Yerma se casa, muy al principio de la obra, y pasa el tiempo, y pasa la obra también, y Yerma no puede tener hijos.
La sociedad le ha dicho que debe tener familia. Que eso, finalmente, casi que es el deber de toda mujer.
Por eso el deseo ya no lo es tanto. Lo quiere y lo busca tan desesperadamente, que se vuelve obsesión y hasta delirio.
"Es un clásico", dice su director Carlos Arturo Bolívar. El texto es original de García Lorca y, aunque mucho de él está en la puesta en escena, como los personajes, es una interpretación libre.
"Quería experimentar esa visión, pero que no se quedara así. Por eso es una reflexión sobre lo que es ser madre, pero también visto desde otro punto de vista, con lo que hago al final", añade el director, que es paisa, aunque lleva muchos años viviendo en España y que, frecuentemente, viene a su tierra a hacer y compartir lo que más le gusta: el teatro.
Sobre la obra, Lorca decía que es "la imagen de la fecundidad castigada a la esterilidad", como el Teatro Móvil lo describe en su reseña. Entonces, esa imposibilidad al destino, en este caso, la de no tener hijos. Y esa mirada de la sociedad, tan cruel.
Lo que hace Carlos Arturo es no dejar el final de esa manera. Lo resuelve como una defensa de un sueño imposible y una afirmación rotunda de que es un posibilidad, de que no tiene que ser tan malo. De que, pese a todo, también es mujer.
Y lo hace con un monólogo, con un texto de Angélica Liddell, que encontró perfecto. Casi para la lágrima. Muchísimo para la reflexión.
Al fin y al cabo Yerma ya se enfrentó a su marido, a las mujeres que ya son madres, como su vecina María, y al hombre que la podría hacer feliz, pero que nunca tuvo, Víctor, porque el divorcio tampoco es una posibilidad.
Y se rebeló contra la represión social y contra cualquier forma de resignación. Todo mientras en las paredes el barro se va cayendo, agrietando, ensuciando, enlodando. Como la vida, que puede ser, o no, suciesísima.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6