Con unas cuantas palabras que le cambió a la letra de un porro de José María Peñaranda, Nelson Pinedo se ganó el corazón de los cubanos.
En lugar de decir “Me voy pa Cataca”, como escribió el compositor en el original, refiriéndose a Aracataca, Magdalena, el cantante barranquillero dijo “Me voy pa La Habana”. E igual hizo con los gentilicios: en vez de “cataqueros”, dijo “habaneros”.
“Cuando yo llegué a La Habana, dijeron los habaneros...”.
Y si en ese tiempo, mayo de 1954, ya era querido entre los isleños, desde entonces se volvió uno más de ellos.
Esta canción alcanzó el éxito de inmediato, se convirtió en la más sonada del año y de los carnavales decembrinos, y le valió al cantante el premio como el Artista Extranjero más Popular de Cuba.
Este dato está en el libro Estrellas de la Sonora Matancera, de Héctor Ramírez, director del Club de Amigos de esta agrupación, muerto hace algunos años en Medellín.
“Nelson y yo nos tratábamos de hermanos”, revela Orlando Patiño Valencia, director del espacio Una hora con los Solistas de la Sonora, que se emite por Latina Stereo.
“Lo presenté varias veces en sus conciertos en Medellín —continúa Patiño—. En el Hotel Nutibara, en el Azteca, en la fonda La Rinconada...”.
Música colombiana
Nacido en Barranquilla el 10 de febrero de 1928, Nelson Pinedo, cuyo nombre real era Napoleón Nelson Pinedo Fedullo, disfrutó de gran esplendor cuando grabó con La Sonora Matancera, por su voz entre tenor y barítono, “que nunca traicionó su estilo, ni cantando boleros ni música tropical”, indica el cantante Alfredo Gutiérrez, quien compartió bastantes horas con el Pollo Barranquillero.
“Me mamaba gallo, como todo buen costeño —dice el Monstruo del Acordeón—. Yo era muy jovencito, de modo que me decía: ‘Prodigio, pon a hablar el acordeoncito’. Nos encontramos una vez en el Intercontinental de Medellín, desayunamos frente a la piscina y me salió con esta: ‘¿ya amansaste la última burrita que te conseguiste?’. Se refería a la última de mis novias”.
Alfredo compartió escenario con él. Una de esas ocasiones fue en Nueva York.
“Nelson era muy humano. Siempre sensible, se prestaba a ayudar en obras hechas a beneficio de otros músicos”.
Para el investigador musical Gustavo Escobar Vélez, el gran aporte de Nelson Pinedo, además de su poderosa voz, es que fue “un embajador de la música colombiana. Comenzó con los porros y las cumbias en la Orquesta de Julio Lastra y después, al llegar a La Sonora, cuando podía escoger letras de compositores internacionales, no olvidó las de Pacho Galán, Rafael Escalona, José Barros, que le dieron reconocimiento mundial”.
Recuerda que grabó El ermitaño, de Rafael Escalona: “Qué le estará pasando al pobre Miguel, que tiene mucho tiempo que no sale”, y Momposina, de José Barros: “Momposina, ven a mi ranchito”.
Y todo comenzó para Pinero en una emisora: La Voz de la Patria, de su natal Barranquilla. Era un locutor que deleitaba a los caribeños con su vozarrón.
“Nelson triunfó también por perseverante —sostiene Orlando Patiño Valencia—, al principio, en La Habana, trabajó gratis en Radio Progreso: ‘¿Con qué voy a comer, Garrote?’, le preguntaba a Tito Garrote, su representante. Y este le respondía: ‘No te preocupes, muchacho. Ven a comer a mi casa’”.