Andy Geek —de nombre civil Andrés Fernando García Rodríguez— conoció a los diecinueve años el mundo drag luego de que un compañero de la Universidad de Antioquia le hablara del reality RuPaul’s Drag Race, un formato en el que RuPaul busca a la siguiente celebridad drag gringa. Como en todo programa de concurso, el show televisivo somete a los participantes a competencias para que un jurado escoja a quien mejor encarna la filosofía drag queen.
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Al principio Andy —cuenta en la sala de su casa de Manrique, mientras pule el maquillaje de su rostro— sintió una mezcla de atracción e incomodidad frente a las pelucas y los vestuarios pintorescos de los personajes. Sin embargo, con el paso del tiempo descubrió que el drag es un arte que le permite a quien lo cultiva expresar sus emociones y sentimientos ante el mundo.
Tras cinco años de labores, Andy, que es bibliotecologo y aficionado a la paleontología, ha conciliado sus intereses personales con los artísticos. Y lo ha hecho al punto de que será el encargado de entretener al público mientras los jurados escogen a los ganadores del X concurso de Monólogos Científicos, organizado por Explora. La premiación y el show de Andy serán hoy, a las seis y media de la tarde, en el Teatro Explora. La entrada al evento será gratuita. En su participación, Andy retomará una idea que le escuchó a Brigitte Baptiste sobre las características queer de la naturaleza. “La naturaleza es tan compleja que se escapa de las etiquetas”, dice Andy.
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En los últimos años la palabra queer ha pasado de los escenarios académicos a las páginas de los periódicos y a las conversaciones cotidianas. El vocablo resume una larga historia de exclusión y de reivindicación de las sexualidades que están por fuera del binomio macho-hembra. Según el escritor español Paul B. Preciado, en el siglo XVIII “queer servía para nombrar a aquel o aquello que por su condición de inútil, mal hecho, falso o excéntrico ponía en cuestión el buen funcionamiento del juego social”. A la sazón, el término no solo incluía a las personas de sexualidades divergentes, sino que también cobijaba al “tramposo, el ladrón, el borracho, la oveja negra y la manzana podrida”. En los años setenta y ochenta los movimientos por los derechos de los gays y de las lesbianas adoptaron la palabra y la convirtieron en una bandera que no ha estado ajena a la polémica.