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La plata le alcanza a Diego para levantar casa

11 de agosto de 2008
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Más pesada que los discos de 50 kilos, Diego Fernando Salazar Quintero ha tenido que cargar con la responsabilidad de ser el hombre de su casa.

El medallista de plata, primero de Colombia en los Juegos Olímpicos de Pekín, ha vivido la alegría y el sufrimiento sostenido sobre una plataforma y con una palanqueta en las manos.

El mayor de tres hermanos, nació en Tuluá el 3 de octubre de 1980 en una familia soportada por la madre, Rosalba Quintero.

Con apenas 12 años, pocos para pensar en Olímpicos, pero suficientes para levantar pesas, Diego Fernando se metió, junto a otros dos amigos, al coliseo Antonio José Ochoa de Tuluá. "Un muchacho fornidito para estar tan pequeño", recuerda su primer entrenador y aún consejero, Aymer Orozco.

"Llegó al coliseo y pidió que si podía entrenar. Quería ser deportista para poder estudiar", dice el técnico, quien lo ayudó a terminar el bachillerato y a conseguir la media beca que todavía mantiene en la Universidad Central del Valle.

Y comenzaron a caer los títulos nacionales, centroamericanos y la participación en sus primeros Juegos Olímpicos. Pero vino uno de los momentos más duros en su carrera. "Él tuvo una lesión hace cuatro años que no le permitió ganar en los Juegos Olímpicos de Atenas, pues era el tercero en el ranquin mundial. Durante dos años estuvo cuidándose, le hicieron tres cirugías en Cali para reconstruirle los tendones y los ligamentos de la muñeca. Después empezó a entrenar de nuevo", anota Orozco.

La plata nunca ha sobrado en la casa de Rosalba y Diego, que comparten con su hermano Jaime Alberto. Con el sueldo de deportista, Salazar, hincha del América y futbolista frustrado, buscó hasta en los libros de enciclopedia la forma de sacar a su familia adelante, al convertirse en vendedor. "Ha sufrido mucho para llegar a donde está. Es una gran persona, muy dedicado y se esfuerza a diario para que yo no trabaje", asegura su madre.

Con la lesión, además de la medalla, se fueron las ilusiones de una ayuda económica para conseguir una casita y, por qué no, haber mejorado la salud de su hermanita, que murió tiempo después por un cáncer. Y la pelea fue brava pues regresó, y además de los típicos rivales, se encontró al "enemigo" en casa: Óscar Figueroa, subcampeón mundial en el año de su regreso a actividad, y quien había subido de peso para convertirse en su mayor adversario en los 62 kilos en el país.

Nunca en pelea, siempre en comunión, Salazar y Figueroa se repartieron las medallas, y a Juegos llegaron juntos. La historia dice que uno de ellos entró en el podio olímpico. Al otro, Figueroa, le tocó esperar.

Por ahora, Tuluá celebra. Su madre, la que lo sacó adelante, es la más feliz y habla con el pecho inflado. "Estoy orgullosa de mi hijo y muy feliz porque todo le salió bien al niño. Ha luchado mucho, y su esfuerzo y Dios lo ayudaron", anota Rosalba.

Ahora, los pesos que levantó Diego -100 millones prometidos por el Gobierno como premio a quien alcance medalla de plata en Pekín, como lo hizo él- le servirán para construir la casa que tanto quiere su madre. Y llevar a cuestas la familia será una carga más liviana que la de los discos.

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