Puede que estén escritos, puede que no. Pero los televidentes tenemos derechos y deberes. Estos son los más elementales:
El derecho a ver televisión. A nadie puede prohibírsele ver, ni siquiera como castigo.
Ser informado de manera veraz y oportuna. Sin verdades a medias, sin sesgamientos y obviamente sin mentiras. Aunque estemos en campañas políticas.
El derecho a que se nos separe con claridad la información de la opinión y de la publicidad. Esta mezcla es explosiva.
El derecho a que los contenidos de los programas se ajusten a las franjas de audiencia. Si son infantiles que sean para niños, si son de adúlteros, perdón, de adultos, que sean a altas horas de la noche. Y que lo especifiquen.
El derecho a que se respeten los horarios de los programas y que se informe de manera oportuna el cambio de los mismos. Ya es hora.
El derecho a que una novela que veo a buena hora no me la pasen para la medianoche, que me respeten.
El derecho a recibir libre y gratuitamente la señal de los canales de televisión abierta. Para que la televisión sea un ser-vicio público.
El derecho a la rectificación cuando una información no es verdadera. Esto es verdad.
El derecho a que prime el interés de la audiencia en su calidad de ciudadanos y no de consumidores. Los televidentes somos personas, no estadísticas.
El derecho a la calidad en los contenidos y en la forma. ¡Calidad, por caridad!
El derecho a que se respeten los valores. Aunque se pierda plata.
El derecho a opinar sobre la programación. Especialmente cuando es mala.
El derecho a organizarse en ligas y asociaciones de televidentes. La unión hace la fuerza.
El derecho a no ser molestado porque le gusta la televisión hecha con buen gusto.
El derecho a entretenerse sana y amenamente.
El derecho a ver muchos canales, muchas opciones.
El derecho a participar en los programas.
El derecho a que no me saturen de violencia, sexo, sensacionalismo, cursilería.
El derecho a una televisión de confianza.
El derecho a apagar.
Pero los televidentes también tenemos deberes.
El deber de no ver más televisión que la necesaria para entretenerme.
El deber de controlar la televisión en los niños.
El deber de protestar cuando hay abusos por parte de los canales.
El deber de exigir una buena programación.
El deber de hacer respetar los públicos.
El deber de no sintonizar los malos programas, que explotan el sexo, el sensacionalismo, la cursilería.
El deber de no sentir envidia, que es un maléfico sentimiento que va desde la televisión de 21 pulgadas a la de 47 pulgadas y en alta definición.
El deber de no odiar el colegio que es el lugar en donde aprendemos un 20% de lo que aprendemos en la televisión.
El derecho a exigir originalidad, palabra desconocida en la televisión colombiana.
Y para rematar, algunas definiciones que contribuyen a demostrar la preponderancia de la televisión sobre otros medios de comunicación:
Fotografía: Televisión paralítica. Radio: Televisor ciego.
Lectura: Antiguo vicio.
Súper yo: El televisor que todos llevamos dentro.
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