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Mujeres que cambian el mundo con sus ideas

Le contamos la historia de tres emprendedoras colombianas reconocidas en el ámbito internacional.

  • Mujeres que cambian el mundo con sus ideas
  • FOTO Cortesía fundación mi sangre
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  • FOTO Manuel saldarriaga
    FOTO Manuel saldarriaga
  • FOTO COrtesía fundación TAAP
    FOTO COrtesía fundación TAAP
29 de junio de 2020
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Para este grupo de mujeres todo comenzó por la pregunta sobre cómo hacer el mundo mejor. Conversando con colegas y amigos, desde Medellín u otros países, consiguieron articular redes internacionales en asuntos sociales, de ambiente e infancia.

Catalina Cock, directora y cofundadora de la Fundación Mi Sangre; Gabriela Arenas, de la Fundación TAAP, y Juliana Gutiérrez, de Low Carbon City optaron por emprender en lo social para ayudar a sus comunidades. Con sus proyectos se articularon a redes globales para conectar a más tejedores del mundo, como The Weaving Lab y Ashoka.

Cock es una mujer de conexiones y ha acompañado la creación de organizaciones como la Fundación Amigos del Chocó y Oro Verde. Por este motivo estaba conectada con Ashoka, la red de emprendesores sociales más grande del mundo.

En 2014, cuando estaba en un encuentro de esa organización en Irlanda se reunió con colegas de otros países como India, Estados Unidos y Venezuela y decidieron crear una nueva red de tejedoreos sociales, que es The Weaving Lab. Su meta es conectar ideas en todo el mundo para crear una tela internacional de iniciativas para construir una mejor sociedad.

Juliana también es una emprendedora que forma redes de expertos y ambientalistas para cumplir la meta de tener ciudades bajas en carbono. Su proyecto comenzó hace cinco años y ya tiene a 797 expertos en su ecosistema de emprendimiento social.

CATALINA, UNA TEJEDORA DE REDES DE CAMBIO SOCIAL

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FOTO Cortesía fundación mi sangre

Catalina es una tejedora. Sí, tejedora, pero sus hilos son conexiones que viajan de un país a otro para hilar las iniciativas sociales que desarrollan las organizaciones en sus territorios. No solo se desempeña como cofundadora y directora ejecutiva de la Fundación Mi Sangre, la reconocida organización impulsada por el cantautor Juanes, sino que ha dedicado su carrera a impulsar proyectos sociales de Colombia para el mundo como la certificación Oro Verde para comunidades mineras, que comenzó en Chocó y fue replicada en Bolivia, Ecuador y hasta en África. En esa vida dedicada a la gente acompañó la creación de un ecosistema de aprendizaje para emprendedores sociales llamado The Weaving Lab, enfocado en impulsar a más personas que, como ella, tienen proyectos que pueden traducirse en impactos para la gente. Más que una líder, Catalina se percibe como una tejedora. “Un tejedor es una persona que mira más allá del interés de su organización, que está dispuesta a cocrear y se preocupa por construir relaciones profundas”. Su trabajo se traduce en crear redes de cooperación entre las organizaciones de cualquier país para encontrar soluciones a los problemas. A partir de este, junto a la Fundación Mi Sangre, crearon en Medellín un laboratorio para reducir la violencia juvenil y acompañar a los adolescentes que están en contextos de alto riesgo. Su meta es cambiar paradigmas. “Creemos que si desarrollamos un nuevo tipo de liderazgo podemos lograr intervenciones más colaborativas que de verdad cambien los sistemas que conocemos”. Así, con Mi Sangre han conseguido alejar a jóvenes del distrito de Agua Blanca, en Cali, del contexto de violencia de la zona en la que viven. Ahora con The Weaving Lab desde Colombia representa la campaña “What if” (¿y si?) que plantea preguntas como ¿qué pasaría si aprender a ser amable fuera parte de la educación o si las escuelas tuvieran más tiempo de juego que las pruebas? Con preguntas como esas se mueve Catalina Cock buscando ideas para cambiar el mundo con una óptica que le inyectó a su trabajo desde joven: la empatía social.

