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¿Y qué hubiese sido de Gabo sin Mercedes?

No es que solo fuera la esposa de Gabriel García Márquez, el Nobel de Literatura colombiano. Es que sus vidas no deberían leerse la una sin la otra.

  • Mercedes Barcha tenía 87 años. Murió en México, el sábado 15 de agosto. Foto: Getty Images.
    Mercedes Barcha tenía 87 años. Murió en México, el sábado 15 de agosto. Foto: Getty Images.
  • Mercedes y García Márquez en un viaje de visita a Aracataca. Foto: archivo
    Mercedes y García Márquez en un viaje de visita a Aracataca. Foto: archivo
  • Mercedes en Medellín, en una foto que guardó la hermana Paula y que le mostró a este periódico en 2015. Foto: Archivo
    Mercedes en Medellín, en una foto que guardó la hermana Paula y que le mostró a este periódico en 2015. Foto: Archivo
25 de agosto de 2020
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Mercedes Barcha no leyó Cien años de soledad antes de enviarlo por correo postal a Argentina en dos partes, porque la plata no alcanzó para mandarlo completo. Lo leyó cuando se lo devolvieron de la editorial Suramericana, ya impreso, antes de volverse famoso. Lo leyó en la cama, con García Márquez al lado, a ver cómo reaccionaba su esposa. Ella no leía manuscritos, le daba miedo. A mí no me gusta nada de eso, le dijo al periodista Héctor Feliciano en una entrevista, una de las pocas que dio. Mercedes, contó García Márquez en El artesano de la palabra, un artículo publicado en la revista Triunfo en 1980, solo leía el libro impreso. El primer ejemplar era de ella. Me espanto con su serenidad –dijo Gabo–: me ve discutiendo con mis amigos, muchas veces peleando por el libro, cuyo manuscrito está ahí, al pie de la cama. Pero ella decidió no leer jamás mis manuscritos. El miedo, dijo.

Cien años de soledad lo leyó avorazada, le contó además a Feliciano. Es una maravilla. Ese capítulo de la lluvia y de la peste. ¡Esa Úrsula! La pobre Úrsula es una maravilla ¡Es que es como un torrente! Uno pasa de capítulo y no se da cuenta. Cuando vas de un capítulo a otro, no lo notas.

Mercedes fue La Jirafa: tenía, cuando estaba joven, y por eso la puso así García Márquez, el cuello largo y delgado, era elegante, de huesos amplios. Fue además el Cocodrilo sagrado por sus rasgos egipcios. También “una muchacha con la sigilosa belleza de una serpiente del Nilo”, como aparece en Cien años de soledad: siempre discreta. Y era, en todo caso La Gaba, la esposa de Gabriel García Márquez.

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“No puede separarse la figura de Mercedes de la de Gabo –dice Dasso Saldívar, quien escribió la biografía El viaje a la semilla–. Ellos, como pareja, como amigos, compañeros y cómplices, fueron un portentoso dúo al servicio de la vida, del amor, de la amistad y de la literatura”.

No se puede mirar a Mercedes sin García Márquez y, tampoco, dice el profesor de literatura y escritor Gustavo Arango, a García Márquez separado de ella. “El García Márquez que conocimos en buena parte fue una obra suya. Cuando Cien años de soledad estaba recién publicado, él bromeaba diciendo que la novela la había escrito Mercedes. Mercedes no era una intelectual, no era una persona libresca, pero tenía una sabiduría ancestral, era un contacto con la realidad y con la cultura popular del Caribe. A su lado, García Márquez tenía una perspectiva del mundo enriquecida”.

Y es que Mercedes aparece en muchas partes, hace la lista Gustavo: en La Jirafa, como se llamaban las columnas que el escritor publicó en El Heraldo. En la dedicatoria de Los funerales de la Mamá Grande, como el Cocodrilo sagrado. El segundo nombre de Letizia Nazareno, el personaje de El Otoño del Patriarca, es Mercedes. En Cien años de soledad está junto a Gabriel y dice que tendrán dos hijos, Rodrigo y Gonzalo. Y para hilar más delgado, precisa el profesor, “El Conde de Montecristo fue una novela decisiva para García Márquez y es curioso que el amor de Edmundo Dantes se llamara Mercedes”.

El escritor de El amor en los tiempos del cólera contó en El olor de la guayaba, el libro en el que conversó con su amigo Plinio Apuleyo, que ningún personaje de sus novelas era ella, porque aparecía ella misma, con nombre propio, por ejemplo en Cien años de soledad y en Crónica de una muerte anunciada. “Nunca he podido ir más lejos en su aprovechamiento literario, por una verdad que podría parecer una boutade, pero que no lo es: he llegado a conocerla tanto que ya no tengo la menor idea de cómo es en realidad”.

