Como una novela. Así también se puede leer el nuevo libro Ángeles entre nosotros, de Juliana Acosta. Un género raro entre las obras de temas espirituales.
Los autores de libros de tal materia —o de tal sustancia, mejor—, acuden más fácilmente a los discursos, a las narraciones que son más bien como la voz de un emisario que hace de puente entre los seres sin materia y los humanos.
Sin embargo, Juliana Acosta decidió en su cuarto libro construir una suerte de autobiografía. Un recuento de su experiencia con los ángeles.
“Yo no quería contar esta historia personal. Quería siempre que fueran ellos, los ángeles, quienes hablaran, y yo aparecer por los laditos”, pero cuando estaba preparando el libro, un libro de viajes con los ángeles, la editora Patricia de Narváez, de la editorial Random House, le pidió que transformara ese manuscrito, de tal manera que pudiera incluir respuestas a una lista de preguntas que ella, la editora, quería saber sobre el tema: cuál fue su primera relación con los ángeles, qué reacción hubo en su familia cuando supieron de “esas amistades” suyas, cómo le hablan, en cuáles momentos, etcétera.
“No veo cómo transformarlo”, se dijo la autora y pensó que eso que le pedía la editora era otro libro y se dispuso a escribirlo.
Se trataba de sumergirse en el pasado y escarbar en él todo ese proceso, que al principio, cuando era niña y, después, adolescente, a decir verdad no quería aceptar de muy buen agrado tal “privilegio”, el de hablar con esos seres, porque adivinaba que el día que les prestara atención, su vida cambiaría de una manera radical. Y ella, una mujer cercana al hedonismo y decidida habitante de un mundo racional, rodeada de parientes y amigos más dedicados a la ciencia y cultores de un escepticismo en asuntos de fe, se resistía a su destino.
Hasta que sucedió el atentado contra las Torres Gemelas, en Nueva York. Ella era profesora de una universidad de Boston. “Mientras las torres colapsaban (...) tuvo que confesarles a sus estudiantes que recibía información del Cielo sobre el paradero de sus familiares en Manhattan”, como lo ha contado en varias oportunidades y aparece registrado en la contracarátula de Ángeles entre nosotros.
Seleccionó los recuerdos, familiares y afectivos propios que podría contar en el libro, decidió hasta qué punto debía involucrar a sus parientes en todo este asunto y, no sin riesgos, se dedicó a escribirlo.
Había que mencionar familiares y amigos, por su puesto, “porque yo no soy una isla y lo que soy y lo que tengo lo debo a muchas personas que me han ayudado”. Una cosa tuvo clara desde el principio: que el ritmo narrativo debía ser rápido.
Pero, aclara: “este asunto de los ángeles no tiene que ver con religión. Dios mismo no tiene que ver con religión. ¿Quién creó las religiones? Los hombres; no Dios, ni los ángeles”.
Y en ese volumen deja claro que cada vez escucha mejor a los ángeles. Y que ellos, los dos de cada uno y todos en general, se esfuerzan porque todos los oigamos, les prestemos atención en sus recomendaciones, pero ante la sordera de casi todos, ellos se alegran con el simple hecho de que los mencionemos o invoquemos.
¿Y qué dicen de Colombia, de su proceso de paz, si algo dicen? “Están contentos y orgullosos de Medellín, por la evolución energética que ha vivido. Estuvimos en el Infierno hace unas décadas y hemos estado saliendo de él; y en cuanto al proceso, ellos aplauden cualquier intento de paz que tengamos los humanos” .