Tengo debilidad por los libros raros. No me refiero a la rareza exquisita, a las primeras ediciones, a las encuadernaciones primorosas y demás libros con pedigrí, sino que hablo de la rareza plebeya, de aquellas obras que, por una razón u otra, se escapan de los cánones convencionales y resultan inclasificables. Libros modestos y sin pretensiones, publicados en pequeñas editoriales, que un día ves por casualidad, de refilón, en el rincón más oculto de una librería, pero que parecen dar saltitos en la estantería para llamar tu atención, y extender sus anhelantes tapas hacia ti, y susurrar: '¡Cógeme, por favor, por favor!'.
Hay tres locos maravillosos que han escrito un par de libros así. Se llaman Juan J. Alonso, Enrique A. Mastache y Jorge Alonso. Filósofos, historiadores y documentalistas de formación, son además unos fanáticos del cine. Estos tipos multidisciplinares, enciclopédicamente cultos y divertidísimos, son la clase de gente a la que imaginas pasándoselo bomba charlando durante horas en algún bar. Quizá esas apasionadas tertulias que se les intuyen fueran la base del libro fascinante que sacaron hace un par de años, La Edad Media en el cine, en el que, además de contar curiosos detalles cinéfilos de las películas medievales, desde Camelot a Braveheart, componían un espléndido friso histórico del Medievo, explicando no sólo lo que había de cierto o de incierto en los filmes, sino también cómo era la vida en aquellos siglos, los valores imperantes, los detalles más nimios de la cotidianidad. Y todo ello con una escritura airosa, graciosa, ligera pese a la profundidad de algunas de sus observaciones. 'Utilizamos el cine como excusa para hablar de la Edad Media, y la Edad Media, como excusa para hablar de cine'.
Al parecer, la cosa marchó tan bien que han repetido fórmula y hace poco sacaron otro libro: La antigua Roma en el cine. Ahora de lo que se habla es del Imperio Romano, y la percha son películas como Quo Vadis o Gladiator. (por si acaso, doy la web de la editorial: www.cinemitos.com/tbeditores).
Dicen los autores que en el cine de romanos hay un axioma, a saber, que cuanto más corta es la faldita de los hombres, peor es la calidad de la película. Si ellos lo dicen, sin duda será así, porque saben mucho. En realidad son unos estupendos frikis que aseguran conocer de memoria los diálogos de Ben Hur y excesos semejantes. Aunque lo cierto es que parecen conocerlo casi todo. Por ejemplo, hablando del suicidio de Lucrecia, que se mata porque ha sido violada, los autores explican con agudeza el sentido de la castidad para los romanos: Lucrecia se mata porque en el momento de la violación no estaba preñada, y, por lo tanto, podía enturbiar el linaje: 'Una anécdota de Macrobio permite comprender la castas romana: en presencia de Julia la Mayor, la gente se sorprendía del increíble parecido que sus tres hijos tenían con su padre, Agripa. Julia la Mayor les decía: 'Numquam enim nisi navi plena tollo vectorem' ('sólo acepto pasajeros cuando la bodega está llena'). Si hubiera estado embarazada, Lucrecia no habría sido 'mancillada' y no habría tenido que suicidarse. Una observación muy interesante.
El libro está lleno de detalles de este tipo, de lúcidos vislumbres o de divertidas informaciones superficiales, como que una antigua costumbre romana prohibía barrer el suelo del comedor porque los restos de comida eran el alimento para los muertos.
Hay informaciones de más hondo calado, como un apunte sobre la estructura esclavista de la Roma imperial o el concepto de homosexualidad imperante. Por cierto, que se incluyen unos cuantos procaces insultos en latín, como paedicabo te o irrumabo te, frases tan indecorosas que no voy a poner su significado. Si quieren saber las cosas que se gritaban con sus sucias bocas los romanos, tan serios ellos y tan entogados, lean este libro entretenidísimo.
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