En París, una nube negra planea sobre la ciudad cuando apenas empieza la primavera. La nube cubre durante cinco días la mitad del territorio francés. Luego se desplaza sobre los cielos de Bélgica y Alemania.
En Pekín, una mortaja de aire sucio cubre los edificios milenarios de la Ciudad Sagrada. A su alrededor, los transeúntes recorren las avenidas con las caras cubiertas con máscaras antigases. Parecen fantasmas que se mueven a tientas en la niebla.
En las montañas de California, los bomberos luchan contra las llamas que devoran miles de hectáreas de bosques. En la frontera con Canadá, la policía y los socorristas buscan los desaparecidos sepultados por un alud de rocas y lodo en una carretera del estado de Washington bajo el cual murieron aplastadas 24 personas.
Mientras tanto, en Colombia, en las costas del Mar Caribe, los pilotos de la Fuerza Aérea luchan por controlar las llamas de varios incendios forestales en el Golfo de Urabá y en las llanuras del Atlántico. En el sur, en las llanuras del Orinoco, miles de chigüiros y de reses mueren de sed.
A primera vista, podría pensarse que todos estos son fenómenos aislados provocados por un invierno inesperado, una sequía súbita o un aumento imprevisto en los niveles de contaminación del aire.
El estudio del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) publicado esta semana por la ONU en Yokohama sostiene lo contrario. El impacto del calentamiento global es grave, generalizado e irreversible.
El informe asegura que los efectos del calentamiento global no son una amenaza futura e incierta, sino que ya pueden observarse en muchas regiones: fenómenos meteorológicos extremos como olas de calor, sequías y ciclones; cosechas menos abundantes; cambios en los ciclos de las lluvias que afectan el acceso a los recursos hídricos indispensables para la conservación de la vida.
Los efectos se ven también en los océanos. El mayor calentamiento de sus aguas, su acidificación y la deficiencia de oxígeno están provocando el desplazamiento masivo de muchas especies marinas hacia latitudes polares.
Las predicciones para el futuro son desoladoras. La previsible subida del nivel del mar durante el siglo XXI provocará inundaciones y erosión en las costas, donde está asentada buena parte de la población mundial. El calentamiento de los océanos, la subida del nivel del mar y los cambios en las precipitaciones afectarán las tierras cultivables. Si la temperatura sube más de dos grados centígrados, los principales cultivos en las regiones tropicales y templadas, como el trigo, el arroz y el maíz, bajarán su producción al menos en un 25 %. Animales, plantas y otras especies comenzarán a mudarse a zonas más altas o hacia los polos, a medida que en los mares se eleve el nivel del mercurio. En algunas partes de los trópicos y la Antártida, la pesca podría declinar en más del 50 %.
En Centroamérica y Sudamérica los glaciares andinos se contraerán y aumentarán los caudales de algunos ríos debido al cambio en el uso de la tierra, pero también habrá sequías que afectarán la agricultura. En América del Norte se prevén olas de calor, períodos de sequía, huracanes e incendios forestales. En Canadá serán comunes las inundaciones. En México, se espera que se reduzcan los tipos de maíz y que algunos desaparezcan en 2030.
La nube negra en los cielos de Europa, la niebla en Pekín, los incendios en California y la costa norte de Colombia, las sequías en África y Casanare no son fenómenos locales. Todos están ligados al calentamiento global provocado por el hombre. El hombre está destruyendo su casa.
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