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Conversación con Pablo Montoya de su nuevo libro, La sombra de Orión

El escritor Pablo Montoya presentó su más reciente libro, La Sombra de Orión. Así se acercó y narró el suceso.

  • El escritor Pablo Montoya, nacido en Barrancabermeja y criado en Medellín, ganó el premio Rómulo Gallegos por su novela Tríptico de la Infamia en 2015. FOTO cortesía marcela sánchez
    El escritor Pablo Montoya, nacido en Barrancabermeja y criado en Medellín, ganó el premio Rómulo Gallegos por su novela Tríptico de la Infamia en 2015. FOTO cortesía marcela sánchez
30 de marzo de 2021
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Delante de los ojos de un guerrero hábil se han dictado algunas de las rutas que ha tomado una ciudad, esta. Eso opina el escritor Pablo Montoya, quien publicó con Penguin Random House su más reciente libro: La Sombra de Orión. “Esa figura mítica del guerrero me parecía importantísima porque lo que quiero contarle a la gente es: mire cómo el destino de una ciudad (y particularmente de los sectores populares) está en manos de ese guerrero mítico que en nuestro contexto se presentó claramente a través de la Operación Orión”.

Su libro abre con un montón de miradas alternadas desde donde empieza a configurarse lo que fue aquella operación militar que tuvo lugar entre el 16 y 17 de octubre de 2002. Los militares avanzan, los milicianos contratacan y los civiles intentan resguardarse, sin entender lo que está por suceder.

Los hechos, en la novela de Montoya, ocurren en la Comuna, que en este caso es “una síntesis de las comunas populares de Medellín” y el saldo de esa operación es otro de los ejes del libro: la preocupación por la desaparición forzada y las historias que terminaron en La Escombrera.

En medio de estos dos eventos está la historia de un profesor, Pedro Cadavid, quien llega de otro país y se topa con la ciudad que acaba de atravesar ese suceso. Poco a poco, de la mano de una mujer, Alma, Cadavid se acerca a las entrañas de esa Comuna, que dentro de sus círculos habituales no se cuentan. “La Sombra de Orión también es una novela de amor entre dos personas en esa situación tan complicada”, y allí también hay espacio para que el arte avive conversaciones.

Montoya se tardó más de tres años en la escritura de esta novela, pero se ha demorado todavía más en tratar de entenderla. Leyó informes tanto de ONGs como de las fuentes oficiales, habló con policías que participaron de la operación y con civiles.

“Es una realidad muy compleja, es un berenjenal. Eso no es blanco y negro, hay que leer una versión, la otra y aquella. Como soy escritor filtré todo eso a partir de mi proyecto literario y construí mi novela”. EL COLOMBIANO charló con el autor para conocer mejor la sombra que se extendió con Orión y cómo entrelazó sus personajes para ir narrando la vida que irradia la Comuna, a pesar del terror y el dolor.

Justo en esa descripción del despliegue de la operación, uno de los militares sonríe y usted apunta que no se sabe si era por “aprobación, decepción o miedo”. ¿Es una manera de representar el contraste de pulsiones que se presentan en una situación así? o ¿habló con alguien que le transmitió esa sensación?

“Nunca he estado en una guerra, pero uno tiene una sensibilidad y una imaginación. He visto muchas guerras en cine y las he leído en la literatura, quizá todo eso le ayuda a uno a imaginar ciertas cosas. En realidad muchos de esos personajes son ficciones literarias que de algún modo se alimentan de lo que en realidad pasó. Las cifras oficiales son muy manipuladas y, las de los desaparecidos se prestan, además, para el trabajo literario porque no son fijas. Las cifras oficiales son unas, las de las instituciones no gubernamentales son otras y cambian.

Hay versiones oficiales, pero en cuanto a las verdades, me parece a mí, que todo está muy en el campo de lo probable. Lo que hice fue leer los informes de las fuerzas militares, de las ONG (que son muy distintas). Hablé con policías que participaron en Orión y las historias son tremendas. Más adelante en la novela está la historia del teniente Hernández (me pidió respetar su nombre, en realidad no sé cómo se llama), que participó como francotirador. Me contó cosas terribles, como las diferentes personas que había dado de baja y cómo uno de esos muertos le pesaba y era un niño de 8 años que tuvo que matar porque era un ‘carrito’. Es decir, uno de esos niños que trabajaba para las milicias y que llevaban de un lugar a otro municiones, razones o mensajes. Cuando te aproximas a esos testimonios y escuchas estas historias te das cuenta de que aquí no hay nada qué celebrar, lo que hay que hacer es desentrañar estas historias”.

El personaje de Alma es un punto de unión, ¿qué buscaba transmitir con ella?

“Quería un personaje femenino bueno y transparente, no uno de esos femeninos de una buena parte de las novelas sobre la violencia en Medellín, que son mujeres asesinas, prostitutas o como las de Fernando Vallejo, Alonso Salazar o de La Mujer del Animal de Víctor Gaviria, que son mujeres muy golpeadas por el machismo brutal que hay en nuestra región, que son depositarias de la violencia y al mismo tiempo son reproductoras de ella. Yo quería mostrar otra cosa, quería un personaje que a pesar de que ha vivido en esa violencia, ha logrado superarla por lo que ha hecho su familia y lo que ella misma representa al interior de la novela.

Alma es una especie de símbolo de la tierra y una especie de guía. Me interesaba que Pedro Cadavid ingresara a la realidad de la Comuna a través de su relación amorosa con Alma. Es una relación permeada por la literatura, por el arte, porque Alma es una mujer sensible a todo eso. Me interesaba que fuese una especie de Beatriz, pensando en el personaje de la Divina Comedia, que fuera la que invitara a Pedro y que fuera conociendo de su mano todas estas situaciones complicadas. No solamente las de extrema violencia, también las formas de resistencia civil y artística que hay en la Comuna. Es por Alma que Pedro conoce a los juglares de la Comuna y La Escombrera, entra a un universo que no conocía porque Pedro estuvo mucho tiempo fuera de la ciudad. Más adelante, Pedro Cadavid se enferma de violencia, no se vuelve un asesino, pero sí se convierte en una especie de fosa común, el lugar de todas las exhumaciones, entonces se enferma completamente y quien lo ayuda a aliviarse es Alma”.

Alma, además, tiene un vínculo especial con la tierra en la novela, ¿por qué?

“La mujer vinculada a la tierra es una idea que ha estado muy presente en la literatura latinoamericana, por ejemplo, cuando uno lee Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, y hay varias novelas que en la literatura latinoamericana en las que la mujer ha sido asociada a la tierra, pero generalmente es en esa oposición que se manejó antes (a finales del siglo XIX y comienzos del XX) de civilización y barbarie. La mujer, de alguna manera, representaba la tierra, la naturaleza, lo telúrico. Había pensado mucho en no caer en ese lugar común, sino más bien mostrar a Alma como una mujer que representa esa parte buena en medio de un sector de la ciudad como la Comuna que está golpeado por el mal militar, el de las armas. Por eso ella, aunque su familia está en medio de ese cruce de fuegos, no ha sido violentada. Representa la parte buena, bondadosa, limpia. Es una mujer con unos poderes que sanan, que curan, porque sí creo que hay personas que tienen una capacidad especial para sanar. Me parecía que Alma hace parte de una tradición literaria latinoamericana, no que entrara en esas formas románticas, sino que se nutre quizá de ahí”

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