Aunque no era tan así. El historiador Nicolás Pernett lo explica: “En algunas partes habló de que muchos personajes femeninos de sus novelas tenían rasgos de Mercedes, una mirada de ella. De esas mujeres prácticas, las que administran la casa, la vida, la relación de un modo directo y concreto, que tiene los pies muy bien puestos en la tierra mejor dicho, se parecen mucho justamente a la esposa de García Márquez”.

No hay un sin ella...

Mercedes Barcha fue fundamental en la vida real y en la ficción. Le daba estabilidad para que él se dedicara a crear. En los momentos difíciles, continúa Gustavo, resolvía los problemas domésticos, era práctica. El mismo Nobel contó que mientras escribía su gran obra siempre, aunque ya se hubiese acabado la plata según sus cuentas, estuvieron las 500 páginas blancas para que él escribiera. Y siempre hubo algo que comer. Ella misma, contó él, fue quien la mandó por correo, y es bien conocida esa frase de ella de que ahora solo falta que la novela sea mala. “En los tiempos de prosperidad y de fama fue flexible y discreta. El éxito de García Márquez, la fama y el dinero, podrían haberlo distraído de su tarea. Contar con una familia le dio una base sólida”, precisa el profesor Arango.

Y ellos lo sabían. Mercedes lo precisó en la entrevista con Feliciano, cuando él le preguntó sobre la seguridad: la familia, familias estables, dijo. Y antes, recordando los días difíciles de Cien años de soledad, había dicho: Como éramos jóvenes no te enteras. Es que como yo nunca he sido dramática. Eso es un equipo.

El mismo autor de El amor en los tiempos de cólera la describió en El machismo es la desgracia de la humanidad, en 1981, y que citan desde la Fundación Gabo: Desgraciadamente a Mercedes le toca la peor parte de esta historia. No podría escribir. Porque si tú y yo estamos sentados y hemos logrado conversar tan siquiera una hora es porque Mercedes está sosteniendo la puerta. Está manejando a la gente por teléfono, aplazando las citas, moviendo las cosas. Yo no sé nada de eso, no sé cómo está esta casa; ni sé cuánto dinero tengo en este mundo. No sé si tengo para comer mañana, o si no. No sé absolutamente nada de eso. Además, no tengo chequera, no tengo firma en los bancos, plata en los bolsillos. Yo he llegado tan así que a veces me quedo sin gasolina en la calle, voy a pagar y no tengo plata. Tengo que dejar el gato, el reloj, porque yo no me ocupo en nada absolutamente de eso. Tengo también un agente literario en Barcelona, que es otra mujer, Carmen Balcells, que es la que se encarga de todos los asuntos de libros, de traducciones, de editores y de dinero. Ella no se entiende para asuntos de dinero para nada conmigo, sino con Mercedes. De manera que esa es una preocupación que yo no tengo. Mercedes se hizo cargo de eso. Y yo no le pregunto cómo estamos. Yo me dedico exclusivamente a mis libros y a lo que hago por las tardes.

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Mercedes y García Márquez en un viaje de visita a Aracataca. Foto: archivo
Mercedes y García Márquez en un viaje de visita a Aracataca. Foto: archivo

Mercedes...

Dasso Saldívar la describe: Era práctica, inteligente, prudente, fumadora, atenta, generosa y también podía ser dura. Había en ella un gran sentido del humor, juguetón y coqueto. Había también sencillez y espontaneidad cuando estaba en confianza, pero era contenida si había que tratar a alguien con distancia. Le apasionaba la vida, sus hijos, el amor de su esposo, la amistad, la cultura Caribe, el arte y el cine, la buena cocina.

Dasso recuerda que coleccionaba ediciones raras de los libros del Nobel y de grandes escritores, más si habían sido maestros de Gabo. “Pero todo en ella estaba gobernado por su capacidad de contención y su mesura, por el silencio que sabía guardar, y esto le concedía a la vez un aspecto de mujer enigmática”.

Y ese punto fue muy importante, comenta el historiador Pernett: tiene un papel en la preservación de un espacio íntimo y familiar, sobre todo cuando llega la fama. Eso de no revelar secretos, de mantener su vida privada entre ellos. Dio pocas entrevistas, y en esas pocas habló lo necesario.

