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A Gore

13 de noviembre de 2009
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Querido y asustador, Al. Por estos días de lluvias inesperadas y abundantes (casi torrenciales), he vuelto a su libro La tierra en juego, ecología y conciencia humana . Y de este libro he tomado el capítulo 13: Medioambientalismo del espíritu , en el que usted dice (y en esto estoy de acuerdo) que D's lo ha proporcionado todo (de la naturaleza nos abastecemos y no de otra parte) y el hombre se ha dado a la tarea de destruir (como un animal rabioso y obsesivo) esto que existe para vivir y que es lo necesario (no más ni menos) para que la vida continúe. Recuerdo a Martin Buber en su conferencia La pregunta silenciosa , cuando sostiene que es imposible amar a D's si no se ama su creación. Y que D's no perdona la destrucción del objeto (y el sujeto) que, por ser creado y ser necesario, no admite más que amor (conocimiento y carencia de dolor). Pero vale de poco, seguimos dañando.

Es claro que desde que los ingleses en 1916 se dieron a reclutar gente chiquita (ya se habían acabado los voluntarios de estatura normal) y a encarcelar a los que estaban contra la guerra (como fue el caso de Bertrand Russell), el mundo comenzó a fallar. Y no por los ingleses (que tuvieron que recurrir a los sobrantes, pues al resto los habían matado) sino porque se dejó de pensar por lo alto y se permitió que mentes ignorantes (muchas de ellas de gran estatura) se dieran a la tarea de dirigir, evaluar y creer que el planeta era una caja de deseos y no lo que era: un centro primordial de abastecimiento en el que el más mínimo daño afectaba toda la cadena. Y ahí comenzaron Los últimos días de la humanidad , como bien escribió Karl Kraus, el periodista vienés.

Esto de destruir el planeta en sus recursos naturales y humanos (porque la ecología toca con lo que hay en la tierra, sobre la tierra y con nosotros) se ha convertido en la tarea primordial de la competitividad. Y es que competimos, como bien dice usted Al Gore, en quién es más dañino con lo que permite, produce o trata de imponer. Todos los días hay más humo, ruido, normas tontas. En términos de Nietzsche, habrá que irse al desierto para quitarse de encima lo que ya no es más que un caos (a esto ha llevado la civilización no entendida) y volver a empezar. Y claro, suena pesimista, pero no hay más alternativa: hemos destruido el tiempo, el ambiente, la moral. Y para colmo, como ya lo teorizaba Carlos Gustavo Jung, en la demencia nos hemos vuelto mitológicos. Mitos por todas partes y la realidad por ninguna.

Al Gore, político demócrata norteamericano. Llegó a ser vicepresidente en el gobierno de Bill Clinton. Luego se dio la tarea de denunciar los daños que le hacemos al planeta. Y como tiene cuatro hijos y quizá nietos, le interesa la tierra, el único lugar para ser humanos o, como pasa, deshumanos.

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