Para los días de Feria de Flores, en Medellín comenzaron a perderse maridos. La fila de mujeres perturbadas que llegaban al búnker de la Fiscalía a denunciar la misteriosa ausencia de sus esposos, desbordaba las sillas disponibles en la oficina del Grupo de Identificación de NN y Desaparecidos del CTI.
A Mercedes Palacio Obando, coordinadora de la unidad, se le dibuja una sonrisa de ironía en la cara cuando recuerda que, conforme llegaban los reportes, así mismo iban apareciendo cónyuges arrepentidos venidos de fincas veraniegas.
Es lo que se denomina una desaparición voluntaria que acarrea enormes costos de tiempo, logística y dinero, para un equipo que con 35 integrantes tiene la misión de buscar por cielo y tierra a la gente que se extravía en Medellín y el área metropolitana.
De 709 denuncias que se elevaron este año, en 189 oportunidades se halló con vida al extraviado. Aquí, dice un investigador, hay casos de gente con Alzheimer, menores de edad que se fueron de parranda, ancianos despistados y víctimas de accidentes de tránsito a los que los traicionó la conciencia.
Pero no todos los casos son bendecidos con la misma suerte. Una desaparición puede no esclarecerse nunca. Desde 1950 hasta hoy, reza en los archivos, se esfumaron de la faz de Medellín, sin dejar rastro, 5.294 personas que nunca fueron ubicadas.
Muchos habrán sido asesinados y otros se cambiaron la identidad y no volvieron. "Hay gente que quisiera estar muerta para el Estado. A veces, siendo casados, viajan con una amiga y no avisan a la familia. O por una deuda, se esconden para siempre", dice un investigador.
Sinsabores
La desaparición más antigua en el libro de los perdidos, es la de un hombre llamado Hernán Yepes Uribe, de quien no se sabe nada hace 59 años, cuando se le vio pasar por Abejorral, Antioquia.
El caso es tan viejo, que en el expediente ya no reposa teléfono o identidad del denunciante, del cual no se descarta que también esté desaparecido o muerto, pues ni en la Fiscalía de ese municipio ni en la inspección de Policía ni en el Juzgado, saben dar razón de su existencia.
Trabajar buscando personas también trae sus sinsabores. El 3 de julio pasado, el CTI resolvió el caso de una desaparición (ocurrida el 21 de diciembre del año 2007), que al final no dejó a nadie contento.
La historia fue así. Una mañana, sin más, un hombre recién separado sale de su casa diciendo que se va a trabajar a una lechería, al parecer junto con su compañera sentimental.
Dos años después y en momentos en los que la esperanza de hallarlo vivo languidece, aparece en los registros de la base de datos de Fosyga una persona con su misma identidad, como usuario activo de una EPS.
"En la historia clínica solo aparecía el número de un celular. Lo llamé y le comenté que había una denuncia por su desaparición. Pero me llevé una sorpresa cuando me dijo que sí era quien yo buscaba, pero que no quería que nadie de su familia supiera de su ubicación", relata una funcionaria judicial.
Al transmitir dicha voluntad a los seres queridos, que lo habían buscado como aguja en un pajar, la detective sólo recuerda haber escuchado gritos de alegría y de dolor amargamente mezclados. "Por un lado estaban felices porque estaba vivo, pero por otro, un poco desengañados", dice.Drama
El drama en el hogar de una persona que se pierde parece ser más funesto que si falleciera o fuera secuestrada. Desde que se le desapareció su hijo Jorge Iván, hace un año, doña Aura Quintero de Medina se levanta con pesadillas casi todos los días, a eso de las 3:00 de la madrugada.
Cada vez que tocan el timbre en alguno de los apartamentos vecinos, doña Aura, a los 79 años, se levanta del sillón, arrastra su menudito cuerpo encorvado hasta la puerta y pega la oreja a la hoja de metal. La emoción se desinfla cuando escucha voces extrañas que no son la de Jorge Iván quien, al parecer, se embolató en la vía Medellín-Bogotá, a donde fue a recoger chatarra.
