Su cabello esponjado y largo, rizado y con rayos dorados la hacen ver majestuosa. Sus piernas, largas y llenas de músculos, impresionan por su fortaleza cada vez que da un salto.
Cuando Caterine Ibargüen llegó al estadio Alfonso Galvis de la unidad deportiva Atanasio Girardot, en medio de una tarde gris y fría, pareció convertir todos los rincones del escenario y su tribuna lateral en una caldera humana, en la que chicos y grandes pujaban por ver a la reina del salto triple mundial. La lluvia pegaba con tal fuerza que dolía y, sin embargo, la gente reunida allí no paraba de aplaudirla y seguirla. Todos querían una selfie, un autógrafo o felicitarla.
Ella, inesperadamente sorprendida, pues no se imaginaba que, en menos de un año, desde la última vez que se presentó en la tierra que la vio nacer para el estrellato, aún la recordaran tanto. La veneran.
La tribuna del estadio y sus alrededores, cercados por mallas, continuaron abarrotados de personas que querían verla saltar o, simplemente, que les expresara una sonrisa. Ese imán llamado Caterine Ibargüen les impedía alejarse del lugar. En medio de la euforia, muchos de ellos, niños incluso, ni se cubrían con sombrillas para protegerse del chaparrón. Les importaba poco.
Caterine, mostrando sus grandes dientes blancos y con una sonrisa permanente posó con ellos, se tomó fotos y firmó hasta hojas rasgadas de cuadernos de colegio.
Hasta el vendedor de plásticos, que no se imaginó que iba a hacer su “agosto”, se le vio coreando el nombre de la reina del atletismo y haciendo palmas cuando la campeona olímpica y mundial de salto triple, vestida con trusa rosada y una sudadera azul, pedía con sus brazos que la motivaran en cada brinco, un ritual que la inspira en cuanta pista que pisa en el mundo.
De 14.02 metros, su registro en el primer salto, hasta los 14.54 del sexto, suficientes para ganar la prueba del Grand Prix Ximena Restrepo, con el que cerró su primera actuación del año, se escucharon gritos, a veces en coro, que la alentaban: “tú puedes”, “vamos Cate”, “fuerza campeona” o “te amo Caterine”. Y palmas.
A nadie le dio un no. De hecho, la premiación del salto triple se retrasó esperando que ella cumpliera los deseos de quienes la asediaban. Luego, hasta al fortachón de su esposo, Álex Ramos, le dijo que si quería la esperara en casa; pero él, lleno de paciencia, le respondió que estuviera tranquila, que él se quedaba.
“Es que es muy lindo compartir con mi gente, sentir este cariño, comenzar el año en este lugar, al que le debo tanto, en el que me formé como deportista y donde hay personas que me apoyan y llevo en el corazón”, dijo Caterine sellando ese idilio con sus admiradores y comprendiendo que, de verdad, es un imán.