Don Alfonso dirige su taller en Cartagena, allí transforma cacho y coco, en ese proceso lo acompañan su señora y algunos sobrinos, sus anteojos evidencian el cansancio de unos ojos que han visto pasar cientos de pequeños y grandes objetos por sus expresivas manos, oírlo hablar de sus creaciones produce placer.
Durante Expoartesano fui testigo de una conversación que se desarrolló más o menos de la siguiente manera.
Comprador: ¿Y estas coquitas cuánto valen?
Cada recipiente elaborado en cacho era casi perfecto y lo acompañaba una pequeña cuchara. La sal, el azúcar u otro condimento vivirán en él, en cada par de elementos el artesano invierte unas 18 horas (el valor de la hora diurna es de $2.685).
Artesano: Treinta y cinco mil pesos cada una
Comprador: Como quiero tres, le ofrezco a veinte mil por cada una, le sirve?, además usted tiene que entender que está en Medellín y aquí somos así, eso es parte de nuestra cultura.
El discurso del comprador y su uso del “aquí somos así” me resultaron ofensivos, la frase puede ser en parte cierta, pero algunos hacemos esfuerzos por luchar contra ese supuesto que impide por desconocimiento o arrogancia reconocer en el trabajo del otro la misma dignidad que en el mío, pretender y exigir una rebaja de esas dimensiones es ejercer una posición dominante y plutocrática que desprecia el valor del producto intelectual y creativo del otro; una cosa es negociar y otra bien distinta es tratar de abusar del poder que otorga el dinero; no pretendo desconocer que la persuasión se puede y en algunos casos se debe ejercer en la negociación, pero desde mi posición de superioridad (comprador) pretender menospreciar a mi interlocutor (artesano) creo yo, es una de las tantas formas de violencia.
Alguno dirá que así es la ley de oferta y demanda; entre iguales vaya y venga, pero con alguien que está buscando expandir su pequeño mercado y necesita de la venta para subsistir, el mecanismo empleado y el supuesto “avispe” resultan ofensivos. Respetar significa valorar la capacidad creativa, la imaginación, el oficio, el talento, el conocimiento y sobre todo la dignidad del interlocutor. Por fortuna don Alfonso dijo no.
Sobre mi columna del 21 de marzo de este año escribe la señora Alexandra López Mejía, directora de la Fundación Roca: “Queremos manifestarles que la Fundación Roca no ha adquirido en la China una máquina tejedora, que no posee convenio alguno con la Alcaldía de Medellín, que Maribel Iguarán no ha capacitado a mujeres desplazadas en el departamento de Antioquia y mucho menos ha transmitido sus conocimientos en la habilidad manual de hacer mochilas propias de su cultura Wayúu, que el Mira es un movimiento político que no tiene vínculo con la Fundación”.
