No sirvió de mucho la lectura, resolver crucigramas ni una alimentación balanceada. Tampoco caminar ni desbaratar el país para volverlo a armar en mañanas enteras de tertulia con sus amigos. Simplemente un día empezó a llegar la desmemoria, de a poquitos, hasta que se instaló en su ser con todo el equipaje. Los hechos cotidianos, de repente, perdieron importancia y su sentido común, siempre a punto, se empezó a desvanecer entre la bruma de los años.
Desde entonces, nociones como país, política, proceso de paz, elección, reelección y corrupción, fueron a dar a la pieza del revolcadero, en compañía de las neuronas extinguidas. "Ya no le paro bolas a eso", dijo un día. Y en una decisión irrevocable mandó al carajo radios, televisores, libros y periódicos. Renunció, sin más ni qué, al minuto a minuto y se acomodó en el pasado. Habla de sus muertos como si estuvieran vivos y pregunta a quemarropa, como para poner a prueba las memorias ajenas, cómo se llamaban los pastorcitos de Fátima y el nombre completo de la Marquesa de Yolombó.
Vive en una nube donde no hay dolores ni confrontaciones. No sabe que un guerrillero de otras épocas es ahora el motivo por el que medio país se arranca los pelos con el otro medio. No ha sentido vergüenza ajena por las peleas de los expresidentes, cuyas acciones y omisiones se pasan unos a otros como papas calientes, ni tiene el alma vuelta un ocho por lo que puedan conseguir las monjitas de la caridad que negocian la dignidad del país, y quién sabe qué más, por allá en Cuba. Tampoco tiene idea de que esta semana el señor Presidente derramó un aguacero de soles sobre los hombros de muchísimos oficiales, pero a la tropa, la que está sufriendo en las cordilleras, lo único que le va a llover son años de cárcel si llegan a herir siquiera a uno solo de esos colegas de aquellos valientes que atacaron el municipio de Inzá, porque los crímenes de los guerrilleros son "actos de guerra" y lo que hacen los soldados son "crímenes contra la paz". Se nos olvidó el derecho de las cosas.
El de mi papá es un alzhéimer degenerativo que no afecta a nadie más que a su familia. En cambio hay otro, el de la sociedad, ese sí dañino, vulgar y peligroso, que borra de la memoria todo lo que nos pasa a una velocidad que se la quisiera el rayo.
Sería muy largo un listado de las desventuras (y de ciertos logros también, aunque más escasos) olvidado por nosotros, además de que no cabría ni en la edición completa del periódico, pero estoy segura de que cada uno, con un mínimo esfuerzo, podrá recordar muchos sucesos de corte ético y moral que nos han golpeado: La impunidad casi absoluta, las injusticias, la falta de previsión y de prevención ante las tragedias que causan daños, miseria y muerte, el abandono estatal después de ellas y la indiferencia frente al dolor ajeno… Tantas cosas, en fin, que olvidamos de un día para otro por cuenta de este alzhéimer tan precoz como absurdo.
No lo justifico, pero sospecho que ese deterioro del cerebro que consiste en el olvido selectivo de cierta información, ha de ser un mecanismo de defensa. Tanta infamia a palo seco resulta irresistible.
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