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"Canguriar" es pura ternura

27 de septiembre de 2008
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Gorro rosado, medias y pañal. Es el uniforme de los canguros. Su cabeza, apenas más grande que una bola de sóftbol, se asoma sobre el pecho de Marta Liliana Hernández Berrío, su mamá.

Ella, la madre, está envuelta en una faja con la que sostiene contra su cuerpo el diminuto ser.

Es niña. Se llama Annie Raquel Ríos Hernández. Nació de 28 semanas y lleva un mes viviendo pegada a quienes, en un par de años, cuando empiece a hablar, llamará "ma" y "pa".

Nació prematura porque tenía afán de llegar, cree su mamá. "Estábamos durmiendo cuando empezaron los dolores y de una salimos para la clínica".

Apenas se enteró del programa cuando nació Annie. "Esto es una ternura, porque el contacto con el bebé es hermoso".

Se asustó al principio, lo confiesa. No es cosa de todos los días que le digan a las madres que se pongan una faja y se hagan pasar por marsupiales. "Pero es fácil", dice con su sonrisa franca, mientras acaricia la cabeza de Annie, su tercer retoño.

Canguritos
Así les dicen a los niños de este programa en la Clínica del Prado. "Este cangurito está hermoso", "Hay otros dos canguritos en la terraza", "Vea este cangurito como creció".

A finales de 2007 empezó a funcionar la alianza entre la Fundación Canguro y la Clínica. "En este tiempo hemos tenido cerca de 200 niños", asegura la responsable del programa, Tatiana Grajales.

La aplicación del método empieza desde que los niños están hospitalizados en la unidad neonatal. Luego, deben cargar al bebé las 24 horas del día. Solo se saca para cambiarle el pañal y alimentarlo.

Es decir, está ahí mientras ellas caminan, cuando van al baño, mientras duermen...

Eso es quizá lo más difícil, porque tienen que aprender a dormir sentadas.

"Pero uno se acostumbra", coinciden tres mamás canguro a la vez.

"Este protocolo permite un alta temprana, restablecer el vínculo del bebé con los papás, que se rompe con el nacimiento prematuro", afirma la pediatra Angela Lombo.

A Natalí Restrepo, por ejemplo, le entregaron a su hijo Luis Andrés 28 días después de haber nacido. Entonces ella se convirtió en la incubadora.

Busca con sus manos, en las que carga a Luis Andrés, indicar un tamaño. "Era así de chiquitico, como una ratica cuando nació".

No tenía los pulmones maduros, cuenta, pero a juzgar por el volumen en el que llora, eso ya es cuento del pasado.

Otros beneficios es que se reducen las infecciones nosocomiales, el bebé sube de peso adecuadamente y que la familia se empodere del cuidado del recién nacido, agrega la pediatra.

También hay un mejor vínculo y la lactancia materna es mejor.

Canguriar
Annie Raquel tiene dos hermanitos. Uno de 16 años y otra de 4, los otros dos hijos de Marta. "Ellos no hacen sino decirme que la quieren canguriar". Al papá, en cambio, aún le da un poco de temor que se la caiga.

Canguriar. Ese es el verbo clave que resume el meter al bebé bajo la faja, apretarlo contra el pecho, darle calor.

"Es una sensación inexplicable", asegura Carlos Salazar, porque, claro, también hay papás canguros. Y tías canguro, abuelas canguro...

"En mi casa todo lo querían cargar", cuenta Natalí. "Eso sí, yo los hacía lavar en alcohol antes de entregarlo".

Llegará el momento en que Annie, como los demás niños no querrán más sus bolsas, empezarán a trepar por el cuello, serán más grandes y pesados.

"¿Pero sabe qué? Esta experiencia, no nos la quita nadie", apunta Marta.

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