Feliciano, en la suya, la describe también: “Su cara es elegante, ancha, de pómulos altos, los ojos una pizca oblicuos y una mirada que es, a veces, como una risa y, otras, podría calificarse de orgullosa. Por su acento y por la pronunciación, Mercedes sigue siendo, sin duda, originaria del Caribe. A pesar del tiempo vivido fuera alarga vocales por doquier, se sigue tragando las eses o recortando los finales de las palabras y tampoco insiste mucho en las enes. Se sabe que viene de la costa por las palabras que, de pronto, emplea en una conversación en que sale un ajá de apoyo o un ajá escéptico, o surge el adjetivo bagaceado, del bagazo de la caña de azúcar”.

Además la describió el periodista Jon Lee Anderson el sábado que falleció para la Fundación: “Era una mujer carismática, con mucha presencia, y ojos tremendos, grandes, como una faraona de Egipto. Era de pocas palabras, pero cuando hablaba, casi siempre decía algo lapidario. Tenía una notable intuición social, y me dio siempre la impresión de que tenía la sabiduría para distinguir rápidamente entre la gente genuina y la falsa”.

Y hay una mirada más, la de sor Paula Quintero en un artículo de EL COLOMBIANO en 2015, una monja que estudió con ella en Medellín, cuando Mercedes estuvo interna en el María Auxiliadora: “Yo conocí a Mercedes hablando de un tal Gabito. Tenía una característica, era muy alegre, siendo muy sencilla. No era de una alegría de las que hacen bulla. No. Era deportista, piadosa, una niña suave, delicada, muy buena estudiante, inteligente y consagrada. Era muy simpática, muy amiga de todo el mundo y entusiasta para el juego. A mí siempre me impresionó su sencillez. En general las costeñas son muy vanidosas, apegadas a las joyas, a la ropa, a las cosas, en cambio ella era muy sencilla, muy bien vestida siempre, pero muy sencilla”.

De esa época de Medellín, valga el paréntesis, no hay muchas noticias, aunque García Márquez sí dejó una anécdota en sus memorias, que recuerda Nicolás: “Cuando a él lo envían a hacer su primer cubrimiento periodístico en El Espectador, en el año 54, lo mandan a Medellín a cubrir una nota sobre un derrumbe que se convierte en su primera crónica periodística e investigativa. Todo lo que él sabe de la ciudad son cosas muy vagas como que allá murió Gardel y que allá estudia Mercedes Barcha, lo cual también lo anima ir a hacer el cubrimiento. Y mientras está en Medellín se encuentra con un amigo que se llama Orlando Rivera, con el que planea posiblemente una idea loca de ir a sacar a Mercedes del internado para casarse con ella, que nunca se lleva a cabo obviamente, pero que él cuenta como una de sus fantasías juveniles más extrañas y delirantes. Mercedes no se enteró nunca de eso hasta mucho después cuando ya estaban casados. En todo caso, cuando estuvo en Medellín no pudo verla porque como estaba en un internado, justamente, no podía visitarla como él quisiera”.

Mercedes en Medellín, en una foto que guardó la hermana Paula y que le mostró a este periódico en 2015. Foto: Archivo
Mercedes en Medellín, en una foto que guardó la hermana Paula y que le mostró a este periódico en 2015. Foto: Archivo

Esos años

Mercedes Barcha nació el 6 de noviembre de 1932, en Magangué, Bolívar, a orillas del río Magdalena, del que una vez escribió (en 1947, en un ensayo del colegio), y que recuerda el historiador en su artículo Cuando Mercedes Barcha escribía sobre el río Magdalena, publicado en la página de la Fundación Gabo: ... Río Magdalena, la arteria del comercio fluvial colombiano, el RÍO MADRE de nuestra Patria. Paupérrimas resultan estas palabras para expresar, como son mis deseos de hija de esta querida MADRE NACIONAL, la importancia de este grandioso baluarte... este inapreciable cofre del seno maternal de nuestra gloriosa patria.

Fue hija de Demetrio Barcha, el farmaceuta de Magangué, Sucre y Barranquilla, y aunque ella le colaboró, nunca fue boticaria. “Cuando terminó el bachillerato quiso estudiar bacteriología, y su novio Gabriel le regaló un libro sobre esta materia, pero a la vez le mandaba cartas tremendas sobre lo que hacían esos bichitos objetos de la bacteriología. El tiempo fue pasando y Mercedes perdió el interés por los bichitos, y cuando se quiso dar cuenta, ya estaba casada con el hombre de su vida”, cuenta Dasso Saldívar, por correo.

Nunca trabajó, no en un empleo formal. ¿Para qué?, le dijo Barcha a Feliciano esa vez en México. Yo no sé hacer nada. Aunque hizo todo lo que Gabo ya contó, y todo lo demás para que fuera posible que él escribiera.

