En 1960 o 1963, al sacerdote Carlos Enrique Vanegas le dio por meterle retroexcavadora al cementerio de Santa Fe de Antioquia. Lo destruyó con el argumento de que en el Cielo y en el Infierno no habrá distinciones para nadie, ni pobre ni rico, de modo que no importan mausoleos ni decoraciones.
Acabó con tres siglos de historia. Los cementerios cuentan parte de la forma cómo los pueblos se relacionan con la muerte. Por eso, el Museo Juan del Corral, situado en el centro histórico, habilitó una sala para el tema, con materiales que algunos habitantes “adoloridos por el daño, lograron guardar. Nos han ido donando la lápida de Juan María Gómez, prócer de la Independencia, otras de parientes de Juan del Corral y algunas más de ancestros de Juan Gómez Martínez. Tenemos una tabla funeraria de 1685 y una cruz de hierro que estaba en el mausoleo de Esteban Martínez”, cuenta Martha Lucía Villafañe, la directora de la entidad.
Esta sala es uno de los espacios que dispusieron en el Museo con $50 millones provenientes del Impuesto de Valor Agregado a telefonía celular. También reformaron la sala de Colonia. La tornaron religiosa, más que todo. Se formó una iglesia, con altar y ángeles custodios. El púlpito lo montaron en una estructura metálica... Pusieron vitrinas nuevas. Dieron preponderancia a cinco retablillos de la Virgen de Chiquinquirá, “importantes porque le dan identidad a la ciudad y a la nación —sostiene Martha Lucía—. En Santa Fe hay dos procesiones y dos novenas al año para esta Virgen”. Y, claro, dejaron espacio para lo civil.
En la cocina construyeron fogón de leña, que no había. Pusieron luces profesionales en las salas de Colonia, cementerio y Exposiciones Temporales, donde ahora está El teatro leve, de Humberto Pérez.