En diversos foros que abordan el panorama de las universidades en materia de investigación, el rector de la Universidad de los Andes, Alejandro Gaviria, ha sido enfático al manifestar que uno de los aprendizajes que ha dejado la pandemia es que los espacios de investigación universitaria deben responder cada vez más a las necesidades de las comunidades.
Es una posición que comparte el arquitecto de la Javeriana Cali, Iván Osuna, quien piensa que aún falta reconocimiento merecido a la “la investigación que genera un impacto concreto entre la comunidad. Todavía genera mucho valor la difusión entre comunidad científica y muy poco la difusión hacia la comunidad”.
Osuna toma como referencia el proyecto Minga House, una propuesta universitaria de vivienda social sostenible, que lideró y que se gestó para competir en Solar Decathlon, un concurso internacional de arquitectura e ingeniería patrocinado por el Departamento de Energía de los Estados Unidos y el Laboratorio Nacional de Energías Renovables, también de dicho país.
Aliados con estudiantes de la Universidad Federal y el Instituto de Santa Catalina, de Brasil, Minga House se llevó 9 reconocimientos en 10 categorías en la versión latinoamericana del concurso que tuvo lugar en Cali en diciembre de 2019, que requería, entre otras cosas, enseñarle mediante visitas guiadas a personas del común cómo lograr espacios habitacionales sostenibles.
“Pienso que es más valioso que 40 mil personas hayan visitado la casa y salieran con ideas de cómo puede emplearse la energía solar y materiales sostenibles, que haber publicado un artículo en una revista súper ranqueada a nivel internacional que van a leer finalmente 100 investigadores”, concluye.
El presidente de la Asociación Colombiana de Universidades Ascún, Luis Fernando Gaviria, asegura que entre los retos de las instituciones de educación superior del país está avanzar hacia conceptos como el de universidad emprendedora, “que la entendemos como aquella capaz de alinear su oferta de servicios con las problemáticas, diálogos e intereses de la comunidad y el ciudadano de a pie”, explica.
Para lograrlo hay retos y avances. El director ejecutivo del Observatorio Colombiano de Ciencia y Tecnología, Diego Silva, reconoce mejoría en cuanto a inversión para innovación, aunque señala que el país debe mejorar su ecosistema laboral para darle cabida a quienes producen conocimiento.
Desde hace once años, Colciencias (hoy Minciencias), ha financiado más de 2.000 colombianos para que realicen estudios en el exterior, pero con la condición de que regresen al país a ofrecer su conocimiento. En esa tarea se han invertido $700 mil millones, pero voces del sector y el mismo Gobierno reconocen que aún falta trecho para retener talento.
En cuanto a recursos para ciencia, tecnología e innovación, hace un mes el Gobierno aprobó $125 mil millones para 28 proyectos de inversión mediante convocatorias a cargo de Minciencias.
Estas convocatorias tienen tres líneas entre la que se encuentra el fortalecimiento de capacidades institucionales y de investigación en Instituciones de Educación Superior Públicas para desarrollar investigación y desarrollo experimental, que aborden problemáticas o necesidades regionales y/o departamentales.
Mientras esto ocurre, ahora mismo, hay cientos de iniciativas surgidas en las aulas que intentan cambiar realidades en los territorios, algunas incluso premiadas internacionalmente como el caso de Angie Redondo y Jorge Polo, estudiantes de la Nacional en Medellín, que se convirtieron en los primeros latinoamericanos, en 10 ediciones, en ganar el concurso global Go Green, de la empresa europea Schneider Electric, que busca propuestas de innovación y energías limpias entre estudiantes del mundo.
En este contexto, El COLOMBIANO buscó algunas iniciativas con impacto en las comunidades, que ofrecen una muestra de lo que puede lograr el talento y la educación al servicio de la sociedad.
Energía para la pesca artesanal
Almorzando pescado, a Angie Redondo y Jorge Polo, estudiantes de Ingeniería de minas y metalurgia de la Nacional, sede Medellín, se les ocurrió crear un dispositivo con energía solar y biogas para reducir la pérdida de los pescadores artesanales del Pacífico, mejorar sus ganancias y reducir el impacto ambiental de esta actividad.
¿Cómo? “La energía solar mantiene la cadena de frío y se apoya en el biogas, alimentado por las vísceras y escamas desechadas, así combatimos las 12,5 toneladas de residuos orgánicos que van a dar al Atrato”, explica Jorge.
El proyecto aún no está en marcha, pero cuentan los estudiantes que mantienen acercamientos con asociaciones de pescadores artesanales en Bojayá y Bajo Baudó para enriquecer y darle forma al modelo de negocio. Angie y Jorge están convencidos de que es un proyecto que puede dar un vuelco a la actividad pesquera en el Pacífico. “Lo más importante es que con iniciativas como esta le mostramos a los pescadores que hay vida más allá del uso de diesel y energía cara y dañina, y que usando lo que tienen a la mano pueden mantener la cultura de su oficio y aumentar hasta en un 30% su producción”, señala Jorge.
Ecoforest, una idea pionera contra incendios
Nicolás Felipe Estupiñán Flórez y Juan Sebastián Ortiz Pérez, estudiantes de Ingeniería de las Telecomunicaciones en la U. Santo Tomás, Santander, inventaron un sensor sujeto a un árbol que detecta posibles incendios al ser capaz de medir “la temperatura, la humedad, el humo, gases por diversos tipos de combustión. La información llega a una plataforma y genera una alerta para que la situación sea atendida oportunamente y también un sistema de riego”, explica Sebastián.