JULIANA, LA JOVEN QUE PROMUEVE CIUDADES BAJAS EN CARBONO

<span style=text-transform:uppercase>FOTO</span> <b><span style=text-transform:uppercase>Manuel saldarriaga</span></b>
FOTO Manuel saldarriaga

La historia de Low Carbon City comenzó con un plantón de amigos interesados en los temas ambientales. Corría 2015 y acababan de aprobar el Acuerdo de París. Entonces, en diciembre de ese año Juliana Gutiérrez se unió con otros colegas suyos interesados en el cambio climático para crear un colectivo, convencidos de que ese fenómeno se frena desde las ciudades y no solo con los tratados de los países.

Esa idea, que nació en la avenida La Playa del Centro de Medellín, fue creciendo: realizaron el primer Foro Mundial de Ciudades Bajas en Carbono, en Medellín, en 2016, con la participación de 38 países y sin siquiera terminar ese evento ya tenían una propuesta para llevarlo a México al año siguiente. Llegaron a Costa Rica y a Francia también. Esa idea de un colectivo en pro de una ciudad baja en carbono se convirtió en una organización en 2017 cuando recibieron reconocimientos como el de Ashoka, la red de emprendedores sociales más grande del mundo, que les dio un capital semilla para poner en marcha su proyecto. Con esa financiación, cuenta Juliana Gutiérrez, las personas que se comprometieron con la causa desde 2015 como voluntarios por fin tuvieron un salario. También llegaron otros galardones desde el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), Echoing Green, entre otros, que le inyectaron energía al proyecto. Sumando apoyos Juliana constituyó una red que conecta a 120 ciudades de 34 países que ha impactado a 48 mil personas.

Hoy Low Carbon City tiene cuatro líneas de trabajo: educación en temas ambientales y de cambio climático, generación de conocimiento, conexión de ciudadanos y desarrollo de proyectos. “Este ha sido un proceso de aprender haciendo y trabajo en equipo porque gracias a las personas que creyeron en Low Carbon City pudimos consolidarnos”, dice. Juliana y su equipo son unos tejedores de redes pensadas para conseguir un mejor planeta desde las ciudades, convencidos de que estas son responsables del 70 % de la contaminación y, a la vez, el comienzo del cambio.

GABRIELA, UNA COLOMBO-VENEZOLANA QUE LE APUESTA A LA NIÑEZ

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FOTO COrtesía fundación TAAP

Hace doce años Gabriela Arebas creó la Fundación TAAP en Venezuela. Sus siglas traducen Taller de Aprendizaje para las Artes y el Pensamiento. Su logro fue desarrollar una metodología que incluye comunicación para el desarrollo, arte y neurociencia para enseñar a las comunidades a romper patrones de violencia. En la práctica su labor se tradujo en hacerse preguntas acerca de qué manera enseñarles a los padres que el castigo físico no es sinónimo de aprendizaje o cómo sacar a los menores de edad de contextos adversos creando redes de comunicación. La solución a esos interrogantes fue el ámbito artístico con talleres para esta población con los que consiguió sacar a 300 jóvenes de la delincuencia en su país. Pero en Venezuela su trabajo no le gustó a personas cercanas al régimen que gobierna su nación. La amenazaron y tuvo que huir a Colombia en 2014. Gabriela decidió ver ese exilio como una oportunidad de internacionalización para su proyecto de reducción de violencia e instaló un nuevo capítulo en Bogotá, una ciudad a la que llegó cobijada por otros colegas emprendedores como Catalina Cock quienes hicieron de Colombia su nuevo hogar.

Y justo estaba con Cock, hace seis años, en un evento de Ashoka sobre educación transformadora, cuando con otros emprendedores sociales crearon The Weaving Lab con el objetivo de tejer redes de apoyo entre las organizaciones del mundo. Allí, en Irlanda, Gabriela se convirtió en una tejedora. Ya no solo está en TAAP. También es la directora ejecutiva de la Fundación Aid Live desde la que gestiona recursos para la población migrante. Gabriela, como tejedora de redes sociales, hace parte de una comunidad con 300 líderes de alto impacto de todo el mundo, desde Latinoamérica hasta Rusia o Marruecos, en la que encontró a más personas que persiguen el cambio.

Hay una pregunta que ronda por su cabeza en estos días: ¿Y qué pasará cuando los niños vuelvan a la escuela después del covid? De ahí nace su nueva meta: no pueden regresar a clase así no más, necesitan un espacio para sanar.

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