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CATÁLOGO (INCOMPLETO) DE PAPÁS

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16 de junio de 2012
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Uno.
Lo veía partir todos los días hacia la fábrica que nos proporcionaba el sustento.

Los miedos llegaban los días de pago, y más si era viernes.

Después de jugar el último partido de la tarde, mis piernas empezaban a temblar al ritmo de un corazón infantil, temeroso e incapaz, no sólo por mi estatura y mi delgadez, sino por el terror que producían en mí sus tragos pasados, su desencanto de llegar a la casa después de la juerga y, al menor asomo de reclamo de mamá, ¡el caos!

Esa locura temporal que iba por la casa como un ciclón, derramando la sangre de un trío de inocentes, se llevaba mi aliento y jamás me permitió reaccionar, salvar a alguien de un golpe o morir en el intento.

Una pesadilla que se repitió a lo largo de nuestra infancia injustamente, tristemente. Un día ya no hubo más hogar, ni casa para destruir, ni gente para herir.

No más dolores para el recuerdo. Se había sacrificado una familia, pero la tranquilidad lo valía y la dignidad lo exigía.

Ahora me pregunto qué hay en el amor filial, capaz de sanar el dolor para, después de todo, reconocerlo como mi padre y querer pasar una tarde con él.

Dos.
Mi papá prometió que la de sus hijos sería una vida sin maltratos y que las carencias, si las había, jamás serían de respeto.

Es comprensivo y querendón. Lloró conmigo hasta el amanecer cuando mi primer novio me puso los cachos y me ha proveído de todo cuanto he necesitado, pero su regalo inolvidable será siempre una caja de herramientas que me dio cuando nací.

En ella encontré un par de alas, amor ilimitado, el ejemplo de un hombre honesto a prueba de todo, muchos permisos negados con firmeza, castigos ajustados que han ayudado en la formación de mi carácter y un compromiso inquebrantable por hacer de nuestro hogar, junto con mamá, el lugar más seguro y feliz de la Tierra.

No hay un mejor hombre para ser mi papá. Lo confirmo cada vez que lo miro a los ojos y veo, tras sus lentes de hipermétrope, a un ser humano que entendió que su misión iba mucho más allá de la función reproductora y proveedora.

Tres.
No sé quién es mi papá. Mi mamá dice que soy hijo del amor.

No lo creo. Más bien del engaño y de la burla, pero no se lo digo para no sumarle más dolor al abandono.

A veces, ante un señor cualquiera que tiene un lunar parecido al de mi mejilla izquierda, me pregunto si será el cuentahabiente del banco de semen que ayudó a procrearme sin cobrar intereses y sin aportar al capital.

No siento nada por ese ser que ni siquiera me enseñó a montar en bicicleta, pero me han hecho falta sus abrazos cuando siento que el mundo me queda grande.

Tengo claro que jamás negaré mi sangre y que no repetiré con los míos esta condición de hijo abandonado.

Los papás pueden ser de muchos colores, olores y sabores, imperfectos si se quiere, pero necesarios y perdurables.

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