Los juegos del destino, de David O. Russell

Baila conmigo

Por: Oswaldo Osorio


Esta película tiene casi todos los elementos de una comedia romántica: el esquema del chico que conoce a la chica, el conflicto en relación con la batalla de los sexos y hasta el final feliz. Pero no lo es porque le falta, precisamente, el humor, y es que en realidad se trata de un fuerte drama (al menos en principio) en el que los problemas sicológicos de la pareja protagónica parecen conflictos insalvables, lo cual la hace una cinta intensa y muy atractiva (de nuevo, al menos en principio).

Además, es una historia que, más que de amor, es sobre el desamor, un sentimiento que define a los personajes y sus erráticos comportamientos, pues haber perdido a su pareja, por una u otra circunstancia, es lo que los desestabiliza de tan mala manera y lo que propicia que su encuentro sea intrigante y cargado de fuerza. Y aunque el apoyo de la familia es crucial, la verdad es que su mejoría depende de ellos mismos, de hallar una “estrategia”, ya sea el baile o correr o incluso encontrar a alguien aún más loco.

Y cuando el “chico conoce a la chica” se desata una batalla de histerias, neurosis y desquiciamientos que los empieza a construir como personajes, que una atípica pero electrizante relación y nos revela el peso de su desorden y la tensión diaria que viven –ellos y sus familias- por la constante inminencia de una recaída. Esta situación resulta realmente intensa y con la fuerza suficiente para estar atentos a estos personajes y a su nada prometedor futuro.

Sin embargo, luego de este original y brioso arranque, durante la otra mitad de la película entran en juego otros recursos a los que no se les puede definir con esos adjetivos. Por un lado, están las excéntricas (por no decir las casi inverosímiles) supersticiones del padre de Pat, y por otro, el hecho de que parte de la solución del conflicto y todo el clímax dependen de una improbable apuesta.

Estos recursos le quitan la fuerza y credibilidad a una historia que dependía de la construcción sicológica de la pareja protagónica y de la emocionalmente intrincada relación que van desarrollando. Es a partir de ellos que obligan al argumento a dar un giro gratuito y forzado para aumentar artificialmente la intensidad de la historia y su desenlace.

Sin duda se trata de una película entretenida y cargada de emociones, sobre todo durante la primera mitad, cuando realmente plantea un drama que seriamente nos hace sufrir con los protagonistas, pero luego, con todo ese artificio argumental de la apuesta y el concurso, además de su final torpemente predecible, se convierte en una película común y corriente, en una cinta para alimentar al grueso del público y, de paso, ganarse un par de premios Oscar.

El ganador, de David O. Russell

Lo que más pesa en el ring es la familia

Por: Oswaldo Osorio

El boxeo es el deporte más recurrente en el cine. Esto se debe, seguramente, a que es el más intenso y dramático visualmente, por la cercanía de los contendientes, el mutuo e implacable castigo y el constante movimiento. Además, por su naturaleza violenta, quienes lo practican suelen dar lugar a personajes con sustanciales posibilidades argumentales y dramáticas: precariedad económica, personalidades fuertes y un medio hostil que los amenaza constantemente.
Esta película tiene todo eso y, en realidad, en lo esencial no se diferencia mucho de la mayoría de películas con este tema. Porque es una cinta que no se aparta demasiado de ese esquema general que siempre se impone en estos casos, esto es, que a medida que el protagonista, en medio de altibajos, avanza hacia el triunfo en el mundo del boxeo, se intensifica el drama emocional que puede significar la victoria o la derrota.
La diferencia siempre está, naturalmente, en las variaciones que se le introducen al esquema, y la variación que propone esta cinta es lo que en cierta forma la saca del montón. Esta historia, en cuanto a la carrera por el título, se ciñe al esquema, pero el drama emocional está potenciado por la relación del boxeador con su familia, en especial con su problemática madre, que hace de manejadora, y su hermano adicto, quien lo entrena.
Así que el gran conflicto de este filme no es tanto si gana el título, sino si lo puede obtener a pesar de su familia. Y aquí es donde se imponen las personalidades de la madre y el hermano, quienes están auspiciados por un grotesco pero fascinante coro de hermanas que redondea el caos de esta familia disfuncional, la verdadera antagonista contra la que tiene que luchar el protagonista.
Dándole forma a ese doble conflicto, el profesional como boxeador y el emocional frente a su familia, esta película consigue un relato sólido y bien medido, un drama realmente envolvente que si bien no presenta muchas novedades frente a lo que se conoce de este tipo de cine, los elementos recurrentes que la componen están planteados con precisión, por lo que resulta inevitable ser tocado por el drama de sus personajes.
Entre esos elementos conocidos está la gran “atracción” del filme, que es el personaje del hermano adicto (así como la interpretación de Christian Bale). Como siempre, los roles extremos resultan los más populares, porque son los que permiten un mayor lucimiento actoral y propician dramas más intensos, aunque muchas veces eso se preste para efectismos y manipulaciones emocionales. Ayuda un poco para no acusar al guionista de abusar de este recurso el hecho de saber que la historia est´a basada en un hecho real.
No obstante, no se debe reducir esta cinta solo a ello, que en últimas podría verse apenas como un fácil gancho emocional. Y es que, a pesar de todos sus convencionalismos, esta película consigue ser un producto muy completo, porque sus características pueden funcionar tanto para la vana fiesta de los premios Oscar, como para ver en ella un aporte a este tipo de temas en el cine y un relato que sabe construir un potente drama cinematográfico.