En los últimos años, según estudios independientes citados en el British Medical Journal, del 85 al 90 por ciento de todos los nuevos medicamentos han reportado escasos beneficios y muchos daños.
¿A qué viene el cuento? Al enorme poder de la industria farmacéutica que, pese a lo que se diga y al control que ejercen organismos en Estados Unidos y Europa, principalmente, hace lo que sea con nosotros para obtener jugosas ganancias.
Pfizer acordó pagar US$60 millones en EE. UU. por sobornar a médicos, funcionarios y reguladores en diferentes países. Ya Johnson & Johnson había pagado US$80 millones por igual motivo.
Cada año salen al mercado de 15 a 25 nuevos medicamentos. El estudio de Donald Light, de la Universidad de Medicina y Odontología de New Jersey, y Joel Lexchin, de la de York en Canadá, revela que la mayoría de los recursos se destinan a pequeñas variaciones de drogas ya existentes y en cuya promoción se invierte hasta el 80 por ciento del gasto en medicamentos en un país.
Por eso vemos los mismos principios activos con distinta variación en un sinnúmero de nuevas medicinas. Que contra la gripa, que contra la fiebre y el dolor. Todos son los mismo, aunque se promocionan como la superrecontraarchidroga para X mal.
A eso se dedican la mayoría de las veces y todos caemos. Pero es solo una parte del juego.
Conocida es la práctica de pagarles a investigadores para que escriban artículos científicos mostrando los beneficios de tal o cual producto.
Esta semana, en el journal Plos Medicine, Aaron Kesselheim y colegas de la Escuela Médica de Harvard, muestran cómo muchos médicos son pagados para promocionar el uso “fuera de etiqueta”, una práctica que en otros países es castigada, no acá en nuestro brillante sistema de salud.
Es decir, promocionan medicinas para otras condiciones médicas diferentes para las que fueron aprobadas.
Todo esto sin ahondar en prácticas que hemos citado en otras ocasiones como la de dar drogas a los médicos para que les entreguen a los pacientes y así comprometerlos a que las deben seguir comprando, o darles viajes y asistencias a simposios según la cantidad de productos que prescriban.
¿Soluciones? Ninguna a la vista. Pero al menos es bueno saber que nos usan a su antojo. Dóciles conejillos.
Maullido: nunca se había invertido tanto dinero para armar un taco como en la 4 Sur. Y mientras, el puente vacío.
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