A un lado de la entrada de la finca, justo después de una puerta forjada en hierro, pero cubierta con pedazos de bambú pintados a mano de color café, y encajados perfectamente como un rompecabezas al que no le falta una pieza, está el árbol de guayabo en el que reposarán, desde la mañana de este lunes, los despojos mortales del sargento (r) de la Policía, Gilberto Ávila Llano.
El palo es un palo mediano de vetas cafés y verdes en cuyas ramas los pájaros han colgado sus nidos después de que hace algunos años, cuando las fuerzas de Ávila no habían menguado, lo hiciera revivir poniendo frutas en cada una de sus hojas. Así volvieron las aves, y así volvió a la vida un árbol al que le sentenciaron la muerte.
—Yo a ese árbol lo iba a cortar, eso no era sino un chamizo que revivió después de que mi hermano les puso comida a las aves, cuenta Alba Ávila, la hermana del primer policía en retiro al que este lunes a las 10:00 a.m. le aplicarán la eutanasia.
Alba, una artista que perdió 13 centímetros de su estatura cuando hace unos años mientras dibujaba en Cali resbaló desde un tercer piso, y con la agilidad de un gato pudo darse vuelta en el aire y caer de pie, se ha dedicado a recrear en sus obras las secuelas del parkinson que ha consumido a su hermano durante 16 años. Unas son caminos, otras, laberintos con los que intenta recrear el cerebro de su hermano, “y las otras son como el destino que nos separa solo unas horas”, relata.
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Alba no puede contener el llanto por más que lo ha intentado. A escasas horas sabe que “su hermanito del alma” saldrá por la puerta de la finca con vida y regresará en cenizas que serán regadas en el jardín, junto al guayabo.
—Es que no se va a morir cualquier persona, se va a morir mi hermano, un ejemplo de vida, un policía con una hoja de vida intachable, un hombre que dio todo por su país, dice Alba en el regazo de su vivienda.
Ávila, el superpolicía
Cuando cumplió sus 18 años, Gilberto Ávila Llano, un joven nacido en Génova, Quindío, decidió ingresar a la Policía Nacional. Su sueño era portar el uniforme verde oliva para proteger a los colombianos, y el entrenamiento que tuvo inconscientemente cuando apenas era un adolescente, lo llevó a integrar uno de los grupos Élite de la Policía.
Cuenta su sobrino Carlos Alberto Verján Ávila, que su tío era una especie de “Tom Sawyer” colombiano que le encantaba internarse en el bosque y permanecer ahí hasta dos días jugando con sus amigos de la infancia.
“Él nos cuenta que aprendió a hacer los nudos de las ramas para construir una hamaca en la que dormía en esas noches y pasaba esos días de aventura; aprendió a cazar y a pescar solo con un hilo”, recuerda Carlos.
Cuando llegó a integrar el Grupo Élite, Ávila le tenía ventaja a sus compañeros y esto, acompañado de su carisma y disciplina, lo llevaron a ser escogido como uno de los policías distinguidos del país.
Con las felicitaciones en las hojas de vida llegaron nuevos rumbos en la Policía, y por su amor por la institución y por su dedicación a entrenar, fue uno de los elegidos a integrar la Compañía Antinarcóticos Jungla, cuyo entrenamiento especial le enseñó a permanecer días sin moverse y varias noches vigilante para dar con un “enemigo de alto valor”.
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Por su entrenamiento y valentía participó en operaciones contra grandes capos del narcotráfico como Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha; contra exparamilitares como Diego Murillo Bejarano, alias don Berna, y hasta en ofensivas contra uno de los jefes de más alto valor para las Farc: alias Raúl Reyes.
Pero el trabajo que le dio tantas glorias al sargento Ávila, también fue su perdición. La lluvia de glifosato que tantas veces cayó sobre él mientras adelantaba labores de erradicación manual en Cusiana, Casanare, le fue debilitando y, en el 2006, a sus 43 años de edad, aparecieron los primeros síntomas de la enfermedad que hoy lo tiene postrado, le ha robado parte del habla y lo obliga a agarrarse de una cuerda para levantarse o sentarse en la cama. Por esto eligió una muerte digna, porque “vivir es más que respirar”, como dice el mismo Ávila.
“Nos tocaron las fumigaciones en Guaviare y en el país en el año 95. Nos tocaba cuidar el terreno antes de que las aeronaves entraran a fumigar, todo para evitar que los delincuentes no impactaran la avioneta”, relata el sargento (r).
