En la conmemoración de los 20 años de la muerte de Galán, han surgido comparaciones para buscar identidades de éste con Gaitán. El hecho de ambos morir asesinados da pie para rebujar posibles analogías temperamentales e ideológicas entre estos dos rebeldes, enfrentados a las jerarquías oficiales del liberalismo.
Es cierto que los dos fueron fogosos oradores de plaza pública. Utilizaban recursos dialécticos y emocionales para levantar los ánimos en las manifestaciones públicas. Más electrizante Gaitán en estos escenarios, por ser un populista irredento. Su condición de abogado criminalista le daba esa ventaja psicológica de penetrar en forma tan impactante en la condición humana. Galán lo superaba en el debate congresional. Allí cuenta más la razón que el corazón. Más la persuasión que la emoción.
Gaitán fue un caudillo. Conmovía a los de abajo. Impresionaba con sus gestos y ademanes. Impactaba a los desposeídos y marginados. Prometía un futuro mejor a través de la lucha de clases, así negara sus avenencias marxistas. Para éste, las oligarquías conservadora y liberal eran iguales, y ambas responsables de las desigualdades sociales en Colombia.
Galán fue más líder que caudillo. Más estadista que promesero. No ofrecía ríos de leche y miel, logrados a través de las confrontaciones enconadas entre las clases sociales, si no que planteaba reformas sociales justas por los canales de la democracia y del voto. Gaitán y Galán buscaron por distintos caminos las reivindicaciones de los derechos de la sociedad colombiana.
Galán creía en la iniciativa privada, en la libertad económica, en la intervención del Estado como vigilante de las políticas de la redistribución del ingreso, para que hubiera equidad e inclusión social a través de la juridicidad y del fortalecimiento de las instituciones. No lo desvelaba el tamaño del Estado -polémica con Álvaro Gómez, quien planteaba disminuirlo- si no la eficacia de aquel. Gaitán era intervencionista, si se quiere estatista, más socialista que liberal en economía.
Hasta en su muerte fueron distintos Gaitán y Galán. Aquel murió por la acción individual de un desesperado, sumido en la pobreza. Si bien trataron de convertir su asesinato en un crimen de Estado, ninguna investigación demostró la veracidad de semejante cargo. Galán sí fue víctima de un complot, urdido por poderosas fuerzas tanto institucionales como fácticas que se han disputado desde hace años el predominio del Estado.
Hubo sí una clara diferencia en sus persistencias políticas. Galán, para acercarse al poder, tuvo que reconocer la jefatura de Turbay Ayala, a la cual se había opuesto en forma pertinaz y recalcitrante. Supo que para llegar y convencer con su tesis de consulta popular para escoger candidato de su partido, debía obtener la bendición de Turbay. Sin arriar las banderas, las acomodó a las exigencias de las circunstancias políticas. En contraste, Gaitán sí derrotó a las jerarquías oficiales de su partido, un año antes de su muerte. Fue tan contundente esa victoria, que sus engolados contradictores le entregaron las llaves del liberalismo para que definiera su inmediato porvenir.
Ambos sí, contribuyeron a la caída del oficialismo liberal. En 1946, Gaitán se enfrentó a Gabriel Turbay, lo que facilitó el triunfo de Ospina Pérez. En 1962, Galán se opuso a López Michelsen auspiciando la victoria de Belisario Betancur.
El país se quedó sin saber a ciencia cierta cuál habría sido la gestión del caudillo Gaitán y del líder Galán si hubieran sido presidentes. La muerte frustró la respuesta. Indudablemente, suponemos nosotros, que la gestión de Galán habría sido más benéfica para el país que la de Gaitán.
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