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Cien años de soledad, la lectura divertida

  • Leer la novela de Gabo, de cuya primera edición se cumple medio siglo este año, puede ser una aventura. FOTO Colprensa
    Leer la novela de Gabo, de cuya primera edición se cumple medio siglo este año, puede ser una aventura. FOTO Colprensa
20 de julio de 2017
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¿La lectura de Cien años de soledad, la novela de Gabriel García Márquez, es un plan divertido? Por supuesto que lo es. No hay nada más gracioso que encontrar un libro colmado de aventuras. En este, abundan desde la primera página.

Con decir que comienza con una huída desde el centro de la Guajira hacia el Magdalena, aunque no se dan lugares geográficos muy exactos, y con la fundación de un pueblo al que llaman Macondo.

Una extraña expedición encabezada por un matrimonio. El hombre, bueno, no podemos decir que está completamente en sus cabales: José Arcadio Buendía. Digamos loco en el sentido “bueno” del término, el que usamos para calificar a personas inquietas, que buscan lo que no se les ha perdido, inventan y descubren. Una de esas personas que hay que atajar, como se dice coloquialmente. Y su esposa Úrsula Iguarán, una mujer obsesiva, intensa, que parece condenada a ponerle control y tino a una vida que en manos de ese esposo suyo podría ser un desastre, porque no se daría cuenta cuando entra el diablo y acabe con todo.

¿Y por qué se escaparon? Ah, esa es otra tensión. José Arcadio mató a un amigo suyo, Prudencio Aguilar, y, con Úrsula, decide huir de su fantasma... Pero el de Prudencio es un fantasma difícil de despegar... Ya lo verán otras veces a lo largo del relato.

Como se trata de una novela perteneciente al realismo mágico, un movimiento latinoamericano que se caracteriza por incluir sucesos extraordinarios, anormales, fantásticos, en medio de la narración de los hechos corrientes y cotidianos, no puede uno menos que asombrarse y seguir leyendo, reír y seguir viviendo como invitado de honor en esa historia de los Buendía Iguarán.

Entre esos sucesos maravillosos está el de la enfermedad del insomnio, primero, y el olvido, después, que obligó a los habitantes del naciente pueblo a adherir a cada cosa un papelito con su nombre y para qué sirve: vaca y sirve para dar leche y con esta hacer café con leche.

O de una señora que llegó al pueblo un día, gorda, de cara bella y movimientos elegantes, a la que apodaban la Elefanta. Se medía con un descendiente de los fundadores en competencias de quién comía más. Les servían animales enteros y se admiraban de que cortara las carnes con precisión de cirujano y se llevara a la boca pequeños trozos que disfrutaba.

Si a alguien lo ha desanimado la lectura de este libro, decida bien por qué. ¿Le parece largo? Es una novela de unas 350 páginas. No es mucho, primero, si pensamos que pasan ¡100 años!, y segundo, si se compara con el Quijote, de Cervantes, que sobrepasa las 1.500. Además, solo dedíquese a leer sin pensar cuánto le falta. No vale la pena atormentarse por eso.

Disfrutará tanto habitando ese mundo mágico de los Buendía Iguarán que, al terminar y cerrar el libro, suspirará hondo porque estará feliz de haberlo conocido... y a la vez un poco nostálgico porque deberá seguir su camino fuera de él .

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