Sorry We Missed you: Lazos de familia, de Ken Loach

Lloviendo más piedras

Oswaldo Osorio

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El universo de Ken Loach es siempre igual, pero parece inagotable, así como él mismo parece incasable, eso a sus más de ochenta años de vida y medio siglo haciendo películas. Tales son las marcas de los grandes autores de la historia del cine. El suyo siempre ha sido un cine comprometido con la realidad social británica, con sentidos filmes como Riff Raff, Lloviendo piedras, Mi nombre es Joe, Buscando a Eric o Yo, Daniel Black. A veces se ha ido hacia el pasado o a mirar otros conflictos sociales, como en Tierra y libertad, El viento que mece el prado o Jimmy’s Hall.

En Sorry We Missed you: Lazos de familia (2019) vuelve a abordar las problemáticas de la clase obrera y las condiciones adversas en que trabaja y sobrevive. En esta historia, Ricky trata de sacar adelante a su familia comprando una camioneta para repartir paquetes, pero lo que empieza como la esperanza para mejorar su nivel de vida, es solo el punto de partida de una serie de obstáculos e infortunios con los que, valga decirlo, Loach parece ensañarse más que con cualquiera de sus otras familias o protagonistas.

En especial hay un aspecto que llama la atención, y es que esta joven familia parece sola en el mundo, o mejor, sola contra el mundo (únicamente faltó que le hicieran matoneo a la niña en el colegio), por lo que el sentimiento de compasión y solidaridad, que es tan común y reconfortante en sus otros relatos, no se encuentra aquí. Eso la hace una historia todavía más dura y descorazonadora, porque la esperanza está solo depositada en la unidad familiar, la cual frecuentemente queda en entredicho.

En este sentido, hay que señalar que las constantes tensiones entre el padre y su hijo adolescente ocupan una importante intensidad del conflicto. La diferencia es que, si bien las tensiones son por las consabidas diferencias generacionales, estas tienen serias repercusiones en el conflicto central, que es la necesidad de Ricky de mantener su trabajo. Pero además, de fondo en estas tensiones está lo que le interesa a Loach poner en cuestión, esto es, el descontento, incluso el espíritu de resistencia, frente a un sistema que es implacable con los trabajadores, así como el conformismo de muchos de ellos, como Ricky, inducidos por las asfixiantes condiciones laborales.

Entonces, si antes el cineasta inglés había atacado con fuerza al tacherismo o el liberalismo salvaje, en esta ocasión pone en evidencia esos sistemas contemporáneos que le venden la idea a las personas de que son sus propios jefes, aunque las leoninas condiciones para serlo sean, de hecho, un despiadado contrato que solo libra de obligaciones a los patrones. Es el servilismo medieval de la era cibernética sin responsables, es la falsa libertad de manejarlo todo con un dispositivo.

De otro lado, la fuerza y frescura del tono realista de Ken Loach aquí es como otro día en la oficina, lo consigue con una facilidad y eficacia que no queda duda de la autenticidad de estos personajes y su drama, aunque sin dejarse tentar por el melodrama. Tampoco queda duda de la verdad que trata de poner en evidencia y en la cual ha trabajado en más de una treintena de películas, y esa verdad habla de la permanente desventaja en que se encuentran las personas comunes y el estado de cosas que los domina y no les da oportunidades.