La iniciativa se pensó inicialmente para atender emergencias en cultivos y zonas rurales en Santander, donde se han reportado este año cerca de 250 incendios (Ideam), sin embargo, dice Nicolás, esperan aplicarlo en otros sectores.
Actualmente tienen ubicados sensores en veredas de Girón, Santander, una de las zonas que reporta el Ideam con mayor riesgo de conflagraciones permanentes.
Allí en los últimos 18 meses lograron generar alertas de incendios que pudieron afectar decenas de hectáreas de haber ocurrido.
Agua para todos con estación potabilizadora
Brenda Chamorro, estudiante de ingeniería química de la Nacional, sede Manizales, creó una Estación de Potabilización de Aguas LLuvias que consta de cuatro procesos. “Después de almacenarse el agua pasa por un filtro que separa materiales sólidos, luego mediante un disco de arcilla que contiene carbón activado se captura particulado dañino, microorganismos y luego un cono de plástico con una pastilla de cloro potabiliza el agua para su final consumo”, explica.
Actualmente, Brenda trabaja en el modelo de negocio para comercializar su Estación. Quienes ya se benefician de la iniciativa son los habitantes de la vereda Berlín, en Neira Caldas; los estudiantes de la institución San Francisco de Asís en Puerto Asís, Putumayo; y los vecinos de la vereda barrio Colorado en Turbo, todos estos lugares sin red de acueducto y que ahora disponen de hasta 10 litros de agua potable al día.
Brenda, quien conoció en su niñez, en Putumayo, lo difícil que es vivir en la cotidianidad sin agua potable, proyecta que esta es una solución para más de 300 municipios del país con serios problemas de abastecimiento del líquido.
Salud pública e intervención social
Cerca de 1.000 niños cada año en El Cedro, Ayapel, reciben, de manera gratuita, tratamientos preventivos y de restauración por parte de un equipo que desde hace una década lidera el doctor Alfonso Escobar, fundador de la Universidad CES.
El Cedro, uno de los tantos lugares en los que todo está por hacer, se convirtió en el centro de un programa emblema de extensión en salud bucal, que una década después, aliado con Corpoayapel y la Unesp de Brasil, ha calado hondo en esa población sumando además estrategias de salud pública, educación, sicología, buenas prácticas alimentarias, entre otras.
La Universidad antioqueña ha sido pionera en investigaciones e intervenciones de carácter social con equipos multidisciplinarios. Destaca también el programa de salud pública que realizan en Villa del Socorro, Nororiente de Medellín, en el marco del programa Lazos. Estudiantes de ocho facultades unen esfuerzos para realizar actividades de prevención, aprendizaje en segundo idioma, entre otros.
Desde el colegio también empiezan los cambios
En el Socorro, Santander, y 9 municipios cercanos, 182 familias se han sumado a la conservación de la abeja melipona, especie amenazada, y de paso producen actualmente 10.000 kilos de miel particularmente pura por las características de esta abeja y de “comprobadas cualidades curativas, entre muchos otros, para tratamientos oculares”, explica Orlando Verdugo, quien dirige el colegio Alberto Santos Buitrago, en Santander, lugar donde se gestó esta iniciativa que ahora involucra a cientos de habitantes de estos municipios, pues fue allí donde nació hace 6 años el proyecto Polinizando Saberes, proyecto ejemplar para la conservación y aprovechamiento de esta especie, que se convirtió en eje transversal de la oferta educativa del colegio y en una causa común de los habitantes del municipio del Socorro y municipios aledaños. Posteriormente se han sumado apoyos de las universidades George Mason (EE. UU.), la industrial de Santander y el BBVA. Hace 4 meses recibieron un reconocimiento departamental, por su aporte a combatir la problemática que viven las especies de abejas en el mundo. Según la Asociación Colombiana de Protectores y Productores de Abejas, en el país mueren al año 200 millones de abejas cada año. Según la FAO, si las abejas se extinguen desaparecerá el 70% de la comida para los seres humanos.
Minga house, vivienda de interés social sostenible
Para construir el prototipo de vivienda de no más de 80 metros cuadrados, abastecido 100% por energía solar, para acoger a mínimo 5 personas y adaptado al clima del trópico, el equipo de estudiantes liderado por el profesor de la Javeriana, Iván Osuna, se fue para Isla Cascajal en Buenaventura, a nutrirse con las experiencias. conocimientos y necesidades de sus pobladores, según cuenta el profesor Osuna. El resultado inicial fue un prototipo en madera laminada, iluminada por paneles y que se adapta a condiciones del trópico, demostrando que 120 de estas viviendas podrían construirse en apenas una hectárea. Pero, dice Osuna, el principal resultado “fue mostrarle a los pobladores y autoridades del Puerto que es posible formular soluciones de vivienda sostenible de interés social pensadas en el aumento del nivel mar generado por el cambio climático”, explica. Con esta propuesta esperan mostrar que la solución habitacional para los habitantes del pacífico que construyen casas palafíticas sobre el mar no es desalojarlos y alejarlos de su relación con el mar. “Trabajamos junto la alcaldía a ver si logramos convertir este proyecto en un modelo de desarrollo urbano y ocupación sostenible”, expresa el investigador.