Un hombre con los ojos tapados, con dos botones que hacen de ojos, canta en inglés desde una cama. No se mueven las manos ni el cuerpo, solo la boca: “Look up here, I’m in heaven/ I’ve got scars that can’t be seen/ I’ve got drama, can’t be stolen/ Everybody knows me now./ Look up here, man, I’m in danger/ I’ve got nothing left to lose”*. Es Lazarus, el último personaje de David Bowie, conversando de la vida, o de la muerte, que es casi igual.
El cantante vivió 69 años y dos días, y como un profeta, anticipo su muerte y se despidió con el álbum número 25, Blackstar. Nadie entendió el viernes 8 de enero, día de su cumpleaños, que se estaba despidiendo. Dijeron entonces que era un disco retro, nostálgico, de un hombre de 69 años que piensa está cerca de abandonar el mundo, aunque no tanto como para morir horas después: no se sabía que tenía cáncer hace 18 meses.
Siempre hizo lo que quiso, escribió en Facebook Tony Visconti, amigo y productor del artista. Incluso morirse.
“No era usual que trabajara tan rápido entre disco y disco, y este fue rapidísimo, corto, dura 40 minutos”, señala Jacobo Celnik, escritor y crítico de música. David Bowie sabía ya que se iba a morir, e hizo de su enfermedad una obra de arte: transitó 18 meses de enfermedad a través de la música. Hizo un plan, y le alcanzó la vida para que saliera a su estilo.
Entonces se fue de la Tierra, nada más.
La vida
David tuvo los ojos del mismo color hasta que cumplió 15 años y peleó con George Underwood por una chica que les gustaba a los dos. George, amigo que después diseñó la portada de algunos de sus discos, entre ellos uno de sus más famosos, The rise and fall of Ziggy Starduts (El ascenso y caída de Ziggy Starduts), le pegó en el ojo con un anillo que tenía en el dedo y Bowie terminó con dos pupilas de diferente tamaño. Anisocoria, se llama.
Los iris eran del mismo color, pero según la luz, Bowie parecía tener un ojo distinto. “Creo que en realidad me hiciste un favor, George”, le dijo a Underwood alguna vez.
Apenas para él, que no era un hombre corriente. El pelo lo tuvo de 29 formas diferentes, y empezó desde muy joven. Cuando estaba en el colegio se teñía el pelo con colorante de cocina. También pintaba a mano las rayas de su camisa.
Porque Bowie no era de este mundo (alguien dijo que se fue porque nunca estuvo a gusto en la Tierra) ni un hombre en solitario. Por ese cuerpo delgado pasaron muchos personajes. Fue Aladdin Sane, Tao Jones, Halloween Jack, el duque blanco, Major Tom. El más importante, no obstante, fue Ziggy Stardust, un extraterrestre bisexual que usaba traje pegado al cuerpo y pelo rojo, y era una mezcla de sus amigos Iggy Pop y Lou Reed. Para Bowie era la posibilidad de ser otro, y se metía en ellos con toda la cabeza. “Fuera del escenario soy un robot –explicó una vez–. En el escenario me emociono. Por eso prefiero vestirme de Ziggy que ser David”.
Aunque también se confundió, y a Ziggy lo mató en 1973, no solo para darle espacio a otros personajes, sino porque lo hizo dudar de si estaba loco. “Ziggy no me dejaría solo por años y ahí empezó todo a volverse agrio. Toda mi personalidad se afectó”.
Su nombre también fue un invento. Cuando nació era David Robert Jones. Se puso Bowie, que era una marca de cuchillos, para no quedar como Davy Jones, de los Monkees.
Cambiar, sin embargo, era parte de él. Sus experimentos musicales no los hizo nadie y, precisa Joaquín Pérez, director del programa Mundoretro.co, inventaba algo y él mismo se encargaba de acabarlo, porque se cansaba. “Por eso lo llamaban el camaleón del rock, porque se reinventaba”.
Los personajes le ayudaron a que no se repitiera y además a montar todo un cuento que pasaba no solo por la música, sino por la moda, por el arte. “Finalmente hizo lo que quiso, porque no le tenía que probar nada a nadie”, comenta Jacobo.
Era un artista completo. Fue mimo, pintor, compositor, productor, actor de cine y teatro. “Tocaba todos los instrumentos –sigue Joaquín–. En su último disco aparece tocando el saxofón. Lo que hacía él no lo hacía nadie”. Tenía incluso un don para la moda, fue el primero en pedirle a un diseñador que hiciera el vestuario de sus conciertos, aunque él decía que no le interesaba la moda. El vestirse, el cambiar de estilo, tenía sobre todo que ver con la música: que se viera como sonaba.
Luego también fue una araña, no solo por su canción Spiders of mars, sino porque le dio el nombre a una de verdad, que es amarilla, peluda, grande y cazadora: Heteropoda davidbowie.
En la música experimentó de tiempo completo y no se quedó en un género. Se inventó el glam, hizo rock, jungle, baladas, mod británico, mezcló kabuki japonés con rock glam, jazz. En Blackstar no hay ni un solo de guitarra, el saxofón es el instrumento principal.
Lo de ser diferente hizo que fuera influencia de muchos artistas. La lista pasa por Madonna, Billy Corgan de los Smashing Pumpkins, Dave Grohl de Nirvana, Justin Timberlake.
Porque David Bowie no fue como ningún músico, salvo como David Bowie.
La despedida
El artista inglés odiaba los aviones. Les tenía pavor. El periodista Julián Ruiz, en un artículo de El Mundo, España, cuenta que una vez le preguntó si no se aburría cuando cruzaba el Atlántico en barco, y respondió que jamás, porque podía leer libros olvidados y ver cine clásico del s. XX. David podía leer, según The Guardian, ocho libros al día y era experto en las cintas del ruso Sergei Einsenstein.
Tampoco le gustaba el mar. Era un hombre de ciudad, británico de nacimiento (nació en Londres en 1947), neoyorquino por adopción (allá vivía y allá murió).
En 1972 fue gay. Se declaró cuando solo habían pasado cinco años de que no fuera un crimen en Reino Unido. Sin embargo, en 1976 ya era bisexual, y en 1983 cambió de opinión. En la revista Rolling Stone explicó que fue un invento para ser más misterioso, y que él siembre había sido un heterosexual en el armario.
El misterio, de verdad, llegó en 2004, cuando salió de los escenarios y se dedicó a su familia, a Alexandria, su hija con su segunda esposa, la modelo Iman. Ese año la muerte tocó por primera vez: un ataque al corazón en el escenario, que implicó una intervención cardiaca de urgencia.
Se encerró. No se escuchó ningún trabajo nuevo hasta 2013, cuando lanzó The next day. Otra vez apareció un Bowie que nunca había sido, con un disco, expresa Jacobo, enfocado en el retro rock, con el que quiso recuperar sus raíces de la etapa de Berlín a finales de los setenta, cuando se cansó de las drogas y se fue a buscar otros rumbos, otros experimentos.
Para el nuevo álbum hizo un salto corto en el tiempo, y el viernes, con Blackstar, la música sonó, otra vez diferente, a drama, a tensión. A un Bowie mirando a la vida y, sobre todo, a la muerte.
Así era él, adelantándose al futuro