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Camarón que se duerme...

  • Óscar Henao Mejía | Óscar Henao Mejía
    Óscar Henao Mejía | Óscar Henao Mejía
29 de julio de 2010
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En noviembre de 1988, siendo rector en un colegio oficial de La Estrella, en reunión con los docentes les informaba que en el curso siguiente la Geografía y la Historia no serían áreas separadas, sino que conformarían una nueva, llamada Ciencias Sociales. Uno de ellos, que siempre había ofrecido el currículo de Geografía, dijo para todos: prefiero retirarme. Y se retiró.

Y así, cuando un nuevo acomodo de la pedagogía o la tecnología exige renovadas posturas en quienes ejercemos el difícil oficio de acompañar procesos de formación, la respuesta más fácil puede ser la de desistir.

Esa sensación es más evidente hoy, cuando el fenómeno de "rapidación", del que hablaba el sociólogo MacLujan, ha puesto todo el acelerador, particularmente en las tecnologías de información y comunicación. Querámoslo o no, esas nuevas tecnologías han cambiado sustancialmente los modos para acceder al aprendizaje, asunto que exige, de forma inevitable, nuevas condiciones profesionales y actitudinales de los maestros. Por eso no suena extraña la observación que hacía el secretario de Educación de Medellín en el reciente encuentro de los directivos docentes del Departamento de Antioquia, cuando, refiriéndose a los avances del programa "Medellín Digital", informaba que se habían incrementado las renuncias de los docentes.

Por supuesto que estar a tono con las nuevas posibilidades que ofrecen los recursos tecnológicos es asunto bastante complejo. Nuestros estudiantes son sujetos nativos en esa cultura y no encuentran dificultad alguna para asimilarla. A nosotros, los mayores, se nos exige una permanente alfabetización que nos permita acomodarnos a ese panorama, en mucho, extraño al cuaderno y tablero que enmarcaban el escenario de nuestra escolaridad.

Pero ahí está también una de las oportunidades para hacer realidad esa condición que en otros escritos he urgido de los maestros: su permanente capacidad y disposición para aprender de sus pares, de los propios errores y, en este caso, de nuestros mismos estudiantes. Porque en este asunto puntual, cuando dudamos, ellos vuelan. Más de una vez, construyendo un texto en Excel, Word o Power Point, ha sido un estudiante, incluso de los primeros grados, quien me ha sugerido la forma más eficiente y rápida de hacerlo. Lo más sano para el aprendizaje y para nuestra propia formación es pegarse a su vuelo.

Paradójicamente, esa desventaja con nuestros estudiantes se constituye también en una tremenda oportunidad. Los docentes tenemos el privilegio de la cotidiana cercanía con la niñez y la juventud, que nos reta a permanecer lo menos lejanos a sus mundos, expectativas y posibilidades. Si lo permitimos, su pasión, su intrepidez, su sed insaciable, también pueden ser contagiosas.

Pero el asunto no es sólo asimilar las nuevas tecnologías, sino saberlas utilizar, pues, de no ser así, más conducirían a un caos de Babel que a verdaderos aprendizajes.

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