Doña María Dolores Londoño de Montoya, de 64 años, encarna tal vez la historia más cercana al guión de telenovela mexicana. Don Arsenio de Jesús Montoya, su esposo, salió de la casa una mañana de 1976 y sólo el 2009, es decir, 36 años después, regresó.
En 12.960 días han pasado, claro, muchas cosas. Dos de los cinco hijos con los que quedó María Dolores hoy no están. Uno porque se perdió hace 20 años y otro, porque lo mataron: Rodrigo y Henry de Jesús, respectivamente.
Pues bien, ya cuando esta mujer, algo desencantada de la vida, inició el trámite para declarar la muerte presunta de su marido, una llamada que le hicieran desde Santa Marta cambió el rumbo de la historia.
Arsenio, embebido por el alcohol, había abandonado el hogar. Peregrinó casi toda su vida hasta que se matriculó oficialmente como habitante de la calle. A Santa Marta fue a dar hace ocho años, donde se las arregló, entre trago y trago, cuidando carros.
Por supuesto que María Dolores no sabe qué pensar. "Yo ya no lo amo como esposo, pero me dio pesar y por eso fui por él", dice. El lío es que Arsenio ya no es el mismo buen mozo que algún día salió por esa puerta. Ahora tiene paralizada la mitad de su cuerpo a raíz de una isquemia cerebral.
Arsenio no habla sino que emite sonidos. Atrancada en la garganta tendrá la historia de lo que hizo, de los amigos que conoció y del perdón que a lo mejor quisiera pedir. Pero ya es muy tarde para recuperar un hogar, si se tiene en cuenta que por la misma enfermedad no puede ni ir al baño por sus propios medios.
Lo único que pide María Dolores, para terminar de cerrar el círculo de su vida de película, es que alguien se compadezca de ella y le encuentre una institución a Arsenio, pues es evidente que necesita urgentemente un tratamiento especializado.Triste final
Una historia muy diferente es la de aquellos ciudadanos que aparecen, pero muertos. Sólo este año, llegaron a Medicina Legal 435 cuerpos NN, según José Iván Medina, director de esa entidad en Antioquia. De ese total, fueron identificados 376, algo que ayudó, en gran medida, a esclarecer posibles casos de desaparición.
Estos son terrenos cercanos al delito de desaparición forzada, que pese a que comenzó a practicarse en la década del 70, sólo se vino a tipificar en Colombia en el año 2000. Timisai Monsalve, profesora investigadora de la Universidad de Antioquia, es clara en decir que los grupos que lo han ejecutado, lo han hecho inspirados en la psicología del terror.
Porque además de asesinar a alguien, ¿qué otra motivación existe para desaparecer el cuerpo? La respuesta que da Palacio Obando es que el propósito no es tanto esconder la evidencia, pues los paramilitares muchas veces lo hicieron delante de todo el mundo. "El fin último es sembrar terror, es una estrategia de poder", dice.
Lo que no tendría una explicación racional es que este año en Medellín se haya tenido noticia de cinco casos de desaparición forzada, no consumados precisamente por actores armados, sino por los mismos familiares. En el corregimiento de Santa Elena hace meses se extravió un hombre, en hechos que hicieron pensar a las autoridades que se trataba de un homicidio. "Entonces vamos a la casa, hacemos allanamiento, aplicamos Blue Star (sustancia para detectar sangre), efectivamente encontramos manchas y presumimos que por ende debieron haberlo enterrado", relata un agente.
Con el equipo de exhumaciones se hicieron las prospecciones hasta que encontraron la fosa donde estaba el señor. ¿Quién lo asesinó? "El sobrino y la esposa", dice. ¿Por qué motivos? "Eso ya no lo manejamos, porque nosotros vamos hasta ubicar al desaparecido y a los responsables".
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