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El cuarto de hora de los adoloridos

10 de julio de 2008
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No sé quién fue la primera víctima que llegó -por obra y gracia de su dolor- a ocupar una presidencia, una gobernación, una alcaldía o a ser un personaje popular en un trágico país como el nuestro.

Tampoco sé el nombre que se le deba dar a una democracia dominada por los ex secuestrados, ex extorsionados, ex víctimas y en general toda suerte de sufridos. Quizás esa sea la triste foto de Colombia, un país que atraviesa por el cuarto de hora de los adoloridos.

Al primero que recuerdo llegar en coche a la alcaldía de Bogotá, pocos meses después de ser secuestrado, fue a Pastrana. Luego vinieron otros, Uribe, que con el drama de su papá, víctima de la guerrilla, llegó a la Casa de Nariño.

La lista la engrosan los huérfanos de Galán, ahora senadores o concejales; el hijo del ministro Lara; el vicepresidente Santos, y más recientemente el canciller Araújo o el subintendente Pinchao.

El tema viene como anillo al dedo, luego de la reciente liberación de los secuestrados en la Operación Jaque, que desató una "ingridmanía" sin precedentes e incluso la catapultó como presidenciable y, si ella quiere, a ser candidata a la alcaldía de París.

Todos ellos tienen en común un discurso teatral, que apoyado en un poco de melodrama y algunos detalles semiológicos, les permite llevar las riendas de la opinión pública y, por qué no, llegar a manejar el país por los próximos 25 años.

Qué bueno fuera que Colombia aprendiera a proteger a las víctimas del secuestro y de la violencia armada que han sacudido al país en más de medio siglo y no la sigan exponiendo sin compasión. Qué bueno fuera que el tsunami mediático no los enredara y ni les hiciera perder la dimensión de las cosas, que bien perdida la tuvieron por muchos años en la selva o en medio del odio de su corazón.

No puede ser posible que en Colombia poco valgan los estudios, el liderazgo o la experiencia laboral, para acceder a cargos públicos de alto calado. No solo debe bastar con irse a una carretera solitaria en Caquetá, ser secuestrado, pasar unos duros meses o años y volver en carroza para ser elegido.

Esa ligera equivocación la está pagando Uribe con su Canciller. Pinchao es un héroe nacional, pero aún no está preparado para ser comandante de la Policía, como tampoco Luis Eladio para ser gobernador. Por qué no dejamos que Íngrid descanse un poco, se relaje en París, aprenda, conozca a la Colombia de la primera década del 2000, antes de hacerla soñar con la Casa de Nariño.

Además, ya está bien que el único cuento que manejan los personajes más populares del país sea el de ser víctimas.

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