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Botellitas hasta pa' tirar pa'arriba

UN PAISA DE Itagüí, José Fernando Escobar, tiene la más grande colección en Colombia de botellitas de licor. Hay muestras de 210 países.

  • Botellitas hasta pa' tirar pa'arriba | Hernán Vanegas | A pesar de que hace tiempo tiene estas botellas con animales exóticos adentro, José no pierde el asombro. El revés, es el más emocionado y fascinado por la particularidad de las botellitas. No sabe hasta dónde llegará con su colección.
    Botellitas hasta pa' tirar pa'arriba | Hernán Vanegas | A pesar de que hace tiempo tiene estas botellas con animales exóticos adentro, José no pierde el asombro. El revés, es el más emocionado y fascinado por la particularidad de las botellitas. No sabe hasta dónde llegará con su colección.
12 de febrero de 2011
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¿Se tomaría un trago de vino cuya botella tenga adentro una serpiente cobra -que es de las venenosas del mundo- o que en vez del ofidio haya un caballito de mar?

¿Y qué tal si en vez de la cobra y el caballo de mar, entre el licor haya una mosca gigante o un escorpión?

Pues así de exótico es el mundo de los licores. Lo ha comprobado desde hace 16 años José Fernando Escobar, un paisa de Itagüí, quien tiene la más grande colección de botellitas de licor en Colombia y tal vez una de las mayores de Latinoamérica.

Entre todas esas miniaturas, José tiene lo más raro y lo más común. Y no sólo por los tragos en sí, sino por las formas, se diría que artísticas de las botellas, que aunque son réplicas de las grandes, por su mínimo tamaño ganan más admiración.

Hasta 1994, José no tenía nada qué ver con el mundo de los licores.

-Yo sí coleccionaba llaveros, mezcladores, vasos, pero un día llegó de Estados Unidos un amigo piloto y trajo varias botellitas, porque en los aviones daban esas muestras, y yo se las pedí, me las dio y ahí empecé con esta goma-, cuenta José, que por paradoja bebe poco, si acaso media botella de aguardiente y muy de vez en cuando, "porque me hace daño".

José no explica mucho qué lo emocionó tanto para meterse en este cuento. Pero al son de hoy, en una habitación de su casa tiene alrededor de seis mil ejemplares.

La verdad, su colección da envidia de la buena. El cuarto es prácticamente un museo, aunque la estrechez no permite apreciar bien cada botellita.

-Es el problema de todos los coleccionistas, falta de espacio para ubicar las cosas-.

¡Claro!, en cómodas y elegantes estanterías José ubicó cada muestra. Y sabe casi a la perfección el punto exacto donde está cada una. Tampoco se ve desorden, pero ¿qué tal si todo lo que él tiene sistematizado en el computador lo pudiera ubicar al lado de cada botella?

Otra sería la experiencia de visitar su recinto -a lo que por ahora sólo tienen acceso sus amigos-, porque más que muestras, guarda cultura.

-Sí, porque colecciono con criterio. De cada país consigo el trago típico. Y a partir de ahí investigo de qué vive el país, qué hace su gente, dónde queda, es toda una experiencia cultural alrededor-.

En el reino del dios Baco
Como no es fácil adquirir botellas, los pocos coleccionistas que hay en el mundo se comunican vía internet para intercambiar, vender y feriar sus ejemplares. También lo hacen en subastas y organizan encuentros.

José ha estado en Perú, Estados Unidos, España, México y otros países. Allí ha adquirido botellas que lo han dejado boquiabierto. Como esa de la serpiente adentro, que es un trago de Malasia; la del escorpión, un vodka también de Malasia, o una de Laos llamada Snake Whisky, que tiene dos serpientes.

Pero no todo es tan truculento. Hay tragos con frutas adentro, como mandarinas, peras o mazorcas, o las típicas Mezcal, tequilas mexicanos con gusanos.

Para que se asombre, hay tragos que en el fondo traen pepitas de oro o de plata, como el Gold Licor o el Silver Bols, de Holanda.

-Y lo más curioso es que la gente se bebe las gotas. ¡Claro!, las botellas grandes también las traen-.

Es tan exótica su afición, que aún no tienen un nombre que los identifique, como botellófilos o algo así. Dice que el mayor coleccionista es el noruego Chris Rimmer, con 80 mil ejemplares.

Como José está muy joven -no tiene ni los 40-, tal vez en varios años almacenará muchas muestras más. Pero con lo que tiene, sin duda, podría montar un museo.

Sería una deliciosa experiencia recorrer un lugar donde haya miniaturas de licor en forma de barco, pájaro, jirafa, toro, avión o como un castillo, la torre Eiffel o la estatua de la Libertad.

En medio de este mundo en miniatura, en el que hay botellitas de 210 países, José Fernando se pasea feliz. Y se ve tan sereno que pareciera ni saber lo que tiene: una colección para despertar mil emociones, un reino donde hasta Baco, el Dios ebrio del vino, lograría extasiarse.

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