Cuatro años después, aún activo en la Policía, al sargento (r) Ávila recibió una noticia que lo dejó asustado, pero no lo doblegó: tenía parkinson juvenil, una variedad de la enfermedad que les da a personas menores de 50 años de edad y que desencadena movimientos involuntarios o rigidez y parálisis, y en su caso, cuando recibió el diagnóstico, ya estaba avanzada en un 80%.
—Pero él nunca se quejó, ni siquiera cuando lo acompañé en las dos operaciones que le hicieron a cerebro abierto. Siempre fue así, como un roble, fuerte como el palo de café donde enterraré sus cenizas, explica su hermana Alba.
Hasta un general lloró
Boquía es un pequeño caserío cuyas casas de teja se reparten a lado y lado de la vía principal que lleva a Salento, en Quindío. Es una calle larga en la que hay grandes restaurantes con paredes de vidrio que le dan un toque de elegancia, pero también hay pequeños vendedores que ofrecen en las esquinas mazorcas asadas con mantequilla, empanadas y arepas con queso.
Las vías están pavimentadas, menos la que lleva a la casa del sargento (r) Ávila; esta parece enmarcada en piedra y barro gris, y guarda entre sus historias que por esa vía pasó una sola vez el tren del Ferrocarril Nacional. Unos metros antes de llegar a la casa de Ávila, está la estación carcomida por el paso del tiempo y que se detuvo para siempre el 9 de abril de 1948, cuando a Roa le dio por matar a Gaitán y por ese hecho, estas tierras se quedaron sin tren.
En las últimas 48 horas han desfilado por esa vía pedregosa más policías de los que se acostumbra ver. Vinieron los Jungla, los que estuvieron con el sargento (r) mientras estaba activo y recibieron descargas de glifosato, y vinieron los actuales, los que le rindieron un sentido homenaje y le enviaron un mensaje como homenaje: “Mi primero Gilberto Ávila Llanos, desde el área de operaciones sus comandos Jungla, queremos saludarlo, expresarle nuestro sentimiento de gratitud, de respeto y admiración”, dice uno de los policías en un video enviado a Ávila.
El general Tito Castellanos, actual director del Inpec, compañero de curso y erradicador con Ávila, también fue hasta la casa del sargento (r) a despedirse. “Él llegó y se quedó como cuatro horas con mi hermano. Se abrazaron y recordaron las luchas que tuvieron juntos cuando estaban en la fuerza. Incluso anécdotas muy íntimas que no puedo relatar”, dijo Alba a este diario.
Pero las palabras de Ávila tocaron tanto el corazón del general Castellanos, que este no pudo resistir y lloró. Lo hizo en un bosque de guaduas que hay detrás de la finca, en el que se reúnen cada mañana una cantidad incontable de aves que el sargento se regocija al escuchar.
También llegaron los encargados de Acción Social de la Policía, y la sicóloga y hasta un sacerdote, personal que, según el veedor de la Salud de Quindío, el también retirado sargento Carlos López, se aparecieron después de una lucha intensa reclamando los derechos a la salud.
“Lo más paradójico es que le tocó interponer una tutela para que pudiera acceder al tratamiento y lo operaran”, comenta López, quien hoy acompañará a Ávila hasta que exhale su último respiro.
Las últimas palabras
Tres días antes de que Ávila reciba una muerte digna (decisión que tomó en abril de este 2022), tras las puertas de su casa en Salento, Quindío, ya se vivía el duelo. Hasta su habitación, decorada con hojas y cuadros alusivos a la naturaleza que tanto le gusta, fueron llegando sus hermanas con sus hijos y otros parientes. A cada uno le dijo palabras y le dejó una tarea por cumplir.
Como si fuera una romería, cada uno ha conversado con él. Uno de los que más ha estado en la habitación con Ávila es su sobrino Carlos, hijo de Alba. Han hablado de filosofía, de arte, de cómo perciben la muerte ambos.
“Él es muy inteligente. Mientras estaba en la casa, se leyó libros de todo tipo, aprendió de matemáticas, de química; aprendió mucho de su enfermedad y como sabía lo que iba a pasar, por eso tomó la decisión”, comenta su sobrino.
Carlos recuerda que, en la última conversación con su tío, este le dijo que antes que cualquier cosa, quería que lo recordaran por su lucha, por no desvanecer, por estar firme y ser el escudo de la familia.
—Y me endilgó esa responsabilidad a mí. Me dijo que quería ser recordado por dos palabras: fortaleza y libertad.
Ese mismo mensaje lo recibieron sus compañeros Jungla que estuvieron con él las últimas horas sobre esta tierra. Lo acompañaron vigilantes, emulando aquellas noches en que, vigilantes, acechaban al enemigo en la selva sin poder dormir.