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Un Jagüey en el Mamm

Jagüey es una de las exposiciones temporales del museo. Quedan pocos días para verla.

  • FOTO esteban vanegas
    FOTO esteban vane gas
21 de junio de 2016
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Jagüey es una exposición sonora, y aunque se entra a un mundo oscuro con pequeñas iluminaciones que contrastan con vasijas amarillas, en una imagen poética, que asombra, importan, sobre todo, los sonidos. El arte es lo que se escucha.

El nombre de la muestra viene de los jagüeyes naturales de La Guajira, depresiones que recogen agua por acción contenedora de las tierras arcillosas –explican en un comunicado del Mamm–.

El artista Leonel Vásquez estuvo con la comunidad wayúu, en una investigación in situ para aprender de las tradiciones y la relación con el agua.

“Jagüey nace de la invitación que me hace Jorge Barco (director educación y cultura) y el museo para desarrollar un proyecto en el laboratorio 3. Decido armar un proyecto que incorpora elementos de la tecnología, la ciencia, la sofisticación en el espacio, la amplificación, el sonido, y a la vez concentrado en ámbitos de interés político, etnográfico y territorial.

Desde hace un tiempo trabajo alrededor de los paisajes de agua, entendidos como aquellos escenarios donde convergen lo humano, lo natural, lo ritual, lo espiritual, no solamente entendidos desde la perspectiva de la imagen visual y que tenemos de un paisaje, sino de las relaciones invisibles a los ojos, y creo que de ahí viene el potencial de lo sonoro. El sonido es la manifestación de una realidad, que se manifiesta en esencia, en ser.

Hace un año cuando trabajé en el río Medellín hice grabaciones de la parte de Moravia hasta San Miguel y una de las conclusiones que recogí es que el agua sucia y el agua limpia suenan igual. Trabajo la instalación con hidrófonos, con sistemas de captación para estar debajo del agua, y ahora he incorporado nuevos elementos, la amplificación.

Jagüey está compuesta por una serie de elementos que proyectan el sonido dentro y fuera del agua. Al final, el ser del agua se manifiesta en su sonido. Es algo que estoy buscando en estos proyectos, rescatar una sensibilidad profunda como ser, como un componente vital que nos acompaña desde el nacimiento hasta la muerte. No como un servicio o un algo subjetivable.

La investigación

Me parece muy lindo lo que sucede en las comunidades indígenas, porque ellas han identificado milenariamente maneras de entender esta presencia. Por eso me fui a La Guajira, porque siento que hay mucho que aprender allá sobre el agua. Donde no hay agua hay que aprender más, porque la manejan y administran mejor.

Para los wayúu el agua es un ser que viaja, andariego, juguetón con el paisaje. Cantan para llamar a ese ser y volverlo a poner ahí, como cuando uno hace un canto de arrullo al niño. Se entiende el agua como un ser y se le canta a ese ser para tratar de que ese estado del caos vuelva a ordenarse.

No solo se les canta o se les ruega a los seres superiores para que llueva, sino también para la cordura de los humanos. En La Guajira, para la cordura de la multinacional Cerrejón, que en este momento está en proceso de desvío del río Bruno, uno de los principales afluentes de la Serranía. Eso es bien importante, porque el río Bruno, después de dos años de sequía, sin aguaceros, aún está vivo, y las comunidades que viven alrededor subsisten de él. Hay un proyecto que está en curso y es el movimiento de este río tres kilómetros. Cerrejón promete mover cada piedra y árbol, y aumentar el caudal, pero lo mismo hizo con el río Aguas Blancas hace 18 años, y van a ver un álbum de fotos a la entrada de la exposición, y verán el río seco.

Esas imágenes y esta catástrofe ambiental fueron el elemento motivador de esta experiencia. Esta obra se construyó en mes y medio, y muy bien lo entendimos como un laboratorio. Tengo mi estudio en Sibaté, Cundinamarca, y allá tenía un espacio que le puse por título Hidráulica poética, para que se entendiera que lo que estaba sucediendo no era solo plomería y fontanería, sino eventos sonoros que estaban siendo controlados para generar imágenes poéticas asociadas, en este caso, a un contexto terriblemente conmovedor.

Estoy recogiendo del entorno cantos, voces de las manifestaciones culturales. La conclusión a la que llego es que si el río está vivo, la cultura está viva, la gente está viva. Si suena el agua, suenan las voces.

Jagüey son los contenedores. Algo que pasa alrededor del jagüey es que es un centro, allí llegan los animales, las personas, los cantos, todos. Dentro de la sala hicimos una exposición en tres, tratando de generar una circularidad. Todos configuran un acto ritual, que provoca la experiencia, la sacralidad.

El lab 3 es un Jagüey”.

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