Pasaron de las alpargatas a las botas térmicas. De la camisa y los pantalones de algodón blanco al camuflado patriota. Del machete, algunos sables, mosquetes y fusiles de corto alcance fabricados en Europa al fusil Galil Ace con mira telescópica, elaborado en Colombia.
Esos son algunos de los cambios que ha tenido la indumentaria de los soldados en los últimos 200 años y que se verá hoy en la parada militar que se realizará en el parque Bolívar, de Medellín, luego del Tedeum (programado para las 8 a.m.) en el que se conmemorará la Independencia.
Los cambios en la indumentaria han sido drásticos. Si ahora los soldados hacen grandes esfuerzos para hacer caminatas de hasta ocho horas con uniformes y calzado adecuados para afrontar la lluvia, el pantano y la humedad de los bosques y selvas hay que pensar en cómo lo hicieron los campesinos que se unieron a la gesta libertadora.
No existían ni la ropa ni las botas térmicas, no tenían ponchos de sintelita (tela plástica con la que se cubren habitualmente las carpas) ni chaquetas. La única protección contra el frío era una ruana de lana o un poncho de hilo. ¿Calzado? Alpargatas en el mejor de los casos.
Los sistemas de guía y comunicaciones son a otro precio. Los mapas en papel pasaron a la historia. 200 años después Google earth es una herramienta valiosa y el GPS es el rey: solo hay que meter las coordenadas y este marca la ruta. Sin embargo, la brújula sigue siendo útil.
La comida también ha cambiado. Si ahora hay problemas de abastecimiento y en operaciones largas hay que hacer que una ración rinda para desayuno, almuerzo y comida ante la imposibilidad de que lleguen los suministros, ¿qué hacían los miembros del Ejército libertador?
La única salida era cargar con las gallinas, los marranos y algunas reses para el camino, cuando la comida se acababa había que conseguirla en el campo. Las raciones de campaña con huevos deshidratados, carne y hasta postre que se calientan al baño María le harían soltar la baba a más de uno de los soldados de la gesta libertadora.
En algunos casos los caballos viejos, cansados y enfermos sirvieron de alimento, pero cuando ya no quedaba mucho para comer tocaba hacer lo que se hace ahora: hacer rendir lo poco que se tiene o aguantar hambre hasta que algún animal de monte se convierta en la carne del almuerzo.
Pero como la guerra trae enfermos y heridos, los hospitales de campaña y los enfermeros de combate han sido una constante. Los edemas pulmonares y las llagas por el frío y la humedad siguen siendo los azotes de los soldados. La diferencia es que ahora se cuenta con mejores posibilidades técnicas y humanas para atenderlos.
La viruela -una de las enfermedades considerada como extinguida por la Organización Mundial de la Salud- era uno de los azotes tanto del Ejército español como de las tropas libertadoras por la velocidad de contagio. También la disentería y la fiebre amarilla hacían de las suyas.
Ahora, el azote "natural" es la leishmaniasis que se transmite a través de la picadura de un mosquito al que los soldados llaman pito. La principal manifestación son las pústulas y llagas que se "comen" literalmente la piel. También están las minas antipersonales sembradas por la guerrilla.
Los españoles tenían "hospitales" itinerantes que en algunas ocasiones cobraban a los heridos los costos de su atención médica. Ahora, las unidades militares cuentan con un dispensario para atención básica y algunas brigadas pueden atender servicios de cierta complejidad. El Hospital Militar, en Bogotá, es considerado como uno de los mejores centros de atención médica en el mundo para atención de traumas y rehabilitación de heridos.
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