Querido y tantas veces encontrado y conversado, en los pasillos y escaleras de la facultad, Ernesto. Usted, como Víctor Hugo Gómez, ha sido de los pocos que se han puesto a mirar la tecnología desde el humanismo, estableciendo en qué consiste la relación técnica-hombre y cómo afecta este maridaje, que ya no es un problema sino algo que ya es, como un árbol o el mar, por ejemplo. Las técnicas, que son miles, conviven con nosotros y negarlas o salir de ellas es un imposible. La máquina, que nos permite intervenir y transformar lo que da la tierra, es uno de esos elementos claros que nos diferencian de los animales. Como dice don José Ortega y Gasset, somos transformadores de la naturaleza y por eso no estamos presos en ella, como los demás seres orgánicos. Y, desde la Revolución Industrial, con sus máquinas de vapor y dinamo, la maquinización es un componente de cada actividad.
Pero, caro Ernesto, como bien dice usted en su libro El rostro del hombre en la cultura moderna , la maquinización (esto de que ya muchos actúan como máquinas, dando resultados previstos y perdiendo subjetividad) afecta el comportamiento y en especial lo humano, que es la condición sine qua non del ser, saber, hacer y estar en el mundo. La técnica, sea cual sea, es un medio y no un fin. Y no es yo alterno sino una herramienta que, al carecer de subjetividad y estar imposibilitada para hacerse preguntas, está por debajo de mí, es decir, lo mecánico está en condiciones permanentes de inferioridad con relación a lo humano. Pero debido a la tecnolatría, que es una transferencia de la idolatría primitiva, la economía capitalista (maquinizada hasta lo ruin), quiere hacer ver las tecnificaciones como la única opción de desarrollo. Y en ese mar de tornillos, chips y alambres, desaparecemos.
Las técnicas, desde las herramientas hasta las nanoestructuras, están al lado del hombre, pero no son la finalidad del hombre. Y el fin de los seres humanos no es un desarrollo desbordado sino controlado, que además de trabajar permita habitar un lugar y trascender las cosas que produce, no en términos de rentabilidad sino uso debido. Pero, querido Ernesto, como usted bien apunta, nos están convirtiendo en fuerzas puras de la economía, en partes del taller y piezas movibles, reemplazables y de obsoletización programada, habitantes de índices y meras fichas de bases de datos. Y aquí sí hay un problema grave: el desarrollo, como bien probó la economía clásica, no se alcanza con esclavos. El trabajo es parte de la vida, pero no la vida. Y vivir es más que producir. Es sentirse vivo y libre.
Ernesto Estrada Araque, profesor del Centro de Humanidades de la UPB. Buen conversador, atento a lo que sucede en el mundo y sin aires de profeta, Y sabe que la tecnología se puede manejar como un perrito fiel, al que se le dan un espacio en la casa sin permitirle que se la tome. Y si la cosa es así, funciona. Si no, a ladrar.
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