Bill Murray.