David Fincher ha hecho de su filmografía el espejo donde podemos ver los defectos de nuestra humanidad desnuda. Si en "Seven" hacía una reflexión sobre nuestros pecados capitales, y en "El club de la pelea" nos recordaba que en una sociedad llena de estímulos terminaríamos matándonos a golpes sólo para emocionarnos, ahora en "Perdida" pone su acento en la manera en que nos disfrazamos ante la gente para ser aceptados. Pero Fincher lo hace camuflando sus reflexiones con el traje del cine de género, en este caso el de un thriller de misterio que intenta resolver una duda: quién ha secuestrado a Amy Dunne y por qué.
Nos los preguntamos al mismo tiempo que lo hace Nick, su esposo, que tampoco entiende por qué los policías le hacen tantas preguntas, como si no supiera que él es el principal sospechoso. Su rostro es el de alguien que desde que perdió su empleo como escritor, anda a la deriva. No se siente cómodo en ninguna parte, ni siquiera en su vida de pareja, pues como lo van reafirmando los diálogos que tiene con su hermana, Margo, su matrimonio ya no es el mismo. Nosotros, los espectadores, también nos damos cuenta, pues escuchamos la voz de Amy narrando los recuerdos mágicos de la época en que se conocieron, cuando todo era frases ingeniosas y sexo despreocupado, como el de tantas parejas recién enamoradas. Pero la felicidad es frágil. Puede depender de la situación financiera o de la tranquilidad familiar. Y el despido de sus trabajos, la quiebra de los papás de Amy y la enfermedad de la mamá de Nick, los han llevado hasta esa pequeña ciudad en Missouri, donde el hastío parece haber hecho aflorar lo peor de ambos.
Fincher toma el best-seller de Gillian Flynn, y con la ayuda de la misma autora lo mejora, despojándolo de personajes y tramas secundarias para enfocarlo en el tema central: qué tan real es la persona que le presentamos al mundo. ¿No nos disfrazamos todos un poco cuando resaltamos actitudes sólo para que los demás se hagan una buena idea de nosotros? ¿No les exigimos a las víctimas que estén siempre tristes cuando salen ante la cámara, porque sonreír no es lo que les toca? Todo esto lo hace Fincher con la ayuda de su pareja protagónica, Ben Affleck y Rosamund Pike, que se lucen en las que pueden ser las mejores interpretaciones de sus carreras: él, atento a no dejar de ser nunca "un tipo normal" en una situación comprometida, y ella, perfecta en sus cambios de registro acentuados por sus transformaciones corporales, que Fincher se preocupa por realzar haciendo tomas que se acercan casi morbosamente a su figura.
Maravilla percibir en la pantalla una edición brillante, que parece cortar con bisturí cada plano, o escuchar esa música hecha de ruidos intencionalmente fuera de lugar y disonancias inquietantes. Todo con un único objetivo: hacernos olvidar que ahí, frente a nosotros, alguien nos pregunta sin parpadear, como en un interrogatorio: al fingir lo que no somos ¿qué nos hemos hecho los unos a los otros? ¿Qué seguiremos haciéndonos?
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