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AMBIENTE ENRARECIDO

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26 de agosto de 2013
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Hace muchos días pasan cosas que dan mala espina. El ambiente está enrarecido. Es como si en una olla a presión se cocinaran ingredientes que indigestan sobremanera: paros, inseguridad exacerbada, desaceleración industrial y un tufillo a reelección con un proceso de paz como artilugio. Una receta que con toda seguridad ni los que dicen que comen hasta piedras la soportarían.

Ejemplo: van más de dos meses en los que los diferentes paros son noticia. Vías cerradas y desmanes entre la Policía y los indignados son pan de cada día. El tema asusta, más cuando aparecen opiniones pronosticando una especie de primavera árabe criolla. Puede que suene a exageración, pero cuando el río suena es porque piedras trae. El pueblo está caliente y ya hemos visto en otras latitudes el poder de las masas exacerbadas. A la gente se le nota el desespero y eso le cuesta mucho a un país, desde todo punto de vista. ¿No es esto una razón muy grande para decir que el ambiente está muy enrarecido? ¿No es muy fafarachoso eso de que somos la mata de la prosperidad?

Mientras tanto, el Gobierno enrarece más el ambiente al anunciar el proyecto de ley para hacer un referendo el día de elecciones -bien sean las presidenciales o legislativas- en el que los colombianos daríamos el "visto bueno" a los acuerdos de Cuba. Puro cálculo político y electoral con miras a una posible reelección de Juan Manuel Santos. No le busque.

Contar con ese referendo en día de elecciones garantiza al Gobierno la fuerza electoral necesaria para obtener el aval del pueblo. Puro cálculo, porque facilito se consiguen los 7,5 millones de votos que se requieren (el 25 % del censo electoral colombiano). Pero más allá de esa jugada, el referendo santista pone en bandejita de plata el tema de la paz a los candidatos oficialistas, quienes repicarán como en procesión, el mandado del Gobierno de que sí o sí el mejor negocio para todos (y en especial para ellos) es el de firmar la paz de La Habana. Claro, los favores para ellos vienen después.

Sin más ni menos, es una forma camuflada para manipular la esencia de un mecanismo constitucional de participación. Eso de darle la libertad al pueblo para decidir frente a temas trascendentales, en este caso la paz, no puede ser tan romántico.

La ilusión de la paz, de un país mejor, con oportunidades, desarrollo, seguridad, calidad de vida y competitividad, siempre estará vigente. Lo duro es saber que hay un montón de quimeras y detrás de ellas un ambiente que no huele bien. Ahí están los paros, la inseguridad, el descontento popular, para hacernos caer en la cuenta del asunto. ¿Nos lo merecemos? Obvio que no, pero estamos sometidos a un juego político, comandado por un presidente que, me atrevo a decir, es para la mayoría de los colombianos una amalgama de desconfianza, desilusión e incertidumbre. En este ambiente enrarecido, donde el Gobierno cree que todos somos ciegos, el tuerto se mata por ser rey.

PS: Doña Lucía De la Cuesta de Londoño siempre estará en mis recuerdos. Un ejemplo completo, una persona que me enseñó que todos podemos creer en algo infalible: la esperanza.

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