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El estigma de los maquetas

19 de abril de 2009
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Mientras haya maquetas y profesores con longánimo instinto maternal, ninguna norma por moderna y providente que sea alcanzará a limpiar las manchas de la evaluación del aprendizaje. El nuevo decreto que diversifica los modos de aprobar o reprobar materias simplifica el antiguo problema de la asignación de notas numéricas y les da autonomía a las comunidades educativas para escoger el método que les convenga. Pero no garantiza la equidad y el acierto de los evaluadores. Esta es cuestión de ética educativa y de justicia retributiva que merece capítulo aparte.

Lo positivo de la disposición que acaba de promulgarse consiste en que puede hacer real el espíritu del precepto constitucional (artículo 68) que ampara la diversidad de la educación y les permite a los padres de familia elegir para los hijos menores el tipo de proyecto pedagógico y por consiguiente la forma de evaluación y calificación más acordes con sus exigencias. Si, como lo manda la Carta, "la comunidad educativa participará en la dirección de las instituciones de educación", de esa facultad no tenía por qué seguir excluyéndose el asunto primordial de la evaluación.

El Decreto 1290 les da entonces a los padres de familia el derecho a "acompañar el proceso evaluativo de los estudiantes".

Pero me parece negativa, en la norma, la consagración de los exámenes del Icfes. Si a los colegios se les da autonomía para definir sistemas de evaluación siempre y cuando se ajusten a los estándares nacionales (superior, alto, básico y bajo), debería creérseles y no someter a los estudiantes a las inútiles Pruebas del Estado. No creo que en las universidades les den más importancia que a las calificaciones de los colegios, como le escuché a la Ministra de Educación.

Con todo, la costumbre secular de premiar la mediocridad y castigar la excelencia proviene del tradicional manejo caprichoso de las evaluaciones en la educación. Este Decreto 1290, expedido hace tres días por el Ministerio de Educación, no va a conjurar esas prácticas. La muy cuestionada promoción automática y la virtual eliminación de la repitencia dejaron al descubierto un sistema permisivo, alcahueta, que ha nivelado por lo bajo y no por lo alto, que ha estimulado el facilismo, hasta poner en ridículo los criterios razonables de dificultad, disciplina y esfuerzo.

Tan graves para una sociedad pueden ser el obsequio de premios inmerecidos y el tráfico de beneficios académicos y escolares, como lo es para lo sagrado la compraventa de perdones y favores espirituales (que administraba el Mago Simón en tiempos de los Apóstoles).

La aplicación obsequiosa de notas aprobatorias ha sido una suerte de simonía educativa. No va a borrarse el estigma de los maquetas, perpetuado por evaluadores demagógicos entregados al divertimento irresponsable de regalar calificaciones.

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