Tanto el empleo como la inversión son objetivos deseables de una estrategia de desarrollo. Lo cual no significa que sean idénticos, o que resulte indiferente a cuál de los dos se le asigne mayor importancia. La calidad de determinada estrategia de desarrollo depende de la manera como se formule la relación entre esos objetivos. Según el Nobel de Economía James Tobin, 'Los términos en los cuales se plantea un problema y en los cuales se organiza la información relevante, pueden tener una gran influencia sobre la solución.'
El eje central de la política económica de un país semi-industrializado con altas tasas de informalidad laboral y desempleo, debería ser la generación masiva de empleo formal. La inversión, por lo tanto, tendría un papel secundario. Sería apenas uno de los medios indicados para lograr el fin prioritario de crear empleo.
Esta formulación permite apreciar que para el diseño de las políticas públicas tiene una diferencia crucial el hecho que éstas se evalúan en función de su impacto sobre la generación de empleo y no de su impacto sobre la inversión. Una política económica que le asigne máxima prioridad al empleo, atrae la inversión y se traduce en crecimiento. En cambio, una política económica que privilegie la inversión, argumentando que la generación de empleo vendrá por añadidura, sufre de un error conceptual. Sustituye un medio por el fin y da por sentado que la relación de causalidad entre inversión y empleo es obvia e incuestionable. Además de equivocada, es perjudicial.
Podría pensarse que ésta es una discusión esotérica entre economistas. Se trata de un problema con serias implicaciones sobre el bienestar de la población y la estabilidad política. Es un asunto que adquiere aún mayor trascendencia en circunstancias externas adversas.
Al convertir la inversión en objetivo de política, y en el principal indicador de éxito, omitiendo consideraciones de tipo cualitativo, se introducen distorsiones en el modelo de desarrollo que acentúan la dualidad y contribuyen poco al crecimiento o a la generación de empleo.
Es fácil señalar obras monumentales de la antigüedad, tales como el Taj Mahal o la Gran Muralla de China, cuya ejecución requirió ingentes recursos con mínimo efecto sobre la capacidad productiva. Altos niveles de inversión no lograron impedir el colapso de la economía soviética. En América Latina abundan ejemplos de elefantes blancos industriales, frutos del proteccionismo a ultranza. Cuantiosas inversiones en el sector petro-químico, por ejemplo, dejan inalteradas las tasas de desempleo de trabajadores no-calificados.
Medidas encaminadas a imponer gravámenes para-fiscales a la generación de empleo formal, al tiempo que se abarata el capital con exenciones tributarias, eliminación de aranceles y subsidios, crean incentivos perversos a sustituir capital por trabajo en los métodos de producción. La rentabilidad privada resultante tiene un elevado costo social. Mientras no se convierta el empleo en el principal objetivo de política, las denuncias de los economistas contra estas distorsiones seguirán siendo voces clamando en el desierto.
Hyman Minsky argumenta que el énfasis sobre la inversión en vez del empleo, como objetivo de política, es un error. 'Una economía con pleno empleo está destinada a crecer. En cambio, una economía que trata de acelerar el crecimiento por medio de decisiones que promueven inversión privada intensiva en el uso de capital, puede estancarse.
Además, puede hacerse cada vez más inequitativa en su distribución de ingreso, más ineficiente en la selección de tecnologías y más inestable en su desempeño de conjunto.'
Esta advertencia adquiere particular relevancia para un país como Colombia, que deberá prepararse para enfrentar un entorno internacional recesivo, partiendo de niveles de desempleo abierto de dos dígitos.
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