Cinco miembros de la Corporación Festival de Cine Santa Fe de Antioquia presentaron su renuncia este jueves y afirmaron que la situación financiera de la entidad es crítica. Advierten que prácticamente está en la “quiebra”.
Los corporados salientes atribuyeron la situación a dos factores principales: una disminución en los ingresos y lo que habría sido una posible mala administración de caja.
De acuerdo con Marta Medina, expresidente de la junta se refirió al mencionado déficit financiero y sostuvo que, por ejemplo, “los aportes que llegaban desde la Gobernación, la Alcaldía de Santa Fe de Antioquia y otros aliados cada vez fueron bajando más, hasta casi desaparecer”.
Hablan los entes territoriales
Al respecto, Andrés Felipe Pardo, alcalde del municipio, argumentó que “uno nunca quiere que a los procesos culturales les vaya mal. Por el contrario, siempre quiere verlos fortalecidos. Pero este tema de la pandemia nos ha golpeado a todos con las transferencias de recursos desde los gobiernos nacional y departamental”.
“En todo caso –agregó– este tema se ha planeado muy bien con el consejo de cultura en relación a los ingresos y la distribución equitativa. A ellos se les ofreció un aporte, pero esto no funciona solo con nuestros aportes y nosotros, en medio de esta contingencia, damos lo que podemos”.
Por su parte, el Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia, defendió que el año pasado la corporación participó en la Convocatoria Pública de Estímulos a la Creación, “pero no cumplieron con los requisitos”. Esto fue corroborado por Medina, quien reconoció que la entidad “no estaba al día con la seguridad social”.
¿Mala administración?
De acuerdo con la otrora presidente de la junta, a la disminución de los ingresos hay que sumarle que “tampoco hubo una buena administración porque se siguió gastando casi el mismo dinero sin tener de dónde sacarlo. Eso es lo que ha pasado en los últimos años”.
Agregó que la penúltima gerente, Alejandra Bedoya, quien dejó el cargo el pasado 31 de enero, recibió hace seis años la corporación con un saldo rojo de 105 millones de pesos, “pero no se subsanó durante su administración, sino que cada año se iba aumentando”.
En relación a ello, Bedoya argumentó que “en efecto” recibió el cargo en 2014 cuando ya había un déficit. Pero según defendió, “más que atribuirle la situación económica compleja a alguien, es entender el contexto en el que hoy están las organizaciones culturales y las entidades sin ánimo de lucro en el país”.
Anotó que la aparición de algunos decretos impide la contratación estatal directa con este tipo de entidades. Además, de acuerdo con sus palabras, “El festival hace 20 años era un solo evento en el que muy fácilmente se podían tener recursos por parte de la Gobernación; hoy es la misma bolsa, pero repartida en 25 festivales”.
Esto, añadió, sumado toda la dinámica propia de las organizaciones culturales y a la pandemia terminó de complicar el panorama.
“Algunos patrocinios si los dejamos de recibir, pero justificando plenamente que (los aliados) debieron destinar sus recursos de responsabilidad social a la atención de la pandemia”, enfatizó.
En contraste, otra firmante de la renuncia colectiva habló con EL COLOMBIANO y, aunque prefirió mantener su nombre en reserva, lamentó que el futuro del festival sea “incierto”.
“Falta planeación estratégica, el pueblo no se ha apropiado del festival y uno esperaría que, al traerle tantos dividendos culturales y económicos, asumiera un mayor compromiso”, exclamó.
En esta misma línea, narró que, tras la salida de Bedoya, quien llegó para ocupar el cargo, Andrés Salazar, solo estuvo allí cerca de un mes y luego de revisar los estados financieros diagnosticó que era inviable la continuidad de la corporación. “Él manifestó que no había salida y realmente la entidad está en quiebra”, apostilló la exmiembro de la junta.
Observaciones del último gerente
Salazar dijo haberse posesionado como gerente y representante legal de la corporación el 1 de febrero de 2019, y, tras una primera revisión a los estados financieros, optó por llevar a cabo su función ad honorem (sin retribución monetaria).
“Inicialmente –expuso– me doy cuenta de que, primero, no había equipo de trabajo porque el equipo estaba acostumbrado a aparecer en los proyectos por servicios y, una vez terminado el proyecto, desaparecían. Pero lo que más me preocupó empieza a aparecer en 2014: ese fue el último año en que la corporación generó excedentes”.
Continuó con su reporte y aseveró que, en el 2015, encontró un punto más que le inquietó: “Ahí el pasivo comienza a aumentar constantemente, hasta el día de hoy, y los activos a disminuir, siendo siempre mayores los pasivos”.
Además, resaltó que comenzó a detectar lo que sería una mala práctica administrativa al enterarse de que hubo avances con tarjeta de crédito para cubrir otras deudas, es decir, “para resolver unos problemas se generaban otros”.
Frente a ello, Alejandra Bedoya sostuvo que en 2018 hubo un saldo positivo, ”aunque no fue mucho, nos permitió que la corporación generara ingresos y con esos ingresos realizar proyectos y sostener unos costos fijos”. Y frente a la tarjeta de crédito, expuso que “sí hubo mora en 2020, pero obedece a que dejamos de percibir recursos importantes para el funcionamiento (...) siempre se le ha dado un buen manejo”.
En la carta de renuncia, los signatarios no se eximieron de tener responsabilidad en el citado declive e instaron a revaluar el festival. En este contexto, una de las alternativas mencionadas para retornar a un punto de equilibrio incluye entrar en un régimen de insolvencia o iniciar desde cero y cambiar por completo el rumbo de la entidad, tal como lo dilucidó Salazar. Aunque esta última solución no implica enjugar las pérdidas a corto o mediano plazo.
Por su parte, Bedoya mencionó que “la corporación no se ha declarado en ley de insolvencia” y coincidió en que la asamblea tendrá la responsabilidad de encontrar una nueva ruta.
Moriría un festival insigne
Por su parte, Diego Agudelo, columnista y crítico de producciones audiovisuales, subrayó que “perder el Festival de Santa Fe sería renunciar a un espacio vital para el cine alternativo dónde los realizadores jóvenes de Antioquia han podido mostrar sus trabajos y entrar en diálogo con los creadores nacionales e internacionales que están delineando el rumbo actual del séptimo arte”.
“El festival ha permitido formar las nuevas generaciones de cineastas, en sus proyecciones han circulado títulos que de otra forma no veríamos en Colombia, nos hemos vuelto a enamorar de los clásicos y hemos aprendido a apreciar historias cercanas que muestran nuevas facetas del territorio. Perderlo sería quedar con un vacío, aunque este tipo de crisis también pueden impulsar una transformación que lo haga volver con un brío mayor”, puntualizó.