Esperanza tenía 12 años cuando fue reclutada por las Farc. Llegó a un campamento con muchas otras niñas donde la obligaron a abrir las piernas y le introdujeron una T (dispositivo intrauterino) sin que ella entendiera que era eso.
Durante mucho tiempo pensó que la habían violada –como le contó a la Comisión de la Verdad– pero comprendió más tarde que, al igual que a otras niñas de 9, 10 y 11 años, la obligaron a usar anticonceptivos muchos años antes de que entendiera cómo funcionaba una relación sexual.
Como ellas, el Informe Final de la Comisión de la Verdad reveló que entre 1990 y 2017 fueron reclutados cerca de 40.828 niñas, niños y adolescentes: menores de edad que ingresaron a la guerra contra su voluntad y se enfrentaron como iguales a adversarios sanguinarios y sin el mínimo respeto por su posición vulnerable.
Estando en las guerrillas de las Farc y el ELN, o en los grupos paramilitares, aquellos niños fueron fusilados por intentar huir o castigados por ello. Tras ser capturado de nuevo por los mismos que lo habían reclutado, Carlos fue llevado a una molienda y quemado en su cara y cuello con agua hirviendo: “estuve ocho meses hospitalizado después de intentar escaparme. Aún siento el trauma”, contó 53 años después ese hombre con cicatrices que hoy ya es un adulto.
Fruto del trabajo de la Comisión también fue evidente que el reclutamiento forzado en Colombia no se trató como un delito hasta la época de los 90, “por lo que los familiares no podían hacer mucho más que reportarlos como secuestrados o desaparecidos”, detalló la experta en postconflicto Diana Britto, quien dirigió este capítulo de la mano de un vasto equipo de investigadores sociales, escritores y redactores.
Pero investigar las afectaciones contra esa población que aún era muy joven cuando padeció el conflicto fue también encontrarse con un montón de vacíos en cuanto a investigaciones anteriores sobre el mismo tema. Poco se había investigado en Colombia sobre estas otras cifras que reveló la Comisión este martes, día en que se publicó el capítulo “No es un mal menor”.
Según esos hallazgos, “de 1985 a 2018, 64.084 menores de edad perdieron la vida por el conflicto; de 1985 a 2016, 28.192 fueron desaparecidos de manera forzada y de 1990 a 2018, 6.496 sufrieron secuestro”.
Sobre estos últimos, los máximos comandantes de la entonces guerrilla de las Farc reconocieron ante la JEP que a esos niños secuestrados los trataron con la misma sevicia que a los adultos: días enteras caminando o sin comer, trabajos forzados y falsas esperanzas con la idea de volver a ver a sus familias. Algunos de ellos, incluso, fueron asesinados en poder de la extinta guerrilla de las Farc tras no recibir el pago de las extorsiones.
Juan David, que fue secuestrado a los 11 años por el ELN, no soporta el ruido de la pólvora porque le recuerda a los sonidos de los combates y el miedo a morir, y algo similar le ocurría a Mauricio con la comida “comimos casi todo el tiempo agua y café, pero hubo unos días en que nos dieron arroz y fríjoles. No volví a comer eso durante siete años porque me recordaba el secuestro”, narró Mauricio, quien duró siete meses en cautiverio cuando apenas tenía 16 años de edad.
Dentro de esas mismas montañas donde muchos niños fueron reclutados, secuestrados y desaparecidos, también nacieron y se concibieron otros.
Muchos de ellos hijos de combatientes de todos los bandos o de algunas secuestradas, quienes ingresaron en estado de gestación o se embarazaron durante el cautiverio. A todos ellos, que nacieron en un contexto hostil y sin las posibilidades que la vida en libertad ofrece, la Comisión también los llamó como víctimas, incluso aquellos que quedaron huérfanos tras perderlos en combates durante la guerra.
Solo en el bando de los 10.015 excombatientes de las Farc que llegaron a espacios de reincorporación, se estima que el 54% tuvieron hijos. Un buen porcentaje de ellos fue dejado al cuidado de campesinos de la zona o entregado a las familias de los exFarc, por lo que crecieron en hogares incompletos y sin el rol de esos padres.
En cuanto a las conclusiones, la Comisión profundizó en la desprotección del Estado y en las victimizaciones que fueron dirigidas hacia las niñas y las adolescentes solo por el hecho de ser mujeres.
Pese a que los grupos se empeñaron en negarlo durante décadas, la Comisión es clara: sí hubo abortos forzados, sí hubo violaciones a niñas reclutadas y a civiles, y sí, también hubo suicidios de esos niños que se negaron a continuar en medio de la guerra. Cansado de no entender el idioma en el que hablaban y tras intentar escaparse en dos ocasiones, un niño indígena de 13 años se suicidó en un campamento guerrillero. Los otros niños lloraron esa noche tras escuchar los disparos en la cien.