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Anónimo: ese autor prolífico que escribe de amor y de guerra

La pasión de Mademoiselle S. invita a recordar otros títulos de autor anónimo.

  • ilustración raul zuleta
    ilustración raul zuleta
13 de julio de 2016
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Un desavisado habitante del globo bien puede pensar que Anónimo es el más prolífico de los autores literarios. El más longevo. Y, además, habría de figurarse, se trata de un tipo excéntrico, sin problemas de visas para satisfacer su gusto por visitar y residir en los más diversos parajes de la Tierra.

¿Será una mujer? ¿Será un hombre? Se preguntará intrigado. Tiene una personalidad multifacética, se dirá. Porque bien puede escribir de guerras, como de cuentos de hadas, poemas de amor como cuentos para niños...

Ha visto ese nombre escrito en La epopeya del Gilgamesh, el poema sumerio que habla del rey Gilgamesh, quien habitó en el siglo XXVII antes de nuestra era. Los súbditos se quejan ante los dioses de la lujuria del emperador, que lo lleva a forzar a las mujeres a satisfacer sus caprichos. La queja es atendida y los seres del cielo deciden que Gilgamesh se enfrente a un hombre salvaje, Enkidu... pero cuando se enfrentan, se hacen amigos.

También en algunas novelas de caballería, como la Historia de Lanzarote del Lago, el amigo del rey Arturo, participante de la Mesa Redonda y amante de la reina Ginebra.

En La búsqueda del Santo Grial, una leyenda del ciclo artúrico, en la que ciento cincuenta caballeros de la Mesa Redonda salen del reino de Camelot con la intensión de recuperar el cáliz llevado a Inglaterra por los descendientes de José de Arimatea, conocido como santo grial.

En la tapa del Cantar del Mio Cid, el cantar de gesta que relata las hazañas del caballero Rodrigo Díaz de Vivar sucedidas más o menos en 1200.

En uno de los primeros relatos de ficción de caballerías de la literatura española, El libro del caballero Zifar. También ahí detectó escrito el flamante nombre.

En Tristán e Isolda, incluida en el ciclo artúrico. Un relato de amor salido de tono para esa época, entre el joven Tristán y una princesa de Irlanda.

En fin, lo ha visto muchas veces. La lista es extensa.

Sin embargo, reflexionaría el necio aquel, ese tal Anónimo escribía más en tiempos pasados, la Edad Antigua, la Edad Media, el Renacimiento, que en los actuales. Qué raro, ya poco se ha vuelto a saber de sus realizaciones.

Volvió a publicar

Hasta que hace unos días, a finales de junio, leyendo en los diarios encontró que la editorial Seix Barral acaba de publicar una obra del prolífico escritor: La pasión de Mademoiselle S.

El artículo decía que El diplomático francés Jean-Yves Berthault halló un manojo de 200 cartas eróticas, enviadas por una tal Simone a un tal Charles, a finales de los años 20. Y que habían permanecido ahí, sin que nadie las viera aunque al alcance de muchos, en una cartera olvidada de un cajón en una oficina.

Él político, sorprendido por el hallazgo, las leyó, clasificó y agrupó con el título La pasión de Mademoiselle S.

Si de pronto, al desavisado le avisan que anónimo no es el nombre sin apellido o el apellido sin nombre de un escritor, sino el vocablo que sirve para indicar que quien escribió un relato o unos versos es desconocido, entonces, tal vez atine a pensar que la publicación de estas cartas que prometen quemar de excitación hasta al más impasible de los eunucos, tal vez atine a sospechar que la noticia no deja de resultar extraña.

En tiempos de exhibición, cuando en la mente de la mayor parte de los humanos del presente hierve la idea de mostrarse, lo cual se pone en evidencia con una expresión tal como “el cuarto de hora” de popularidad, y con la acción poco menos que egocéntrica de las autofotos, más conocidas como selfies, las redes sociales que se usan para contar uno qué come y adónde va...

Con mayor razón existe el afán por tener el crédito en cuantos trabajos se realicen, cuantas obras se escriban.

Resulta, pues, curioso la aparición de un libro de autor anónimo en estos tiempos. O mejor dicho, una verdadera novedad.

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