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Libros para volver a creer en el amor

Si le rompieron el corazón o no se enamora hace tiempo, estos libros le brindan una segunda oportunidad. ¿Con cuál de ellos se identifica?

  • Para enfermar o curarse de amor, la literatura tiene los libros adecuados. FOTO SSTOCK
    Para enfermar o curarse de amor, la literatura tiene los libros adecuados. FOTO SSTOCK
16 de febrero de 2016
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Tormentosos, violentos, apacibles, de erotismo volcánico, filiales, fraternales, imposibles, truncos, tristes, platónicos... Hay cuantas clases de amor como amantes. Tanto en la vida como en la literatura.

Quienes no creen en el amor, en el de la vida, o les va mal en esas lides, han de saber que hay historias que consiguen darles o devolverles la fe en él... aunque sea, al menos, en el de las letras. Con la ventaja de que pueden entregarse con el alma, sin temor, porque en ellos no pierden.

¿Cómo no creer, por ejemplo, en la historia de amor de Romeo y Julieta, de Shakespeare, si a cada rato y por cualquier parte nos enteramos que se repite? Basta escuchar rumores en peluquerías de barrio para hallar personajes que, aunque respondan a otros nombres, representen papeles de amantes pertenecientes a familias que se odian desde hace tiempos o a bandos contrarios, aunque sus apellidos no sean Montesco ni Capuleto, sino Pérez y Ramírez. Y, como esos héroes de la tragedia isabelina, no pueden evitar pagar con la muerte la osadía de perseverar en su sentimiento, aunque no los maten con espadas.

Amores trágicos

“A mí me gustan las historias de amor trágico —revela Juan Diego Mejía, el escritor antioqueño—; no las historias con final feliz”. El autor de El cine era mejor que la vida dice: “Me sorprende comprobar que en esta época los libros de amor no se publican, o si se publican no se venden, quedan olvidados. Tal vez no se escriben buenos libros de amor”.

Los colombianos, reflexiona, escribimos sobre muchas cosas, pero no hay en la actualidad un orgullo al escribir del amor. Hay que buscarlos en el siglo XIX y en genios como García Márquez.

Destaca algunos títulos: Anna Karenina, de León Tolstoi; El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, y María, de Jorge Isaacs.

Del libro del ruso asegura que con él se puede creer en el amor porque narra uno marcado por la tragedia y los obstáculos de la sociedad aristócrata y de doble moral. En esa historia, la valiente es Anna, que prefiere morir a seguir con las normas que le imponen en su tiempo.

De la novela del Nobel colombiano, porque habla sin temores del asunto. No lo deja anclado en un tiempo en el que los adolescentes no controlan sus sentimientos sino que muestra el amor a través de los años.

De la obra del escritor del romanticismo, porque considera que “para los que tienen corazón es un festín leer sobre los sentimientos de estos muchachos”, Efraín y María, en un romance corto, nada carnal, que la enfermedad de aquella mujer se encargó de truncar.

Más allá de la muerte, de ultratumba, son los amores de Edgar Allan Poe. En cuentos como Ligeia, el del hombre enamorado que enviuda y vuelve a casarse con poco amor; Berenice, la historia del amante obsesionado con la única parte que parece quedar viva de su amada: los dientes, o ese otro de amor en el más allá: El coloquio de Monos y Una...

Amor entre telones

A veces, el amor no es el tema central, pero encuentra por donde salir. Como en las novelas de caballerías. En ellas, lo importante, por así decirlo, son las aventuras, las hazañas de los valerosos caballeros que arriesgan su vida en batallas para proteger a los débiles: huérfanos, doncellas y viudas. Pero detrás de todo eso está el amor. No a la humanidad, ni a la madre, sino el amor de amantes, platónico o carnal.

En el Amadís de Gaula, de Garci Rodríguez de Montalvo, por ejemplo, por delante están las aventuras del héroe que ayuda a recuperar un trono y que, a galope tendido y enfrentando la muerte tras cada curva del camino, llega hasta Alemania. Y en un segundo plano, el amor de este héroe por Oriana, la hija del rey Lisuarte de la Gran Bretaña, a quien entrega su vida y su suerte.

En Tirante el Blanco, uno de los libros que se salvan de la hoguera que encienden el cura y el barbero en el Quijote para quemar los dañinos volúmenes de caballería, cuando muere el héroe, Carmesina, su amada, decide seguirlo a la tumba.

Siguiendo con el amor que es trasfondo de algunas obras, aunque no constituya su tema central, recordemos dos ejemplos más recientes: una de William Faulkner, y otra de Agatha Christie. Ese sentimiento enriquece la trama y muestra a los personajes en otras facetas.

Del estadounidense, El sonido y la furia. Aunque se ocupa de mostrar la decadencia del Sur nortemenricano, por medio de una familia, los Compson, hay un amor flotando: el que sienten algunos personajes por su hermana Caddy.

De la inglesa, El misterioso Mr. Browm, de Agatha Christie. El amor le sirve para darle un final colorido y amable, después de haber sufrido con los personajes centrales los estragos del secuestro y la tortura, a manos del criminal más peligroso de Europa.

Unos obvios, otros no tanto

“Hay unos libros de amor que resultan obvios y otros no tan obvios”, indica Darío Jaramillo Agudelo.

Destaca los Sonetos de Garcilaso de la Vega (el segundo comienza así: En fin, a vuestras manos he venido,/ do sé que he de morir tan apretado,/ que aun aliviar con quejas mi cuidado,/ como remedio, me es ya defendido...), o La voz a ti debida, de Pedro Salinas (Tú vives siempre en tus actos./ Con la punta de tus dedos/ pulsas el mundo, le arrancas/ auroras, triunfos, colores,/ alegrías: es tu música(...), los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda, y las Rimas, de Gustavo Adolfo Bécquer.”

Y en narrativa, dice el autor de Poemas de amor, “hay unos de historias apacibles y otras arrevolveradas. El siglo diecinueve está lleno de ellas. Madame Bovary, de Gustav Flaubert es una de las clásicas”.

Menciona la novela El primo Basilio, del portugués José Maria Eça de Queirós, que gira en torno al adulterio.

Verano tardío, del alemán Adalbert Stifter, que relata la historia de personajes que tuvieron un pasado amoroso y en ese presente eterno de la novela, se siguen visitando. “Es una historia preciosa, con happy end, como toca”, añade Jaramillo Agudelo.

La niña de oro puro, de la inglesa Margaret Drabble, cuenta de la vida de “una antropóloga inglesa de los años sesenta, con las implicaciones de vivir en esa época, que siendo estudiante se hace amante de un profesor de la universidad, casado, de quien queda preñada. Decide tener la niña, que resulta con cierto retraso mental. Le entrega la vida a esa niña. Ese es el amor que trata esa novela, narrada en la voz de una amiga de esa antropóloga. Es una novela conmovedora”.

Y La buena tierra, de la premio Nobel Perla Buck. Es la historia de un campesino y su familia, integrada, entre otros hijos, por una niña con una enfermedad mental.

“Personas que difícilmente pueden hacer muchas cosas, pero tienen gran capacidad sensitiva. Estos autores consiguen mostrar el amor de ellas con una gran dignidad”.

El eterno tema del amor, el de la vida y el de la literatura, es combustible que alienta apasionantes historias.

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