“La identificación con su marido era total, sin fisuras –continúa el biógrafo–. Ella misma dijo que lo que más le gustaba era ser la esposa de Gabriel García Márquez, y que se sentía bien como era. Pocas veces concedió entrevistas, dos o tres como mucho, pero aún en ellas fue cauta, para no revelar intimidades de la pareja o de la familia. Ese silencio la convirtió en la esposa leal y misteriosa, en el otro gran personaje detrás de su marido. Creo que lo hizo no solo por temperamento, por espíritu, sino para no crear una personalidad paralela a la de él. No le interesaba, no lo deseaba. Solo, es un decir, le interesaba y la llenaba ser la esposa de un genio. Y, por supuesto, la madre de Rodrigo y de Gonzalo”.

Para la escritora María Cristina Restrepo, Mercedes se expresaba como fuerte e inteligente, “uno la ve serena en las fotos, como con una vida interior. Yo quisiera creer que ella no se limitó a ser una mánager, a seguir unos pasos de Gabo, a soportarlo y ayudarlo; que ella estuvo en esa relación sin perder su individualidad. Con seguridad sí tuvo sus proyectos al margen de García Márquez, y un proyecto no es solamente escribir un libro, también puede ser hacer un florero, tener una vida interior armoniosa e independiente”.

Recordar a Gabo

García Márquez murió el 17 de abril de 2014, era Jueves Santo. Mercedes Barcha murió el 15 de agosto de 2020, sábado. Él era cinco años mayor que ella, y se fue seis años antes. Vivieron los mismos años, en fechas distintas: él tenía 87. Ella también. Se habían casado en 1958 y compartieron 56 años. De esos 87, apenas 31 los pasaron el uno sin el otro, primero porque eran muy niños para casarse (aunque él se lo propuso cuando tenía 12 años y ella 8), después porque él se le adelantó en eso de morirse. Gustavo Arango lo resume: “El homenaje que el mundo le hace ahora a la Gaba, el respeto y la admiración que se granjeó a pesar de su silencio y su discreción es una hermosa prueba de que las relaciones personales pueden ser obras de arte”. Eso eran los Gabos, como les decían juntos.

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Si no se hubieran conocido, especula Dasso, seguramente la vida de García Márquez hubiese sido muy distinta, “quizás no con la solidez que la colaboración de la Gaba le permitió, pero Gabo hubiera sido de todas maneras un escritor, y grande. La vocación del cataquero fue temprana, casi innata, probablemente desde mucho antes de que escribiera una sola línea, y concretamente desde que a los nueve años leyó una antología de Las mil y una noches que encontró en uno de los baúles de la casa de Aracataca. La férrea vocación de Gabo no la podía tronchar nada ni nadie: ni el hambre ni la soledad ni la enfermedad ni la pobreza que se ensañó con él en ciertos períodos de su vida”. Solo que esa solidez fue mucho, casi todo también.

Nicolás Pernett resalta que el archivo sobre García Márquez que reposa en la Universidad de Texas, en Austin, existe por Mercedes. “Las cartas, los documentos, los recortes de prensa se empiezan a recopilar desde que García Márquez se casa con Mercedes Barcha, al final de los 50 y comienzos de los 60, antes no hay documentos de García Márquez, o sí los hay pero regados por muchas partes. Esta labor de ayudarlo a mantener su archivo es muy propia de Barcha y eso es una de las cosas que hay que agradecerle y que no sé si se tenga en cuenta en muchos medios, y es que hoy tenemos ese archivo, en gran parte, por su orden, por la manera de contribuir a crear ese hogar para García Márquez y sus hijos. Hasta el final siempre ella estuvo muy al frente de muchas actividades, de asesorar a su esposo sobre con quién se asociaba, por ejemplo, que ella era muy intuitiva. En El olor de la guayaba y otras entrevistas él habla sobre ella como una especie de asesora en sus labores políticas y empresariales”.

Incluso después de su muerte, su esposa donó muchos libros de la biblioteca personal del Nobel a las bibliotecas Nacional y Luis Ángel Arango, también traducciones. “Esa labor de los últimos años –sigue Nicolás–, ayudando a distribuir un poco el legado de libros de García Márquez, me parece valioso y algo bonito de recordar”.

Hasta el último momento, Mercedes estuvo ahí. Tal vez por eso en las primeras páginas de El amor en los tiempos del cólera, Gabo escribió en la dedicatoria: Para Mercedes, por supuestoI

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