Han sido días muy duros para Colombia y para los colombianos. Los últimos meses nos han mostrado dolorosas situaciones que no quisiéramos volver a vivir.
Se han enfrentado los hermanos, con insultos, insinuaciones, acusaciones, rabia.
Se han perdido amigos de los que estamos seguros que son honestos y bien intencionados aunque los creemos equivocados en su posición política.
Se han regado mentiras espantosas con seguridad de certezas.
Se ha deseado el mal, cualquiera, de quienes están en otra orilla.
Se ha utilizado con violencia el lenguaje de la paz.
Nos hemos radicalizado entre el bueno y el malo, el bien y el mal, partiendo siempre de la base de que yo soy el bueno.
Hemos perdido la capacidad de analizar con cabeza fría lo que acontece porque hemos perdido la calma.
Hemos presenciado cómo muchos se venden al mejor postor, sin remilgos ni contemplaciones.
Llegamos a dudar de qué es verdad y qué es mentira.
Hemos visto manipulaciones descaradas que con visos de bondad buscan el mal.
Hemos contemplado que muchas veces coinciden peligrosamente la búsqueda de un bien con la búsqueda de un mal y se unen para sacar tajada cada uno.
Hemos perdido el respeto por las opiniones ajenas y cuando alguien opina como yo es santo y si no es un malvado.
Hemos visto que tanto el poder, o el ansia de poder, como el dinero, corrompen hasta el punto de abandonar los valores esenciales de la existencia humana.
Nos hemos convertido en jueces implacables de los demás, sin conocer los hechos y las circunstancias, solo porque no estamos de acuerdo.
Creemos en los malhechores comprobados y dudamos de los que siempre han demostrado honestidad y rectitud.
Establecimos la duda como un modus vivendi.
Desconfiamos de todos y de todo.
La amistad ya no es un valor general sino un interés particular.
El hombre es un componente físico y lo espiritual es voluble, comprable o inexistente.
La mentira es una política y la palabra un instrumento de dominación y manipulación.
Sólo existen el blanco y el negro y los colores del arco iris son poesía inútil y degradante.
Todo es comprable, todos son vendibles.
El poder a cualquier precio, físico o moral, con el poder se domina, se avasalla, se esclaviza, se manipula y se aniquila.
El amor se mandó a la cama y el estrato social es solo cuestión de dinero.
Los días que hemos pasado en los últimos meses son una vergüenza humana.
Reflexionemos y reconstruyamos nuestro ego, nuestro entorno, nuestras relaciones sociales.
Volvamos a definir qué vale la pena y qué no.
Revaluemos la dolorosa experiencia vivida y hagamos un verdadero acto de enmienda, porque de seguir así no quedarán familia, ni sociedad.
Hagamos nuevamente de la política una vocación de servicio por el bien humano y no una cloaca de bajezas sin límite.
Unámonos todos en una cruzada de dignidad que nos permita convivir en paz basados en la autoestima y en el respeto a las diferencias. No más insultos, no más malpensares.
Reunámonos a reconstruir una patria destrozada por el odio y la intemperancia.
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