En el fútbol, como en la vida, no siempre importa cómo se empieza, sino cómo se termina. Y ojalá esa máxima sea la brújula que guíe el camino de la Selección Colombia femenina Sub-17 en este Sudamericano, porque el debut ante Argentina, aunque lleno de matices, terminó siendo más una advertencia que una celebración.
Fue un empate 2-2 en el estadio Palogrande de Manizales. Un resultado que, aunque evita arrancar con derrota, deja al aire un mar de inquietudes y la sensación de que hay mucho por mejorar. Porque más allá de los goles, lo que se vio en el campo fue un equipo colombiano aún sin el ritmo, la sincronía ni la actitud que exige un torneo donde el margen de error es mínimo.
El inicio fue cuesta arriba. A los 18 minutos, Annika Paz aprovechó una de las pocas jugadas claras de peligro y puso en ventaja a la Albiceleste. Desde entonces, el partido cayó en un pozo de imprecisiones, donde las porterías fueron casi espectadoras. El juego se tornó confuso, trabado, sin ideas, y Colombia parecía extraviada, sin respuestas ni claridad para generar verdadero peligro.
Durante largos pasajes, la Tricolor se mostró sin alma, sin rebeldía. Pero en el arranque del segundo tiempo, hubo un leve destello de mejoría: ganas de ir adelante, intención de corregir el rumbo. Sin embargo, fue apenas un chispazo. El equipo volvió a caer en la misma maraña que lo tenía atrapado desde el primer gol argentino. Hasta que el reloj apretó y apareció una luz.
Al minuto 85, un penalti a favor de Colombia reescribió el guión. Ella Martínez lo ejecutó con frialdad y empató el encuentro. Ese gol encendió la mecha que tanto se había buscado. El golpe anímico fue inmediato, y apenas unos instantes después, María Baldovino se elevó en el área para meter un cabezazo certero que puso el 2-1 en el marcador. Era la remontada soñada, el despertar de un equipo que parecía dormido.
Pero la alegría fue tan efímera como el descuido defensivo que permitió el empate argentino. Una desconcentración tras el segundo gol colombiano permitió que, casi de inmediato, las gauchas igualaran el marcador con Dafne Cardozo. Una bofetada de realidad, justo cuando las jugadoras cafeteras creían haber salvado el debut con una gesta.
Al final, el 2-2 dejó sensaciones encontradas. No se perdió, sí. Pero tampoco se jugó bien. El funcionamiento colectivo aún está en deuda y la falta de contundencia y concentración pasó factura. La Tricolor tiene trabajo por delante si quiere trascender en este torneo.
Este viernes, ante Venezuela (7:00 p.m.), será la oportunidad de mostrar otra cara. Porque en este tipo de competencias, los errores se pagan caro, y Colombia ya aprendió esa lección en su primer examen. Ahora, el reto es crecer con humildad, corregir con urgencia y, sobre todo, demostrar que este equipo no se mide solo por cómo empieza, sino por hasta dónde es capaz de llegar.